Sociedad

¿Tenemos un inconsciente colectivo?

Jung popularizó el término del «inconsciente colectivo» ya presente en algunas de las culturas y religiones ancestrales. Pero ¿existen realmente las neurosis colectivas?

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17
marzo
2023

La psiquiatría no sería lo que es hoy sin los avances en farmacología y el trabajo vertebral de Carl Gustav Jung y Sigmund Freud. Más allá de la validez científica de sus propuestas, en 1916, Jung publicó el ensayo La estructura de lo inconsciente, donde recopiló su investigación hasta el momento sobre la génesis del inconsciente. El médico y ensayista suizo trazó dos niveles. El primero de ellos es, quizá, el más evidente, al que llamó el «inconsciente personal», semejante en algunos aspectos a las propuestas freudianas. Pero el segundo supuso una pequeña revolución en el contexto clínico y filosófico. Se trata del «inconsciente colectivo».

Con un poco de pensamiento hegeliano, otro de inspiración oriental y, en buena medida, la inspiración de Freud –y su creencia en un antepasado ancestral del ser humano seguía influyendo en las mentes de sus sucesores—, la idea del «inconsciente colectivo» hace referencia a aquellas tendencias, patrones, fobias, represiones o imágenes que emanan del origen de la especie y que complementan a la intuición biológica.

Jung comenzó a percatarse de que existía un patrón vigente entre ciertos pensamientos y formas de entender el mundo de las personas de su tiempo histórico con las creencias del pasado remoto cuando, tras recopilar información sobre algunos de sus pacientes, se dio cuenta de que sus planteamientos invocaban la mitología de culturas remotas. Y observó, además, otro principio: las creencias se repetían en pueblos que, en principio, la arqueología negaba que pudieran haber tenido contacto entre sí.

De esta manera, la tradición popular, la mística y los sistemas de creencias de la miríada de pueblos de los cinco continentes se interconectó ante sus ojos. La unión entre ese legado de imágenes y creencias que se perdía en la espesura de la prehistoria y la reacción psicológica de los individuos propició la tesis de que al igual que existía un «consciente individual» y un «consciente colectivo» (compuesto, este último, por la idiosincrasia del momento histórico) había también un «inconsciente individual» que se nutre, a su vez, del «inconsciente colectivo».

En esta exploración, el médico suizo tuvo que redefinir para la psicología el concepto del «arquetipo», que llevaba usándose, al menos, desde Platón. La etimología de la palabra ya desvela su contenido: «fuente de modelos». En eso consisten los arquetipos junguianos: imágenes y patrones arcaicos que siguen permanentes, de alguna manera, en nuestra psique individual, que complementan al instinto natural (aunque esta complementación no siempre es positiva, en ocasiones es opuesta) y que manipulan la actividad consciente individual, influyendo considerablemente, a través de esta, en la colectiva.

Los arquetipos ‘junguianos’ son imágenes y patrones arcaicos que siguen permanentes, de alguna manera, en la psique individual

Por simplificar mucho la cuestión, si a cualquiera de nosotros nos desposeyeran de las referencias mentales que constituyen la conciencia de una identidad individual perderíamos el sentido de nuestro contexto histórico y social, la noción de cuanto somos, pero, una vez vaciadas nuestras mentes, solo la memoria mantendría su carácter vacío, de tabula rasa, no nuestra actitud. Al interactuar con el entorno, iríamos manifestando una serie de acciones y creencias que se corresponderían con las que se repiten entre las culturas antiguas.

La revisión de los mitos

En siguientes ensayos y en conferencias de importancia para el desarrollo de la cuestión, como El concepto de inconsciente colectivo o La dinámica de lo inconsciente, el psiquiatra estableció multitud de estos arquetipos, como lo son la madre y el padre, dios y el diablo, el anciano y la anciana sabias o la idea de creación y de destrucción (mediante la imagen del diluvio o del fuego celeste que se precipita sobre la tierra, por ejemplo). Pero Jung aún fue más allá y estableció una influencia profunda entre lo masculino y lo femenino con sus definiciones de «ánima» y de «ánimus», es decir, aquellos arquetipos de inclinación femenina presentes en la mente masculina y viceversa.

De esta manera, y más allá de la salud mental de cada cual, el investigador suizo propició una explicación para multitud de neurosis colectivas, que Jung cita por primera vez en 1923. Por ejemplo, la noción popular hacia la redención –que se busca en el gobierno de los asuntos públicos– podría remitir a un arquetipo, el del héroe, e incluso al de la deidad: ante los obstáculos y problemas que nos angustias tendemos a manifestar el reflejo de una búsqueda de una fuerza singular y superior a la humana. O el fatalismo neurótico, la idea de que el mundo va a acabarse repentinamente, y que nuestros actos, tengan o no responsabilidad en ese supuesto final, poseen una carga de culpa. Sin ir más lejos, ciertas corrientes ambientalistas que culpan a la especie humana de destruir la naturaleza atribuyendo su carácter insostenible y destructivo, casi antinatural ya desde su origen, a su esencia, estarían renovando un arquetipo del inconsciente colectivo.

Jung llegó a sostener que nuestra noción del «yo» se crea a partir de la selección de arquetipos de este inconsciente colectivo

Un fenómeno más atribuible a una neurosis colectiva –bajo el pensamiento de Jung– es el carácter supersticioso: podemos encontrarlo integrado en la práctica religiosa, en los trastornos mentales como el TOC o escondidos en la rutina diaria, en la cultura popular, cuando se atribuye a ciertos elementos un carácter nefando (como pasar por debajo de una escalera o cruzarse con un gato negro, entre una miríada de ellos).

La manera en que nos afectarían los arquetipos del inconsciente colectivo –de existir– es abrumadora. Junto con el instinto, que nos viene dado por fuerza biológica, estos elementos provenientes de supuestas experiencias antediluvianas constituirían la base no solo del proceder, sino de la identidad misma. Jung llegó a sostener que nuestra noción del «yo» se crea a partir de la selección de arquetipos de este inconsciente colectivo, de las experiencias personales y del contexto histórico, entre otros factores, ya que su desarrollo estaría ligado al paso del tiempo y a la sucesión de las diferentes etapas vitales que atraviesa cada persona a lo largo de su existencia. Casi todo cuanto hacemos, pensamos y concebimos tanto en un sentido grupal como individual emanaría de este contenido mental que se esconde detrás de nuestros actos, nuestros sueños y nuestra propia conciencia.

¿Existe el inconsciente colectivo?

«Es muy probable que ninguno de mis conceptos empíricos se haya tropezado con tantos malentendidos como lo ha hecho la idea de inconsciente colectivo», lamentó Jung en El concepto de inconsciente colectivo. Además de romper con la doctrina del psicoanálisis freudiana, la idea de un inconsciente colectivo parece desafiar el propio método científico y el empirismo. ¿Cómo pueden surgir unos contenidos mentales tan potentes que se transmitan de generación en generación? ¿No se opone este postulado a la existencia de una naturaleza individual?

Si las ideas de Jung hubiesen tenido por contexto otras culturas, como la india védica o las miradas budista y taoísta, la discusión sería menos frontal que lo es en el contexto de Occidente. Por ejemplo, el carácter de la conciencia del «yo» como un agregado emparenta con la noción budista. Pero no lo hace con la postura filosófica que sostiene la ciencia ortodoxa y que sostiene la naturaleza del ser en unas propiedades dadas y configuradas.

Jung: «Es muy probable que ninguno de mis conceptos se haya tropezado con tantos malentendidos como el inconsciente colectivo»

Por ese motivo, de aceptar la propuesta de Jung sobre el inconsciente colectivo como verdadera, sin mayor discusión, se generarían múltiples preguntas. Una de las cuestiones que más desafían al método científico es cómo unas supuestas experiencias, vivencias o tendencias pretéritas se transmiten de generación en generación. Una de dos: o la naturaleza humana es dual y existe un registro de acontecimientos, pensamientos y vivencias metafísicos (¿quizá como los registros akáshicos propuestos a principio del siglo XX por la Sociedad Teosófica?) o la información individual es transmitida de alguna manera a las generaciones posteriores bajo un vehículo material, como sucede con la información que conocemos que contienen los ácidos nucleicos.

Sin embargo, estas posibilidades, al menos, aún no están demostradas por la investigación científica. Más allá de detracciones tajantes que niegan la existencia del inconsciente colectivo y sus derivados, la principal crítica a esta propuesta de Jung tiene que ver con la posibilidad de que esta repetición de contenidos tenga o bien un carácter metafísico o físico no descubierto (pensemos, por ejemplo, en la inmensidad que aún desconocemos acerca de cómo se constituye el cosmos y nosotros en él) o, sin ir más lejos, sea fruto de la exposición de la «inteligencia» humana a unas mismas circunstancias, hecho que se repetiría época tras época. A ella hay que sumar la crítica popperiana encabezada por Ray Scott Percibal que afirma que el inconsciente colectivo no es falsable.

Sea como fuere, queda un infinito por investigar y descubrir. El mismo Jung abrazó la necesidad de unir la ciencia y la paraciencia, de no discriminar ninguna experiencia humana ni saber mediante otras fuentes de conocimiento que no sean el método científico y el raciocinio.

No obstante, el hecho de que casi todas las culturas de la Tierra contengan unos símbolos y unos significados comunes, una realidad demostrada desde la segunda mitad del siglo XX por estudiosos del canon como Mircea Eliade y más recientemente por antropólogos como Jeremy Narby –como plantea en su ensayo La serpiente cósmica sobre el estudio de los pueblos indígenas amazónicos de la actualidad y el arquetipo de la serpiente, vinculado en todo el planeta a la sabiduría– invitan a replantear los límites de la ciencia. Estos no pueden encasillarse en determinar qué objeto de estudio es o no es científico, sino cuáles son los límites del método científico para generar conocimiento.

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