Salud

Tres visiones sobre la interpretación de los sueños

Cada mañana nos enfrentamos a una incógnita aún sin respuesta: ¿qué significan los sueños? El psicoanálisis, el conductismo y la psicología cognitiva ofrecen sus respuestas.

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02
marzo
2023

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Para que la vida sea posible, es necesaria una sucesión de procesos fisiológicos, siendo el descanso, probablemente, uno de los más complejos. Una ameba puede alimentarse y una bacteria reproducirse, pero dormir, un acto aparentemente sencillo, requiere de un sistema nervioso central. 

Mientras dormimos, tienen lugar ciertos hitos cíclicos ligados a la supervivencia: se regula la liberación de cortisol –u «hormona del estrés», pilar del metabolismo– y se produce una limpieza de beta-amiloides en el cerebro; de lo contrario, estos péptidos podrían acumularse provocando la degeneración de neuronas característica del Alzheimer. A mayores, el correcto descanso afecta a varios parámetros del sistema inmune, por ejemplo, a la cantidad de células Natural Killer o NK, linfocitos que destruyen aquellas células infectadas o tumorales. Sin embargo, hay un proceso sin función aparente, pero que tiene lugar independientemente de nuestro estado de salud, nuestra edad, nuestro género o nuestro lugar de procedencia: soñar.

Jorge Luis Borges afirmaba que el sueño es el más antiguo y no menos complejo de los géneros literarios. Es innegable que las experiencias oníricas han inspirado grandes obras –Frankenstein de Mary Shelley, Celefais de H. P. Lovecraft o Sandman de Neil Gaiman son algunos ejemplos–, pero la influencia de los sueños no solo se limita al arte. 

Los primeros estudios sobre los sueños surgieron en el siglo XIX, centrándose en su análisis fenomenológico y neurofisiológico. Cien años más tarde, la aparición del psicoanálisis cambió el paradigma. 

En noviembre de 1899, Sigmund Freud, padre del psicoanálisis, publicó la primera edición de La interpretación de los sueños evidenciando la que para él era la tercera gran humillación del ser humano: no controlamos nuestra propia mente; las otras dos humillaciones eran distintas: se trataba de el descubrimiento de Galileo de que no somos el centro del universo y el descubrimiento de Darwin de que no somos una creación divina. 

Para Freud cualquier sueño era interpretable: solo había que descomponer la ensoñación en pequeñas partes repletas de simbolismos

Utilizando sus propias experiencias oníricas como referencia, Freud definió los sueños como un proceso regresivo en tres sentidos: tópico (o del consciente al inconsciente), temporal (o del presente a la infancia) y representacional (o de lo simbólico a lo pictórico). Para comprender dichas regresiones, el neurólogo austriaco diferenciaba el contenido manifiesto de los sueños –es decir, aquello que se recuerda al amanecer– y los pensamientos latentes. Teniendo en cuenta ambas características, cualquier sueño era interpretable, pues solo había que descomponer la ensoñación en pequeñas partes cuyos simbolismos conducían a una visión global que permitiría revelar aquellos deseos y sentimientos enterrados en la mente del soñador.

Sigmund Freud consideró que esta era una de sus contribuciones más importantes no solo para la psicología, sino para la historia, si bien poco a poco surgieron detractores.

Una de las críticas más sonadas llegó de la mano de John Watson, máximo representante del conductismo metodológico y autor del Manifiesto Conductista en 1918. Watson defendía que los procesos mentales internos pueden existir o no, pero al no ser cuantificables, no son materia de interés de una Psicología crítica y científica. Los sueños, por tanto, se convirtieron en un fenómeno irrelevante que no se podía interpretar y que, si se pudiese, tampoco revelaría gran cosa. 

Hall llegó a la conclusión de que mientras dormimos, aparece una secuencia de pensamientos que representan el concepto que tenemos de casi todo

En cambio, para Burrhus Skinner, padre del conductismo radical, todo era conducta. Consideraba el lenguaje, las emociones, los pensamientos, las motivaciones e incluso los sueños, como el resultado de un individuo en constante interacción con su ambiente. De esta manera, la historia de aprendizaje condiciona lo que ocurre en nuestra mente durante la vigilia, pero también durante el sueño: el simple hecho de rumiar una pesadilla o compartirla con nuestra pareja en busca de confort puede ser condición suficiente y necesaria para que se repita noche tras noche. 

Dos décadas más tarde, en los años cincuenta, los criterios de demarcación de la cientificidad eran considerados requisito indispensable para el desarrollo de la psicología. No bastaba con teorizar, era necesario hacerlo con rigor. Sin embargo, el mentalismo reinaba en el ambiente ofreciendo una tercera visión de los sueños: el modelo cognitivo de Calvin Hall.

Tras realizar un análisis estadístico descriptivo de miles de sueños de personas sanas, Hall llegó a la conclusión de que mientras dormimos, aparece una secuencia de pensamientos e imágenes mentales que representan el concepto que tenemos del self, de los demás, del mundo, de la moralidad y de los conflictos. 

Alejados de la presión social, los sueños muestran una visión de la realidad que, según el psicólogo, «no se parece en nada a los autorretratos inventados y distorsionados con los que nos engañamos durante la vigilia». En otras palabras, cuando en tu día a día intentas complacer a los demás a costa de tu salud mental, es natural que de noche surjan ensoñaciones en las que discutes con tus amigos y confiesas sin filtros todo lo que llevas meses reprimiendo. A la mañana siguiente, te enfrentas a una moneda de dos caras: u olvidas lo que has soñado o lo conviertes en un mapa para la acción. Y entonces, ¿qué opción cabe escoger? 

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