Derechos Humanos

El oxígeno separa: ¿respiradores para europeos, jabón para africanos?

El oxígeno y los respiradores pueden constituir la línea divisoria entre el norte y el sur, al igual que lo fue el acceso a los antirretrovirales para tratar el sida en la década de los noventa. Desde Médicos Sin Fronteras reclaman más medios para atender a la población vulnerable.

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10
junio
2020

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¿Cuántas veces escuchamos que el coronavirus es «el gran igualador» e infecta a líderes mundiales y a conductores de autobuses por igual? ¿Deberíamos encontrar tranquilizador que un virus mortal sea el hilo que une nuestra humanidad compartida entre sociedades cada vez más desiguales?

Esta cantinela habitual no resiste bien un examen. Mientras que, por mencionar dos ejemplos, abogados y banqueros trabajan desde la seguridad de sus hogares, trabajadores con bajos ingresos, como el personal de cuidados domiciliarios, personal de limpieza en hospitales y repartidores, han seguido trabajando en entornos donde corren mayor riesgo de contraer la enfermedad. El autoaislamiento no es una opción para comunidades vulnerables como refugiados o personas sin hogar. Y algunos grupos de población se ven claramente más afectados por la enfermedad. Así, llegó un momento en el que en el estado norteamericano de Luisiana, el 70% de los fallecidos por COVID-19 eran afroamericanos cuando en ese estado la comunidad afroamericana representa solo el 33%.

En marzo, República Centroafricana tenía 3 respiradores para 5 millones de habitantes

A medida que la pandemia se va afianzando en el hemisferio sur, la supuesta igualdad frente al COVID-19 pierde su velo y queda expuesta. En China, Europa y Estados Unidos hemos visto cómo las UCI se han combado bajo la presión. Grandes porciones de nuestro mundo enfrentan un escenario más preocupante aún. Cuando se decretó la pandemia, República Centroafricana tenía 3 respiradores en un país con 5 millones de habitantes; en Burkina Faso, con 20 millones de habitantes, había 12 camas para pacientes críticos.

Podemos esperar que una población más joven en la mayoría de estos países ayude a mitigar el efecto del COVID-19. Pero también hay recordar que en muchos hay altas tasas de tuberculosis, VIH / sida, así como brotes de cólera, sarampión o malaria. Sumar el COVID-19 a algunas de estas enfermedades puede resultar una combinación mortal.

Suponiendo que el patrón de infección grave al menos coincida con el observado en Asia y Europa, el 20% de las personas afectadas por el virus requerirán hospitalización. La mayoría de estas necesitará oxigenoterapia y, de ellas, una cuarta parte necesitará ventilación mecánica. Sin esta, la muerte por asfixia será casi inevitable.

En Luisiana, el 70% de los fallecidos por COVID-19 son afroamericanos

El oxígeno y los respiradores pueden constituir la línea divisoria entre el norte y el sur, al igual que lo fue el acceso a los antirretrovirales (ARV) para tratar el sida en la década de los noventa. Durante años, Médicos Sin Fronteras amplió los tratamientos con ARV en Sudáfrica para demostrar que dicha división no era ni inevitable ni aceptable. Entonces, tanto MSF como otras organizaciones, se negaron a aceptar la indiferencia fatal hacia las personas que no podían pagar una atención de calidad. Ahora debemos negarnos a aceptar la separación en materia de acceso a oxígeno.

El COVID-19 se mueve rápido y el tiempo entre la infección y un final fatal suele ser inferior a un mes. Esta vez tenemos semanas, no años, para ampliar el acceso. El desafío sin precedentes que el COVID-19 ha planteado en países ricos puede parecer insuperable en entornos de escasos recursos. El abismo entre la atención disponible y la demanda potencial es enorme. En países de altos ingresos, el oxígeno médico se da por sentado, está integrado en las habitaciones de los propios centros hospitalarios. En los hospitales donde trabajamos en países pobres, no es el caso.

Los concentradores de oxígeno exigen suministros de electricidad estables. La otra vía es emplear bombonas de oxígeno, pero esta no es una solución práctica para una enfermedad que hace que los pacientes necesiten oxígeno de forma ininterrumpida durante días o semanas. En muchos lugares, simplemente no hay suministros de oxígeno de calidad médica.

Esta vez tenemos semanas, no años, para ampliar el acceso

Nos enfrentamos a un virus que requiere conocimientos altamente especializados e intubación durante semanas. Aunque MSF se especializa en emergencias médicas y respuesta epidémica, rara vez intubamos durante poco más de unas horas o días a pacientes con trauma en nuestros hospitales de la zona de guerra. Necesitamos desafiar esta división, este «triaje socioeconómico» donde las minorías, los grupos vulnerables, los habitantes de barrios marginales y, en algunos casos, poblaciones enteras, no van a tener acceso a atención y oxígeno.

Nada de ello será posible a menos que se superen los obstáculos actuales. Se debe facilitar la libertad de movimiento a través de las fronteras para el personal médico y humanitario. Deben levantarse las limitaciones para exportar suministros médicos a países particularmente vulnerables. Material médico, fármacos y EPI para los trabajadores de primera línea deben estar disponibles más allá de las fronteras nacionales.

Debemos rechazar de plano políticas que abandonan a la mitad de los pacientes del mundo frente a la pandemia sin acceso al oxígeno y a los cuidados intensivos disponibles en el norte global. Le necesitamos, leyendo este artículo, en cualquier parte del mundo, para denunciar las políticas que esperan que el sur se conforme con jabón y folletos que les dicen que se laven las manos. Debemos negarnos a aceptar que miles de personas que contraigan el COVID-19 deban morir por falta de oxígeno.


Christopher Stokes es analista humanitario de Médicos Sin Fronteras.

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