Economía

Desigualdad entre el norte y el sur global

Cómo poner orden a un mundo multipolar

Una diplomacia fundamentada en el principio de reciprocidad, que refleje la multipolaridad y que se asemeje a un contrato social global puede ser el mecanismo más eficaz para asegurar una sólida colaboración entre norte y sur global en muchas materias.

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21
febrero
2025

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El orden internacional que hemos conocido hasta ahora ha dejado de tener apoyos. Las instituciones multilaterales surgidas en la segunda mitad del siglo pasado ya no son funcionales. Y su legitimidad, para las regiones del mundo menos representadas, se ha evaporado progresivamente. La hegemonía de los Estados Unidos −mal llamada pax americana− ha terminado. Por una parte, al verse contendida y desafiada por otros actores globales emergentes. Y en otra porción, debido a una pulsión interna de retirarse respecto a la postura de liderazgo internacional. El desmantelamiento de la agencia de ayuda al desarrollo USAID es el ejemplo definitivo de ello.

Ahora, la expresión de referencia de los analistas es «un orden multipolar» en alusión a un mundo que no tiene un orden hegemónico, ni una división en dos bloques (bipolar) como fue el caso de la Guerra Fría. Es multipolar porque la voluntad de poder se divide entre una serie de potencias emergentes y otras predominantes, que a su vez constituyen polos regionales y compiten entre sí. Cada uno tiene necesidades e intereses distintos y todos contienden por influir en la escena global, por tener más voz, más legitimidad, más recursos.

Los actores contendientes no niegan que todos los estados tienen unos derechos y deberes respecto a la comunidad internacional. En lo que hay desacuerdo es en determinar la medida justa y equitativa que corresponde a cada uno pagar.

La Unión Europea o la OCDE piden a países como India, Brasil o Sudáfrica que ejecuten sus compromisos climáticos de descarbonización; les pide a países como Nigeria, Etiopía o la R. D. del Congo que sean diligentes en garantizar los Derechos Humanos a sus ciudadanos; pide a Pakistán, Bangladesh o Vietnam que sean activos en obligar a las industrias que operan en su suelo a respetar los estándares de seguridad laboral, que luchen contra la corrupción, corporativa e institucional, contra el crimen organizado, el blanqueo de capitales o el fraude fiscal transnacional…

En un orden hegemónico es posible exigir condiciones sin ofrecer contrapartidas.

¿Pero qué les qué ofrece a cambio el club de países ricos OCDE o norte global que representa más del 70% del PIB mundial? En un orden hegemónico es posible exigir condiciones sin ofrecer contrapartidas. En la segunda mitad del siglo XX se hizo con la imposición de un liberalismo comercial dogmático que favorecía a las economías desarrolladas, por ejemplo. También se hizo con un sistema de instituciones internacionales y una arquitectura financiera que, si bien tenía vocación universal, representaba mejor las preferencias de las potencias occidentales que lo diseñaron. Pero el equilibrio de poder ha cambiado. Por peso demográfico, entre las mayores diez potencias, ocho son países del sur global. India y China con más de 1,4 mil millones de habitantes cada uno, seguidas de Indonesia, Pakistán, Nigeria y Brasil, con entre 217 y 280 millones de habitantes cada uno. Entre todos, más del 60% de la población mundial (la UE es solo el 5,5%). Al mismo tiempo, la mayor parte de la riqueza global el 70% se encuentra concentrada en un selecto grupo de países que representa tan solo 1,4 mil millones de habitantes, el 17% de la población mundial. El PIB per cápita de moda en la OCDE triplica, como mínimo, al de las potencias emergentes. Y es verdad que en los países ricos la riqueza está mejor distribuida domésticamente. Pero la disparidad de renta nacional influye en las posibilidades de distribución. Y la divergencia es aún más acusada si nos referimos, en vez de a la renta nacional, al capital acumulado de los países, como señalaba Thomas Piketty y estudia el World Inequality Lab (WIL).

Alrededor de 700 millones de personas subsisten con menos de 2,15$ al día, que es la línea de pobreza extrema

Más dramáticos aún son los datos del Banco Mundial respecto a la pobreza en el mundo. Alrededor de 700 millones de personas subsisten con menos de 2,15$ al día, que es la línea de pobreza extrema. Eso es casi un 10% de la población mundial, un dato conocido. Más sorprendente es que casi el 50% de la población mundial vive con menos de 6,85$ al día. Es decir, que, por cada uno de nosotros, hay otro miembro de la ciudad global sin sus necesidades básicas cubiertas. Este es un fenómeno estructural que, por razones ampliamente estudiadas, frena el desarrollo humano y material de países enteros.

El Banco Mundial destaca que fortalecer las inversiones en sistemas de protección social es la medida más efectiva para reducir la pobreza. Sin embargo, la brecha financiera y la creciente deuda limitan la capacidad de muchos países en desarrollo para proveer servicios esenciales. Cuantos menos recursos, más difícil es redistribuirlos. A largo plazo, el empleo es la vía más segura para combatir la pobreza y la desigualdad, al generar ingresos que permiten invertir en educación, salud y nutrición, rompiendo el ciclo de pobreza intergeneracional, como reseñan muy nítidamente varios informes del Future Policy Lab. No obstante, el empleo productivo, de calidad y bien remunerado sigue siendo una excepción en el sur global.

La desigualdad entre norte y sur global es patente en todo el resto de ámbitos

La desigualdad entre norte y sur global es patente en todo el resto de ámbitos. Acceso a la tecnología, capacidad de recaudación de ingresos públicos (para su posterior redistribución), producción de valor añadido, medios para mitigar el efecto del cambio climático… Por todo ello, muchas de las potencias emergentes llevan años pidiendo una reforma estructural de las relaciones entre ellos y las potencias desarrolladas. Su argumento es que la dinámica actual es injusta, no representa sus necesidades ni su peso demográfico y económico de hoy. Y, a medida que crece su poder de negociación en algunas áreas, como el control de los flujos migratorios o las cadenas de suministro globales, son más vocales en ello. Ya no legitiman la lógica de cooperación gratuita que hasta ahora imponían las hegemonías occidentales.

La UE ha constatado recientemente de forma explícita la necesidad de orientar su estrategia global hacia las potencias emergentes. La presidenta de la Comisión y la Alta Representante Kaja Kallas se han referido a una nueva era de cooperación y relaciones con India y China, además del acuerdo comercial con Mercosur que pretende reavivar los vínculos con Latinoamérica. Ahora bien, esta voluntad de la UE por diversificar sus socios en el mundo seguirá siendo una mera declaración política vacía de atractivo a menos que vaya acompañada de concesiones y contrapartidas. Esencialmente, recursos económicos cuantiosos para que el sur global pueda cumplir con los objetivos de descarbonización sin dejar de industrializarse, costearse la transferencia de tecnología puntera y así transformar sus modelos productivos y proveer los servicios públicos y los derechos más básicos. Es evidente que algo menos del 0,7% del PIB en Ayuda Oficial al Desarrollo más algunos millones en préstamos de las instituciones financieras internacionales o acuerdos comerciales menguantes han resultado ser cantidades muy insuficientes como incentivo político. Para lograr la colaboración del sur global en todos los objetivos y prioridades de la UE, hace falta una transformación hacia un orden contractual, basado en la transacción de recursos económicos a cambio de colaboración y compromiso.

Una diplomacia fundamentada en el principio de reciprocidad, que refleje la multipolaridad y que se asemeje a un contrato social global. La movilización de estos recursos se puede lograr por medio de un instrumento fiscal global, que redistribuya entre el 15% y el 20% de la renta de los países de la UE (por ejemplo), no solo a nivel doméstico, sino fuera de las fronteras. Tal flujo podría lograr cambios de una dimensión insospechada en los países receptores, y sería el mecanismo más eficaz para asegurar una sólida colaboración entre norte y sur global en muchas materias. La reciprocidad, los incentivos materiales y el beneficio mutuo son la sustancia de la prosperidad económica. ¿Por qué no deberían serlo también en la diplomacia de unas relaciones fragmentadas? Un orden transaccional para un mundo multipolar.


Darío Arjomandi es investigador del Global Governance Forum

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