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La violencia familiar en la mitología

Esto pasa en las mejores familias

Parricidios, rivalidad fraterna, asesinato de hijos… La mitología está plagada de crueldad doméstica, una advertencia clara a las consecuencias de seguir nuestros peores instintos.

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22
septiembre
2025

Decía Isaac Asimov que la violencia es el último refugio del incompetente. Si hay que tomarle la palabra, la mitología está plagada de incompetentes. Las pasiones que asolan a los personajes de los mitos desembocan con facilidad en conflictos que arrasan violentamente con todo y que destruyen el destino de los protagonistas o de sus víctimas.

Y, muchas veces, los lazos familiares, lejos de proteger contra la violencia, se convierten en una fuente de conflicto. Al fin y al cabo, la envidia, la rivalidad, los celos, la dominación masculina o los favoritismos son vicios que encuentran en las relaciones de parentesco y afectivas un caldo de cultivo propicio.

Los mitos explotan esa realidad y advierten de las consecuencias más extremas de dejarse llevar por estas hostilidades, que animalizan al ser humano y lo desconectan de su dimensión más racional.

En La violencia y lo sagrado, René Girard señala que «algunos estudios recientes sugieren que los mecanismos fisiológicos de la violencia varían muy poco de un individuo a otro, e incluso de una cultura a otra. Según Anthony Storr, en Human Agression, nada se parece más a un gato o a un hombre encolerizado que otro gato u otro hombre encolerizado». Sin embargo, advierte Girard, aunque se diga que la violencia es irracional, esto no quiere decir que carezca de razones.

La mitología ofrece varias justificaciones como explicación. Una de ellas, casi fundacional del mundo si atendemos al Génesis, es la rivalidad entre hermanos. En el mito de Caín y Abel encontramos el primer fratricidio de la historia causado por envidia.

Como explica Girard, «en el Antiguo Testamento y en los mitos griegos, los hermanos son casi siempre unos hermanos enemigos». También son rivales Eteocles y Polinices, hijos de Edipo, cuyo conflicto es contado en Las fenicias de Eurípides y en Los siete contra Tebas de Esquilo.

La rivalidad de Eteocles y Polinices, hijos de Edipo, subraya una absurda espiral de violencia

En este caso, el mito subraya la absurda espiral en la que la violencia sume al ser humano. «Todos los gestos, todos los golpes, todas las fintas, todas las paradas se reproducen, idénticas por una y otra parte, hasta el final del combate. […] Polinices pierde su pica y Eteocles pierde la suya. Polinice es herido, Eteocles también», narra Girard.

Y sigue reflexionando sobre la simetría que provoca la violencia que despoja de razón al que la ejerce y añade que «la destrucción de las diferencias aparece de manera especialmente espectacular allí donde la distancia jerárquica y el respeto son, en principio, mayores, entre el padre y el hijo, por ejemplo».

Esto se ve reflejado en el parricidio que comete Edipo contra su padre Layo en Edipo Rey de Sófocles. El dramaturgo griego «hace pronunciar a Edipo muchas palabras que revelan hasta qué punto es idéntico a su padre, en sus deseos, en sus sospechas, en las acciones que emprende», explica Girard. «Si Edipo acaba por matar a Layo, fue Layo el primero en esforzarse por matarle, Layo el primero que alzó su brazo contra Edipo en la escena del parricidio. Estructuralmente, el parricidio se inscribe en un intercambio recíproco», advierte.

Pero más escándalo todavía que el asesinato de un padre provoca el hecho de dar muerte a los hijos. La Medea de Eurípides acaba con la vida de su descendencia para vengarse de Jasón, que la traiciona casándose con otra mujer para obtener más poder.

Para Girard, este mito destaca el fenómeno por el cual «la violencia insatisfecha busca y acaba siempre por encontrar una víctima de recambio. Sustituye de repente la criatura que excitaba su furor por otra que carece de todo título especial para atraer las iras del violento, salvo el hecho de que es vulnerable y está al alcance de su mano».

«En la Medea de Eurípides, el principio de la sustitución de un ser humano por otro ser humano aparece bajo su forma más salvaje. Asustada por la cólera de Medea, la nodriza pide al pedagogo que mantenga a los niños alejados de su madre: “Yo sé que su furor no se apaciguará antes de haber golpeado a una víctima. ¡Ah, que se trate por lo menos de uno de nuestros enemigos!”. Medea sustituye con sus propios hijos el auténtico objeto de su odio, que queda fuera de su alcance», explica en La violencia y lo sagrado.

Los mitos quieren con esto subrayar una verdad elemental de la naturaleza de la violencia: cuando no es satisfecha, se almacena hasta el momento en que desborda con los efectos más desastrosos. De hecho, la locura cegadora es otra de las fuentes de violencia presente en la mitología.

Ocurre en La locura de Heracles, cuyo protagonista asesina a su mujer y sus hijos cuando cree reconocer en ellos nuevos o antiguos enemigos y, cediendo a un impulso demente, los sacrifica a todos. También se produce en el mito de Dionisio, que induce un frenesí extático en la ciudad de Tebas para obligar a su culto. Esta embriaguez indujo a las bacantes, incluida Ágave, madre de Penteo, a despedazar a su propio hijo creyéndolo un león.

«La violencia en la literatura griega se ejerce de forma casi indiscriminada», reflexiona Thomas G. Palaima

En definitiva, es evidente que la mitología no dulcifica la violencia y la crueldad en sus formas más macabras. «La violencia en la literatura griega se ejerce de forma casi indiscriminada. Sus objetivos incluyen a hombres y mujeres nobles, viejos y jóvenes, fuertes y débiles», reflexiona Thomas G. Palaima en The Foundations of Violence in Ancient Greek Literature.

Para el profesor de la Universidad de Texas, esta obsesión de los mitos no es más que la manera de exponer de manera descarnada las peores posibilidades del ser humano, para advertirle de las consecuencias de sus seguir sus más bajos instintos.

«La Medea de Eurípides nos atrae ahora no como una película de terror poco realista, sino porque nosotros, al igual que los antiguos griegos, entendemos que el mundo es un lugar violento y nos conviene saber qué conduce a actos violentos que solo parecen haber sido descartados por fuertes principios y tabúes sociales, religiosos, educativos y legales», concluye.

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