Internacional

2016: el sorprendente año de las sorpresas

Enfilamos 2017 desconcertados aún por el ‘Brexit’ o la victoria de Trump, esperanzados por acuerdos contra el cambio climático y atemorizados por la agudización del terrorismo.

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15
diciembre
2016

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Poco antes de culminar el último párrafo de este artículo, los medios saltaban con la noticia del fallecimiento de Carrie Fisher, la princesa Leia en la saga Star Wars. La noticia ha cobrado una relevancia absoluta en las portadas de todo el mundo, no tanto por la desaparición de un icono de la cultura de masas -la actriz no tuvo mucho recorrido más allá de su personaje galáctico-, como por el efecto acumulación dentro de esta carrera extenuante a la que nos lleva sometiendo 2016 desde sus primeros compases. Uno tiene la sensación de que debe teclear muy rápido porque en cualquier momento la actualidad puede dar un par de vuelcos y tres piruetas. 24 horas antes era George Michael, megaestrella del pop comercial, quien nos decía adiós, y hace apenas un mes lo hacía Leonard Cohen, uno de los músicos más valorados de nuestro tiempo. También han caído este año iconos «inmortales» como Prince o David Bowie.

La larga lista de efemérides de los últimos 12 meses, en los que los medios no han dado abasto con los obituarios, representa lo que ha sido este año: un agolpamiento de hechos de relevancia superlativa, muchos de calado histórico (los editores de las enciclopedias van a meter horas extras para actualizar el mundo en 2017), que han sucedido a velocidad de vértigo, solapándose, atiborrando portadas en las que jerarquizar noticias ha sido una labor hercúlea. Precisamente, observar la labor periodística de quienes han contado esta realidad da una idea de lo frenético que ha sido 2016. El corresponsal del diario El País en Colombia, Javier Lafuente, advertía en su muro de Facebook el 26 de noviembre, un día después de la muerte de Fidel Castro: «Todavía queda un mes para que acabe 2016». A los tres días, un avión se estrellaba cerca de Medellín con el equipo de fútbol brasileño Chapecoense a bordo. «No vuelvo a escribir que todavía queda un mes para que acabe 2016», se respondía Lafuente en su propio muro.

Da igual de qué hablemos: política, economía, medioambiente, terrorismo, cultura… Todos los aspectos imaginables de la vida se han llevado su ración de tazón y medio este año. Hacemos un repaso somero de un 2016 que ha sido de todo, menos somero.

El planeta respira por fin… más CO2 que nunca

El medio ambiente ha recibido unas pocas de cal, y muchas de arena. Y la concatenación de sucesos ha relegado a un segundo plano un tema que debería ser el más urgente de todos: la conservación del planeta porque, sin él, todo lo demás no tiene sentido. El punto de partida ha sido esperanzador: el verano pasado, cerca de 200 países firmaban en París un acuerdo histórico contra el cambio climático para que la temperatura, a finales de este siglo, no suba más de los dos grados previstos. Sin duda, todo un espaldarazo a los Objetivos de Desarrollo Sostenible fijados el año pasado en el seno de Naciones Unidas, que además de la lucha contra el calentamiento global incluyen erradicar la pobreza y la injusticia social. La coyuntura, este año, no juega a favor del medioambiente, más allá de que Donald Trump haya nombrado secretario de Estado a un magnate del petróleo. El pasado septiembre se superó el que, para muchos científicos, es el punto de no retorno en niveles de dióxido de carbono en la atmósfera: rebasamos por primera vez en la historia la barrera simbólica de las 400 ppm (partes por millón), a partir de la cual es imposible determinar en qué momento volverán a bajar. Según los climatólogos del observatorio Mauna Loa, en Hawái, «el CO2 liberado en la atmósfera se queda ahí durante siglos antes de regresar al subsuelo».

Hay algún dato que aloja un poco de luz a la negrura del carbono: en 2016 la economía mundial creció sin aumentar las emisiones, según la AIE (Agencia Internacional de la Energía), gracias sobre todo al descenso del uso del carbón en China y Estados Unidos. España no puede subirse a este carro, más bien al contrario, se apea. Las emisiones de CO2 han aumentado un 3% en el último ejercicio (mientras la media europea ha bajado), coincidiendo con la (agónica) salida de la crisis. Vamos a la zaga en medidas contra el calentamiento global si nos comparamos con nuestros vecinos, una situación que urge revertir. Esperamos poder decir lo contrario en el resumen de 2017.

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El desigual avance de la desigualdad

En el mundo, a día de hoy, un 1% de la población concentra tanta riqueza como el 80% de los más desfavorecidos. El Banco Central Europeo ha alertado este mismo mes, después de un estudio exhaustivo, de que la desigualdad crece en nuestro continente al mismo ritmo que cae la riqueza. La brecha entre los pobres y los que más tienen ha seguido acentuándose en 2016. España es uno de los países de la OCDE con el mayor crecimiento de la desigualdad desde el inicio de la crisis, solo por detrás de Chipre y hasta 14 veces más que Grecia, según el informe Una economía al servicio del 1% publicado este mes por Oxfam Intermon. La ONG revela que «la fortuna de solo veinte personas alcanza un total de 115.100 millones de euros», lo que equivale en torno al 10% de nuestro PIB, o la riqueza que concentra el 30% más pobre. En los últimos siete años, el salario medio español se ha desplomado un 22,2%, que se ha cebado sobre todo con las clases medias y bajas.

El año del populismo 

Si pudiéramos hacer un rastreo de los términos más repetidos en los medios durante 2016, «populistas» y «populismos» estarían, sin duda, en lo más alto. Existe una definición comúnmente aceptada que lo resume de forma escueta y clara: «Proponer soluciones fáciles a problemas difíciles». A partir de ahí, se ha esgrimido desde muchas trincheras enfrentadas para desacreditar al contrario. Tanto que, como todo lo repetido hasta la infinitud, corre el riesgo de perder sentido y acabar en un murmullo intrascendente.

El populismo es un fenómeno global que adquiere distintos rostros y colores políticos. En 2016 ha habido casos tan flagrantes que han unificado el sentir global alrededor del término. La inesperada victoria de Donald Trump, que ha convencido a las urnas de un país de más de 300 millones de habitantes con propuestas tan rocambolescas como inverosímiles, es un ejemplo de populismo de manual. También la salida de Reino Unido de la Unión Europa, decidida en un referéndum atropellado en el que la reflexión informativa ha brillado por su ausencia y en su lugar han primado miedos atávicos, han convertido al Brexit y sus impulsores en ejemplo claro de populismo.

La situación política en España marchama a un 2016 que debería haber sido el año del cambio, y ha terminado siendo el año de los populismos. La decadencia del bipartidismo ha conllevado dos elecciones generales repletas de promesas vacuas (como la mayoría de las que se hacen en campaña) por parte de los cuatro principales partidos en liza, como bajar o subir impuestos sin una planificación argumentada o medidas poco creíbles para acabar con el paro, la desigualdad social, la pérdida de riqueza…

El miedo vs Europa

Mientras tanto, 2016 deja al mundo en una posición preocupante: Alemania, Francia y Holanda -juntos suman el 41% del PIB europeo- celebran elecciones el año que viene y, en los tres casos, diferentes partidos populistas que abanderan el extremismo y la xenofobia para agitar el miedo de sus votantes (tal es el caso del Frente Nacional en el país galo o Alternativa para Alemania), tienen serias posibilidades de alzarse con el Gobierno. Todos ellos son marcadamente antieuropeístas, algo que cala entre una población cada vez más escéptica frente al proyecto comunitario. En 2016, la gasolina que ha dado reprís a estas formaciones ha venido de dos problemas que, lejos de resolverse, se agudizan cada vez más: el terrorismo y la crisis migratoria de los refugiados. Esto último, curiosamente, da alas a los radicalismos y al desapego europeo en dos posiciones opuestas: la de quienes critican la gestión insolidaria de la UE, apalancando a millones de refugiados (la mayoría del conflicto sirio) a las puertas de nuestro continente en territorio turco; y la de quienes optan por el aislamiento y el nacionalismo extremo como remedio ante una inmigración masiva que ven repleta de amenazas.

Y esto enlaza con el otro problema capital: la agudización del terrorismo: Bruselas, Niza, Berlín… los atentados se han cebado con nuestro continente siguiendo la escalada iniciada a finales del año pasado en París. En todos los casos, con decenas de muertos y, lo que es más alarmante, perpetrados por espontáneos en nombre de la yihad. El miedo generado por lo sucedido, y lo que está por suceder, provoca en muchos el rechazo a la entrada de refugiados y alienta el cierre de fronteras: justo lo que promueven los partidos radicales que aspiran a gobernar el año que viene en países clave de Europa. La sensación de que ya nadie está a salvo no debe ocultar el hecho de que estamos viviendo en nuestra carnes el dramático día a día que sufren desde hace años Irak, Afganistán, Siria o Nigeria. Allí se han concentrado este año el mayor número de muertos por atentados yihadistas.

© AFP Bulent Kilic

© AFP Bulent Kilic

La escalada de atentados de este último año ha atacado a la línea de flotación de los principios de la construcción europea, marcados por la solidaridad, la justicia social y la desaparición de muros divisorios, reales y simbólicos. El exministro Luis de Guindos, durante la presentación del libro Europa y el porvenir (Atalaya) de su colega José Manuel García-Margallo, ahondó en la necesidad de, más que nunca, impulsar el proyecto comunitario, e hizo un balance para que los últimos reveses no nos hagan olvidar todo lo conseguido. «Se cumplen 60 años del Tratado de Roma. Comparémoslos con los 60 años anteriores, y veremos un contraste brutal: dos guerras mundiales, nacionalismos, xenofobias, y conflictos entre países europeos de una gravedad que no hemos conocido desde la firma del tratado. Lo que está claro es que todo pasa por el crecimiento económico y la generación de empleo y riqueza. Y eso exige políticas».

Los tres vaivenes en Latinoamérica 

En 2016 hemos vivido tres despertares jaquecosos: el día siguiente a la victoria del Brexit, el de la victoria de Trump… Y el de la victoria del «No» al acuerdo de reconciliación con las FARC en Colombia propuesto por su actual presidente, Juan Manuel Santos, que pretendía poner fin a 50 años de conflicto armado con una estela de más de ocho millones de víctimas. La situación actual es incierta, por más que Santos haya ganado el Nobel de la Paz y prometido que revisará las condiciones para ganarse el favor de la mayoría de la población. Su posición actual, ante semejante derrota y con la acechante presencia del expresidente Uribe (que apostó por el «No»), es realmente frágil.

La muerte de Fidel Castro, en una Cuba encarrilada ya a la reconciliación con Estados Unidos y el inevitable aperturismo, tiene más de simbólico y, para algunos, de nostálgico, que de suceso con consecuencias. Pero sin duda marca un hito histórico en la isla y en todo el continente, al que afecta en mayor o menor medida lo que allí sucede. Más relevantes son los vaivenes sufridos este años en la clase política brasileña: Dilma Rousseff fue destituida por el Senado por supuestos casos de corrupción poco esclarecidos. Michel Temer, de centro derecha, ha ocupado su espacio, ha desterrado las prioridades sociales de la expresidenta y le ha faltado tiempo para anunciar severos recortes contra la crisis. El país asiste a un giro inesperado a políticas liberales en el apartado económico, de resultados inciertos.

En España, más de lo mismo

La corrupción ha seguido en 2016 la escandalosa senda iniciada hace ya una década. Tal vez, lo que ha diferenciado a este año de otros pretéritos, ha sido la relevancia mediática de quienes han pasado por el banquillo de los acusados: la infanta Cristina, Jordi Pujol o Rodrigo Rato se han visto por televisión defendiéndose en un escenario impensable hace muy poco tiempo. También los más esperados: Bárcenas, Correa y el Bigotes, si bien sus declaraciones han resultado ser menos bombásticas de lo que aventuraban años de instrucción y miles de páginas sumariales.

La ciencia ha sido, una vez más, el patito feo dentro de nuestras fronteras: España ha sido el país que más ha recortado en investigación durante la crisis. El informe de la Confederación de Sociedades Científicas (COSCE) ha desvelado un dato alarmante: «Si entre los años 2009 y 2016 se hubieran mantenido los niveles de financiación de 2009 la ciencia española habría contado con 20.000 millones de euros más en ese periodo». Esto nos da el dudoso honor de ser uno de los principales emisores de talento. Somos punteros en fuga de cerebros: según el Índice de Competitividad por el Talento Global, presentado este año, el 27% de los Premios Nacionales de Fin de Carrera de los últimos años se ha tenido que marchar al extranjero. Estamos por detrás de países como Lituania, Hungría, Letonia o Malta. Una vez más, 2016 ha puesto deberes a nuestro gobernantes. Esperemos que los hagan, con nota, en 2017.

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