‘Matar al padre’: ¿una necesidad humana?
El concepto constituye uno de los mitos más antiguos respecto a la relación entre padres e hijos y la transición de la juventud hacia la edad adulta pero hoy, sin embargo, los expertos advierten de que puede ser obsoleto.
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No se trata solo de una expresión coloquial, sino de una concepción que va de lo universal a lo propio: ‘matar al padre’ representa la oportunidad que tienen los jóvenes para reafirmarse y madurar, así como para conocer de forma más profunda, lejos de las estructuras familiares impuestas, quiénes son ellos y quiénes son sus padres. Esto permite, de hecho, varias interpretaciones.
Este fenómeno ha ido cambiando junto con las distintas sociedades, algo especialmente evidente en los regímenes autoritarios, que suelen contar con estrictas estructuras familiares. Hoy en día, sin embargo, los jóvenes han adquirido un papel tan relevante en el espacio público que la oportunidad de «matar al padre» quizás haya quedado obsoleta.
La necesidad de enfadarse con los padres
La psicóloga Marisol Cortés, experta en terapia de juego para adolescentes y niños, explica que se trata de una situación clave en la vida de los jóvenes: mediante el alejamiento y el desafío a la autoridad establecida en casa, las personas pueden llegar a conocer mejor a sus padres para luego admirarlos de una forma más profunda y más completa. «Además de sano, ‘matar al padre’ es algo válido. Es una etapa en la que los adolescentes necesitan dejar de lado la dependencia psicológica, moral y emocional hacia sus padres. Es importante que se separen de ellos. Los adolescentes necesitan bajar a sus padres de ese amor tan profundo que los hace ver como si fuesen casi perfectos para después regresar a ellos después en una forma más completa y amorosa», explica la terapeuta.
Cortés: «Es una etapa en la que los adolescentes necesitan dejar de lado la dependencia psicológica y emocional hacia sus padres»
No obstante, Cortés advierte de que se trata de un fenómeno complejo. Pese a que el desafío a la autoridad parece ser una constante durante esa etapa, «los adolescentes también necesitan a sus padres para tener una contención emocional y un apoyo durante una época de numerosos cambios». ‘Matar al padre’ es, por tanto, «una clave para alcanzar la madurez», tal como asegura Cortés. Algo que en ocasiones es difícil: vivimos en una sociedad en la que se ha reprimido con fuerza la capacidad de enfado hacia los padres. Los impulsos adolescentes son vistos en no pocas ocasiones como una insensatez o una falta de respeto más que como parte de un proceso en el desarrollo de un chico que está transitando hacia la edad madura.
No ‘matar al padre’, de hecho, implica consecuencias. Un ejemplo se encuentra en el libro Adolescencia: el ‘self’ emergente y la psicoterapia, que relata el caso real de un chico de 13 años que comunica a su padre su deseo de dedicarse a reparar ordenadores. El adolescente le dice que colgará un anuncio en el diario local y el padre, a pesar de sus buenas intenciones, refuta la idea del chico. Lo mejor, le dice, es centrarse en los estudios y elegir una carrera universitaria con buena salida laboral. Solo así, sostiene, podrá tener una mejor perspectiva de futuro. No obstante, nada sale como ninguno esperaba: tras esa reacción, el niño abandona su proyecto, desoye el consejo del padre y, desmoralizado, se dedica a jugar a los videojuegos. «Lo que sucede en ese caso es que el niño perdió su primera noción de ser capaz de hacer algo solo, de ser suficiente para él mismo. Por eso es tan sano ‘matar al padre’: sirve para recuperar la confianza propia y el sentido de independencia», cierra Cortés.
Un fenómeno histórico
Desde una perspectiva educativa y no psicológica, ‘matar al padre’ es un fenómeno que seguirá existiendo siempre que exista una relación entre un hijo y sus padres. Al menos así lo defiende Alejandro Rodrigo Suárez, consultor familiar y autor del libro Cómo prevenir conflictos con adolescentes. Según Suárez, la adolescencia es una etapa caracterizada por la rebeldía y por la separación de las figuras paternas muy protectoras. «El adolescente es un niño en proceso de convertirse en un pequeño adulto. Es una persona haciendo ensayos sobre cómo será de mayor, por eso se salta las normas y expone las tensiones hacia sus padres», explica. Y recuerda que ya a Sócrates se le atribuye aquello de que «los jóvenes son unos tiranos, porque se comen la comida de los padres y son maleducados».
Suárez: «El adolescente es un niño en proceso de convertirse en un pequeño adulto»
A pesar de su antigüedad, es evidente que el concepto ha evolucionado, ya que la relación entre hijos y padres ha sufrido cambios drásticos. Suárez habla del «efecto péndulo»: un concepto acuñado por él mismo que explica que para alcanzar el equilibrio en las relaciones sociales hay que llegar hasta los extremos para que, así, poco a poco, todo tienda hacia el balance deseado. «Venimos de una España no tan lejana [en referencia al franquismo] en la que las estructuras familiares se basaban en la hostia [sic] y en un sistema normativo muy férreo; era un estilo educativo familiar muy autoritario. Una vez liberados de ese yugo parece que nos hemos ido al polo opuesto: ahora es como si todo estuviese permitido dentro de las relaciones familiares. En esa búsqueda del equilibrio, ahora mismo estamos en el extremo opuesto de donde veníamos», explica. Son los cambios radicales en los papeles de poder de los jóvenes en la sociedad por lo que podemos ver casos extremos en los que los adolescentes ejercen la violencia contra las figuras de autoridad.
Esta evolución es esencial para comprender la realidad actual. «Ahora mismo tenemos una grave crisis: ya no podemos ‘matar al padre’ sencillamente porque ese padre ya no está. Esa lucha tan necesaria, que finalmente llevaba a un equilibrio y hacia la determinación en la adultez, se mantuvo desde hace siglos, pero ahora mismo ya no es así», defiende Suárez. Tal como explica, la figura paterna era un símbolo de autoridad incluso aunque estuviese todo el día fuera trabajando.
Para él, el caso del padre negligente es grave, pero no el peor. Mayor gravedad reviste la figura del padre ausente: el que, aunque presente, ignora a los hijos, haciendo de todo para demostrarles que no son importantes para él. «Lo que le pasa a muchos adolescentes hoy en día es que sienten que no son importantes en la vida de sus padres, lo que causa un daño irreparable. Ahí es cuando sucede el abandono físico y emocional». Y ello conlleva un problema fundamental: se priva a los adolescentes de ‘matar a su padre’; es entonces cuando la violencia puede hacerse efectiva.
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