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Polifemo y otros monstruos de la mitología griega

Allende su condición –no siempre así– de bestia aterradora, el monstruo es una encarnación simbólica que expresa el miedo colectivo, aquello que se sale de la tranquilidad ordinaria.

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28
julio
2025

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Los monstruos siempre han ocupado un lugar nuclear en la mitología de los pueblos. Allende su condición –no siempre así– de bestia aterradora, el monstruo es una encarnación simbólica que expresa el miedo colectivo, aquello que se sale de la tranquilidad ordinaria. En muchos casos, son pruebas para los héroes o serias advertencias para los curiosos desprevenidos. Como veremos, Polifemo, el cíclope homérico, despunta como figura arquetípica. Por supuesto, no está solo. En la mitología helena, como en cualquier otra, pululan criaturas igualmente inquietantes.

Polifemo

Polifemo aparece en el canto IX de la Odisea. Es un cíclope, una criatura gigantesca con un solo ojo en medio de la frente que cuenta con una fuerza descomunal. Lleva una vida solitaria en una cueva y sus días transcurren mientras cuida de un rebaño de ovejas. Desconocedor de las costumbres más básicas de la civilización, Polifemo devora sin vacilación a los hombres de Ulises.

El episodio, por supuesto, ofrece mucho más que un banquete de violencia gratuita. Polifemo representa el caos, el estado salvaje. Y, en esta medida, es víctima de una inteligencia que lo supera, la de Ulises. El héroe no lo somete a través de la fuerza, sino con astucia. Lo emborracha, lo engaña con un nombre falso («Nadie»), y lo deja maltrecho tras cegarlo con una estaca. La escena tiene un tono casi mefistofélico, un cóctel de crueldad, burla y lucidez. El monstruo no fallece, pero sí queda reducido a un ser ridículo que no tiene otra alternativa que invocar en vano el nombre de su padre, el dios Poseidón.

En este caso, al margen de la apariencia física y de su antropofagia, la monstruosidad de Polifemo estriba en su incapacidad para comprender las reglas del mundo humano. En consecuencia, su ojo único –símbolo de una visión limitada– no le capacita para ver la trampa que el héroe cierne sobre él.

La monstruosidad de Polifemo estriba en su incapacidad para comprender las reglas del mundo humano

Quimera

Junto al cíclope, la quimera es uno de los monstruos más fascinantes del imaginario griego. Según la tradición, era una criatura con cabeza de león, cuerpo de cabra y cola de serpiente que, por si fuera poco, escupe fuego. Con un resabio que evoca a Polifemo, la quimera no es únicamente una amenaza física, es también una muestra que rompe el orden natural al tratarse de una amalgama de animales incompatibles.

La quimera encarna el miedo a lo otro, a lo desconocido. Es una criatura que no puede ser clasificada y esto, como sabe todo buen amante de las películas de terror, la hace más inquietante. Belerofonte, montado sobre Pegaso, logra terminar con su vida. Pero su victoria no es gratuita. Enfrentar a la quimera supone mirar de frente el sinsentido, atisbar el caos (desorden) que encierra el cosmos (orden).

Esfinge

La esfinge, con cuerpo de león, alas de ave y rostro de mujer, custodia las afueras de Tebas. No mata por instinto, sino por intelecto. Plantea un enigma a los viajeros: «¿Qué ser camina a cuatro patas por la mañana, dos al mediodía y tres por la tarde?». Quien falla al responder, muere. El monstruo aquí no es solo fuerza o caos, sino sabiduría bella –se dice que cantaba las palabras con suma hermosura– y maliciosa.

El Edipo de Sófocles logra resolver el enigma (el humano), ocasionando la autodestrucción de la esfinge. Sin embargo, el triunfo es amargo. Al descifrar el enigma tropieza sin saberlo con otro más complejo, el de su propio destino trágico.

Escila y Caribdis simbolizan la imposibilidad vital de evitar el daño

Escila y Caribdis

Cuando Ulises navega entre Escila y Caribdis, se enfrenta a dos formas del terror: la una, una criatura de múltiples cabezas que devora marineros desde una cueva alta; la otra, un remolino que traga barcos enteros desde las profundidades. No se pueden evitar ambas, por lo que la elección es forzosa: asumir la pérdida de algunos hombres o arriesgarlo todo. Es una situación sin salida limpia.

Escila, con sus seis cabezas prestas a devorar, es una figura de pesadilla. Caribdis, en cambio, es más abstracta. Es un abismo que absorbe y destruye. Juntas parecen simbolizar lo trágico de ciertas decisiones: a veces, el monstruo es la imposibilidad vital de evitar el daño. En ocasiones, la pérdida es inevitable.

Los monstruos como reflejo

Los monstruos no son solo un entretenimiento para entusiastas del mundo antiguo (piénsese en aquellos que forman parte de nuestro propio imaginario). Cada uno representa con formas extremas nuestros miedos más persistentes, como la barbarie, el caos, el conocimiento peligroso o la inevitabilidad del destino.

Los monstruos mitológicos, con toda su violencia y ambigüedad, siguen hablando al presente. Son figuras que cabalgan a horcajadas entre el mito y la psique. Nos enseñan que el miedo no desaparece, nunca se elimina del todo. Y en ese residuo que persiste –esa sombra que permanece aun cuando la historia ya ha terminado– radica precisamente el asombro que despiertan.

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