Sergio del Molino

Las amistades siempre deben ser la parte dulce de la vida, no una prolongación de la amarga. Sin reproches ni rencores.

Los horrores urbanísticos han dejado a España irreconocible, sepultada tras innumerables y crueles capas de hormigón.

Creer en el mérito como base social significa rechazar la jerarquía impuesta por los apellidos y las rentas heredadas.

No me importaría ser reducido al padre de Daniel. Su existencia da por justificada la mía, la satura de sentido.

Para sociedades como la nuestra, el judaísmo es una religión con un carácter prácticamente antirreligioso.

Con frecuencia olvidamos que la soledad es también una conquista democrática.

Su fracaso es el fracaso de la democracia parlamentaria, dejando la escena expedita para quienes no creen en ella.

Lejos de rozar lo magnífico, lo que importa de un libro es que huela a su autor, que transmita ese aroma, esa manía.

El escritor reflexiona sobre la España urbana y la rural a la vez que ahonda en «la fragilidad política» que vivimos.

La adolescencia perpetua es una maldición que acaba entronizando como profecías chorradas como 'No mires arriba'.

En la actualidad, los traspiés no dejan huella ni en quien los comete: basta con confesar el error, y a otra cosa.

Al público solo se le atrae con hedonismo: uno debe compartir una obra no porque sea necesaria, sino porque aporta algo.

No es extraño que los niños den lecciones de dignidad y adultez a una sociedad histérica e infantilizada.