Siglo XXI

Lluís Bassets: «Si los partidos no saben convivir, la sociedad tampoco»

El periodista y escritor reflexiona sobre la fractura social que reina en nuestro país y analiza el estado de salud de las democracias del mundo.

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05
agosto
2019
Fuente: El País

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Tras casi cuatro décadas ejerciendo bajo la cabecera de El País, el periodista y escritor Lluís Bassets (Barcelona, 1950) es ya una eminencia del periodismo. Actual adjunto a la dirección de este periódico a cargo de la edición de Cataluña, ha publicado diferentes libros de análisis como ‘El año de la revolución. Como los árabes están derrocando a sus tiranos’ (2013), ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (2014) o el reciente ‘La rebelión interminable. El año de la secesión catalana’ (2018). Todos ellos son un reflejo de su ferviente interés por la política nacional e internacional, que siempre disecciona con rigor y sentido crítico. Ahora, lo hace también a través del digital catalán ‘Política i prosa’, un medio que ha fundado «para que las personas profundicen en los temas de real interés», defiende. Nos reunimos con él en el Palau Macaya de La Caixa en Barcelona, donde Bassets reflexiona sobre los nacionalismos, los populismos y la urgente necesidad de convivencia en nuestras fragmentadas sociedades.

Existe un gran desencanto en la ciudadanía. Parece que la política se evapora.

Sí, como si se hubiera alejado de la realidad y se hubiera convertido en una esfera aparte caracterizada por el enfrentamiento, la división y la corrupción.

¿Qué consecuencias tiene toda esta desafección e indiferencia?

Da lugar a disfunciones muy graves. Entre otras cosas, nos lleva a la devaluación de las instituciones y a la pérdida de libertades. Además, erosiona el valor de la democracia y amplía el espacio del autoritarismo. Hoy en día, existe una gran dificultad para que la gente mantenga la confianza en las instituciones. La crisis de la democracia representativa es definitiva.

Pero podemos buscar una forma de democracia más directa.

Esta salida puede intentarse, pero son formas de orden retórico y teatral que, si llegan hasta el final, terminan con la imposición de una autoridad no democrática. La democracia y su calidad la deben garantizar las personas y los ciudadanos, que son quienes crean y alimentan las instituciones de buenas prácticas de exigencia, control y denuncia.

¿No sucede más bien lo contrario?

Es el marco actual del mundo globalizado. Por un lado, mucha gente se ha incorporado a la vida social, a la educación y al bienestar, lo cual significa que la democracia ha funcionado. Sin embargo, por otro lado, las instituciones se han ido deteriorando. Y ahora parece que los modelos que ‘funcionan’ son los autoritarios. Por ejemplo, China: resulta evidente que está funcionando el sistema político.

¿Se refiere a lo que se denomina ‘democracias iliberales’?

No, porque China no lo es. Las democracias iliberales son el resultado de un intento de corrección populista de las democracias liberales. Surgen cuando la democracia representativa no funciona adecuadamente, como en Polonia, Hungría y Turquía, donde todavía tienen un componente democrático y cierto pluralismo. Es decir, en esos países la política sigue existiendo, aunque de forma muy autoritaria. Son regímenes iliberales en grados distintos.

«La democracia pura no existe, es evanescente»

Y Venezuela, ¿es una dictadura?

Se puede decir, pero no existen muchas dictaduras donde se den manifestaciones de la oposición como las que se han dado en los últimos meses. Ni tampoco demasiadas dictaduras en las que Jordi Évole pueda entrevistar al dictador con tanta desenvoltura como hizo. Venezuela está ya en un grado ínfimo, pero más que por el sistema político, por el deterioro de la economía y del bienestar de las personas.

En este sentido, el actual marco internacional, tan complejo y líquido, ¿exige una nueva interpretación de la política?

Sí. Ahora mismo vivimos una situación de multipolaridad. Es decir, ¿qué régimen tiene capacidad para tomar decisiones con rapidez y eficacia sin grandes espasmos ni convulsiones? Lo dije antes: China. Y también Rusia y Arabia Saudí. Son países que poseen mucha fuerza porque, además, casi no albergan problemas internos. El resto, incluso EE. UU., tiene gran dificultad para gestionarse internamente. Por tanto, la política se ha transformado en un territorio de una enorme complejidad que requiere unas formas de educación y autoeducación, de conciencia y participación mucho más sutiles que antes.

Parece contradictorio. Se requieren formas nuevas de educación política, pero el cansancio aumenta entre la ciudadanía. Se tensa la cuerda. ¿Cómo revertir esa dinámica?

No tenemos más remedio que revitalizar el núcleo básico de la política, porque antes que nada, la política es convivencia y vivimos en sociedades divididas. La nuestra no es una excepción. En estos momentos, la división y la polarización de la sociedad británica por el Brexit, las expresiones de menosprecio en los dos lados, son iguales que aquí. En Francia y en Alemania sucede lo mismo; también en EE.UU. con el trumpismo y el antitrumpismo. Es decir, si los partidos políticos no saben convivir, la sociedad tampoco.

En este sentido, la situación en Cataluña, que marca tanto la agenda política, ¿sería una manifestación más de este incierto escenario global, o más bien un conflicto local y propio?

Ambas cosas. Es nuestra aportación propia a este panorama global de fragmentación. División de la sociedad significa división política, dificultad para gobernar y formar mayorías para gestionar juntos los problemas. Por ejemplo, un grave problema que ha descubierto el independentismo es que todo su planteamiento de lograr la independencia estaba basado en la premisa de una sociedad no dividida, es decir, cohesionada por un mínimo de proyecto común.

¿Y el ‘procés’ ha roto esa cohesión?

Exacto. Se partía de la base de que la sociedad era un único pueblo. Por ejemplo, los hijos y nietos de inmigrantes recientes admitían la preeminencia del catalán. Pero los independentistas no se dan cuenta de que la velocidad y la intensidad del ‘procés’ ha roto esto. Éramos una sociedad unida, pero nos hemos convertido en una sociedad fragmentada como la americana, la británica, la francesa y la alemana. Y además, con la imposibilidad de que este proyecto desemboque en algo bueno, porque en una sociedad partida ya no lo puedes hacer. Esa es la gran incógnita que nos afecta a todos: qué debemos hacer con todo esto y cómo gestionamos la división. Además, todavía queda la sentencia del juicio. Ahora mismo, reina una sociedad polarizada. Existe, sin embargo, un territorio intermedio. Y es importante que este espacio sobreviva y sea fértil. Hay una cuestión relevante: ante esta fragmentación ya no hay fórmulas generales ni programas que sirvan para crear partidos de masas. Si se puede reconstruir, debe ser desde abajo. Uno por uno.

«Los populismos fallan porque la democracia no existe sin Estado de derecho»

¿Esta es la razón por la que ha fundado el digital ‘Prosa i Política’ junto con otros compañeros?

Decidimos crear un espacio de encuentro para que las personas dialoguen y profundicen en los temas de interés. Es nuestra manera de trabajar por la convivencia. Volver a encontrar formas para que todo el mundo pueda discrepar sin caer en la división, porque apenas nos escuchamos los unos a los otros, tan solo queremos confirmar nuestros prejuicios. Incluso hemos llegado a un punto en el que ya no queremos ni escuchar los argumentos.

¿Los medios somos responsables de esta confrontación?

Sí, sobre todo los medios públicos que se ponen al servicio de causas sectarias, creando burbujas identitarias, ideológicas y argumentales. También se organizan espacios comunitarios, privacidades colectivas separadas del conjunto, como los grupos de wasap o los seguidores del Twitter. De aquí surge este tipo de autoconfirmación ideológica, incluso la capacidad de acción política y de difusión de consignas muy fragmentadas que el conjunto de la sociedad no advierte hasta que se topa con las consecuencias.

¿La doble cara de las tecnologías?

Sí. Ofrecen una posibilidad enorme de acción democrática porque democratizas un medio de comunicación y organización. Pero a veces la manipulación es demasiado frecuente. Son casi tecnologías populistas en su misma estructura. La mentira absoluta sería la ‘democracia tecnológica’, que pretende que tomemos decisiones a través de las tecnologías. Esto sería la aberración máxima.

Sin embargo, fue la gran promesa de la revolución digital: internet como paraíso de la libertad y símbolo de la democracia pura.

La democracia pura no existe, es evanescente. De hecho, la democracia no tiene suficiente con cuantificar los deseos, sino que debe organizarlos política y jurídicamente. En este sentido, los populismos fallan porque la democracia no existe sin Estado de derecho. Ahora bien, eso no significa que el Estado de derecho deba de ser tan rígido que impida ciertas formas de participación que incrementen la capacidad de crear consensos y acuerdos. En resumen, somos tantas personas las que convivimos, que necesariamente la democracia debe ser representativa.

Hemos vivido, quizá, el juicio más importante de la historia de la democracia española. Usted ha hablado de la crisis y la falta de confianza en las instituciones. En ese sentido ¿cree que España tiene tradición democrática?

Históricamente, a pesar de los complejos hispánicos, España tiene tradición democrática liberal. Y tiene mucha, si lo observamos bien, porque proviene de las Cortes de Cádiz. En España, todo el liberalismo decimonónico, en tantos aspectos fracasados, fue el que impulsó el liberalismo latinoamericano.

Hay quien piensa que España tiene más bien una tradición autoritaria.

Tiene tradición democrática y autoritaria. Ambas. Pero como Francia, Alemania y el Reino Unido, que es el país donde existen las instituciones democráticas más antiguas y sólidas. Asusta recordar cómo gestionó Reino Unido la descolonización de India y Pakistán, ya que hay episodios profundamente lamentables y autoritarios.

«Está claro que Ciudadanos no forma parte del consenso catalanista pero ¿nos hemos preguntado el porqué?»

Los populismos que acechan, ¿expresan un malestar o señalan una politización en la sociedad de la indiferencia?

No se pueden caracterizar los populismos en blanco o negro. Los populismos, incluso el más desagradable, posee elementos positivos porque en cierta medida señalan una enfermedad, aunque no son la patología misma. Por tanto, nos advierten. Que la gente se autoorganice en plataformas cívicas y movimientos sociales que pretenden superar a los partidos tiene un aspecto de reacción. Y debemos leerlo bien. Otra cosa distinta es fomentarlo, porque son los partidos quienes deben ser capaces de asumir el papel que se les presupone.

Parece que muchos movimientos populistas repiten los vicios de los partidos cuando se organizan un poco.

Lo vemos en los partidos más nuevos como Ciudadanos y Podemos. También en Vox, que no reproduce los viejos vicios, sino los peores.

¿Todo lo vivido en Cataluña en los últimos años —desde el 2017— se puede definir como una reacción populista?

Sí, no tengo ninguna duda, pero estas reacciones requieren lecturas complejas y ricas; no interpretaciones unidimensionales de negación y rechazo, que además son inútiles. Debe comprenderse el porqué. Si observamos con rigor, advertimos que no debe responsabilizarse del mal funcionamiento del actual sistema político a los populismos, sino a los partidos que han dejado el espacio para que los populismos surjan. Es un poco lo que yo siento cuando en Cataluña afloran las lamentaciones por la fuerza de Ciudadanos. Se suele decir de Ciudadanos que no forma parte del consenso catalanista. Claro que no forma parte pero, ¿nos hemos preguntado el porqué? Lo único que hacemos es blasfemar sobre lo que no nos gusta para exculparnos de las responsabilidades de su surgimiento. Y lo mismo puede decirse de Podemos y de Vox.

Una última pregunta: de Vox parece todo muy premeditado.

Vox es una reacción muy estudiada, saben que las capas menos educadas de la sociedad española son muy sensibles a temas como la independencia o la inmigración.

¿Y si los partidos no son capaces de dar respuesta a estas cuestiones?

La demagogia extremista de Vox se las dará.

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