Sociedad

El revolucionario testamento de Abigail Adams

Gracias a su matrimonio con el segundo presidente de Estados Unidos, Abigail Adams pudo convertirse en una de las primeras damas inaugurales. La historia de Adams, sin embargo, no es solo la de una secundaria histórica: también es la de una de las primeras activistas de los derechos de la mujer.

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12
abril
2022
Abigail Adams retratada por Gilbert Stuart (c. 1812).

¿Puede ser un testamento un acto político? Es probable, aunque en el caso de Abigail Adams, la segunda primera dama de la historia de Estados Unidos, es evidente. Su último acto constituye una muestra nítida de una de sus más profundas preocupaciones –la situación de las mujeres– y del rechazo a las normas de la época en la que le tocó vivir. 

Cuando Adams decidió hacer testamento en el año 1814, poco antes de morir, las mujeres casadas no tenían personalidad jurídica en Estados Unidos y en aquellos países conectados –de una manera u otra– a Reino Unido: una vez que contraías matrimonio, todos tus derechos pasaban a depender de tu marido, que era quien tenía personalidad jurídica y quien, por tanto, asumía el control de todas las propiedades que aportaba la esposa. A no ser que se hubiese firmado previamente un documento legal estipulando que la mujer salvaguardaba el control de sus propiedades –como ocurrió con algunas de las de las hermanas de Adams, influenciadas por la primera dama–, esta nunca podía disponer a su antojo de ellas. 

A Abigail Adams, sin embargo, esto le importó más bien poco. Puede que legalmente todo fuese de su marido, pero para ella su fortuna era suya y de nadie más: ella misma la había ido construyendo a lo largo de su matrimonio, haciendo diferentes –y en ocasiones arriesgadas– operaciones; suya, pensó, sería la decisión de a quién iría. Adams la repartió entonces entre sus parientes femeninas, favoreciendo de forma especial a su sobrina Louisa, soltera, y a quien sin fortuna propia le esperaría un inestable futuro de acogida en las casas familiares. Ninguno de sus parientes masculinos, más allá de sus dos hijos supervivientes, recibió un solo dólar de su testamento. 

En aquella época, las mujeres casadas no tenían personalidad jurídica en los países anglosajones

«Sabía que la costumbre y la ley ponían a las mujeres en una posición más precaria que la de los hombres y había vivido lo suficiente para ver esa vulnerabilidad aumentar de forma importante», escribe su biógrafo Woody Holton, en Abigail Adams. Pero sus decisiones testamentarias no fueron solo pragmáticas; constituyeron también una forma de activismo, ya que como recuerda Holton, «a lo largo de su vida adulta, [Adams] había denunciado la subyugación de las mujeres a manos de los hombres y uno de sus más persistentes agravantes había sido la prohibición de que las mujeres casadas tuvieran propiedad personal». 

Abigail Adams no fue una figura feminista de la talla de Mary Wollstonecraft, pero su preocupación por la situación de las mujeres y la influencia política que tuvo en su época sí la convierten en una protofeminista; es decir, en uno de los nombres a tener en cuenta cuando se habla de la historia de los derechos de la mujer. 

Historias de matrimonio

Adams había nacido en un pequeño pueblo de Massachusetts en 1744, cuando el territorio todavía formaba parte de la corona británica. Su padre era un pastor que se había casado con una mujer de una familia bien acomodada, lo que le había proporcionado no solo una posición económica decente, sino también unos buenos vínculos sociales. Cuando tenía 20 años, Abigail, que aún conservaba su apellido original, Smith, se casó con un abogado llamado John Adams; lo hizo tras un noviazgo bastante largo: sus padres, como explica su biógrafo, posiblemente hubieran deseado un mejor partido. 

En retrospectiva, no obstante, John Adams sí fue un «buen partido»: se acabaría convirtiendo en uno de los padres fundadores de Estados Unidos, llegando a ser el segundo presidente de la historia del país. Las muchísimas cartas que dejó la pareja Adams también dejan ver que la relación personal fue buena y, sobre todo, que el matrimonio tuvo mucho de colaboración entre iguales. 

Gracias al papel que ocupó el presidente en la historia estadounidense, Abigail Adams pudo acceder a una posición esencial en la historia del país. Cierto es que no publicó manifiestos ni escribió novela o ensayo alguno, pero sus opiniones se movían en un círculo familiar y de amigos que era, justamente, el de la élite política. Considerar a Abigail Adams una mujer política es, por tanto, incuestionable. De hecho, ella misma estuvo presente en escenarios fundamentales de la agenda política de su momento.

Además del acceso de la mujer a la propiedad privada, algo contra lo que se rebeló de forma activa, Abigail Adams reclamaba el acceso de la mujer a la educación. Ella misma tuvo bastante de autodidacta, usando su círculo de amistades y el constante intercambio de cartas como una oportunidad para mejorar sus conocimientos. También pediría más derechos políticos. Si se ha de destacar una carta de Adams es la que envió en 1776 a su marido, en la que le urgió a que «recordasen a las mujeres» durante el Congreso Continental que fue el germen de Estados Unidos tal como hoy lo conocemos. Puede que la carta, como recuerda Woody Holton, estuviese destinada a un único y concreto lector, pero Adams pedía, de forma clara, que se diese a las mujeres sus propios derechos y lo hacía a quien estaba tomando las decisiones legales en ese momento. 

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