¿Hasta qué punto somos cómplices del deterioro de la democracia?
La trampa de la seguridad
Una parte importante de la población de la Alemania nazi «se dejó llevar por la corriente», ni opositores ni entusiastas al régimen. ¿Deja la ciudadanía que se fragmente la democracia en ciertos contextos?
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La escritora Géraldine Schwarz se aventuró hace unos años en un territorio complejo, el de aquellos alemanes que, durante el nazismo, se habían quedado en una especie de tierra de nadie. No eran oposición al régimen, no eran sus entusiastas seguidores, simplemente estaban allí. Eran quienes «se dejaron llevar por la corriente». En alemán existe una palabra que lo encapsula: mitläufer.
Los abuelos de Schwarz lo fueron, por una razón o por otra, como ella misma cuenta en Los amnésicos (Tusquets). «Los padres de mi padre no habían estado ni del lado de las víctimas, ni del lado de los verdugos. No se habían distinguido por actos de valentía, pero tampoco habían pecado por exceso de celo», cuenta ya en el primer capítulo. Pero ¿qué lleva a una persona a dejarse llevar por la corriente, a ser mitläufer?
Suelen, en este tipo de análisis, traerse a colación citas célebres, como la que se atribuye a Benjamin Franklin, uno de los llamados padres fundadores de Estados Unidos: «Quien renuncia a su libertad por seguridad no merece libertad ni seguridad». Si bien los padres fundadores de EE.UU. no son un patrón oro democrático que pase la prueba del algodón (dejaron fuera de su democracia a las mujeres, a pesar de figuras como la de Abigail Adams, y a las personas negras, siendo incluso algunos de ellos esclavistas), la frase de Franklin apunta una de las razones que habitualmente se esgrimen para explicar por qué se resquebraja la democracia. En tiempos turbulentos, la gente abraza la (falsa) seguridad, aunque eso les cueste derechos esenciales.
Benjamin Franklin: «Quien renuncia a su libertad por seguridad no merece libertad ni seguridad»
¿Es lo que está ocurriendo ahora mismo? Los estudios muestran que la democracia está en un momento crítico a nivel global. «La credibilidad e integridad de las elecciones está bajo asedio en todo el mundo», explica a El País el secretario general de IDEA Internacional, Kevin Casas Zamora. Existe la «presencia muy marcada de esfuerzos deliberados de desinformación para subvertir la credibilidad», apunta el experto. La democracia —como concluye el último informe de IDEA Internacional— está «en apuros, estancada en el mejor de los casos y en declive en muchos lugares».
También va en esa línea un informe de la Universidad de Southampton, que ha descubierto que la confianza en las instituciones democráticas está retrocediendo. Han analizado la situación entre 1958 y 2019 y han confirmado esta caída, un signo de alarma, advierten, de los riesgos de un uso potencial del poder de forma autocrática en un futuro no tan lejano. «Las tendencias de baja confianza política suelen asociarse con el apoyo a partidos y líderes populistas que claman contra el establishment político», indica Viktor Valgarðsson, el investigador principal. «Esto también complica la respuesta de los gobiernos a crisis como el cambio climático o la pandemia de covid-19», suma.
Europa está lejos de ser una excepción a estas tendencias. De hecho, ya se están viendo pruebas tangibles de la compleja situación, como el ascenso de la extrema derecha en diferentes procesos electorales. Las recientes elecciones en Rumanía, con interferencias rusas y estadounidenses y muchas dudas por parte de la población, es otro ejemplo concreto. Francia, Italia o España son algunos de los países en los que los investigadores de la Universidad de Southampton han detectado una caída en la confianza parlamentaria.
Francia, Italia o España son algunos de los países que han sufrido una caída en la confianza parlamentaria
La investigación State of Democracy, que presentaba Ipsos hace unos meses, identifica a la polarización política, la desinformación y la sensación de ineficiencia de las instituciones por parte de la sociedad como las piezas clave para la pérdida de confianza en la democracia.
Aunque registraban una «ligera mejora» interanual, el 51% de la población tanto de España como de Italia y el 55% de la de Francia se muestran descontentas con cómo funciona la democracia en sus respectivos países. Como señala las conclusiones del informe, puede que la evolución democrática en España haya «sentado las bases de un próspero sistema de bienestar», pero una de cada dos personas en el país siente que el funcionamiento de la democracia se ha deteriorado en los últimos cinco años.
Por eso, quizás, la República de Weimar está teniendo su momento. Volviendo a esos alemanes que se dejaron llevar por la corriente, ahora se intenta comprender mejor qué fue lo que pasó y si se podría haber evitado. Como explicaba la exposición Tiempos Inciertos, que se pudo visitar hace unos meses en CaixaForum, en su colapso entraron en juego muchos factores. El contexto económico (el crack del 29 bloqueó el acceso de la república a los préstamos estadounidenses, por ejemplo) o el papel favorable de los círculos de poder a la autocracia impactaron, pero también lo hicieron la desinformación y la propaganda.
«La clave es que el fracaso de la República de Weimar no fue imparable, sino que siempre hubo oportunidades y posibilidades de ir en una dirección diferente y de cambiar de rumbo. También la pregunta acerca de por qué estas oportunidades se dejaron pasar», advierte, sin embargo, el historiador Volker Ullrich, que acaba de publicar El fracaso de la República de Weimar, en un reportaje.
Es la alerta a navegantes para el presente y el futuro cercano. Los derechos civiles y la democracia podrían ser más frágiles de lo que en el cierre del siglo XX se daba por sentado.
Un editorial reciente publicado en Science Advances suma otra cuestión, la de cómo el cerebro humano es capaz de acostumbrarse al deterioro de la democracia. «Los autores señalan evidencias empíricas de habituación del cerebro y de generar sesgos cuando hay una constancia de fenómenos autoritarios que progresivamente suscitan menos reacción», le explica a SMC España Fernando Broncano Rodríguez, catedrático emérito de Lógica y Filosofía de la Ciencia en la Universidad Carlos III de Madrid. «Es algo similar, en una escala menos preocupante, a cómo en un parque en el que no se recoge la basura se tiende progresivamente a no cuidar el tirar desperdicios, mientras que ocurre lo contrario cuando el parque está cuidado y limpio», suma.
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