Derechos Humanos

Las fronteras de Europa

Europa se enfrenta a un desafío sin precedentes. Casi 57.300 inmigrantes irregulares llegaron al continente en el primer trimestre de 2015.

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07
mayo
2015

«¿Y si el titular fuera: 700 turistas europeos, ahogados al volcar un crucero frente a Malta? Sería una noticia impactante, ¿verdad?», preguntaba a sus lectores el periodista Paco Nadal a través de su blog de viajes. No se refería sino a los 700 inmigrantes que el día anterior encallaron sus vidas en el Mediterráneo, en un intento de alcanzar las costas europeas.

Europa se enfrenta a un desafío sin precedentes. Casi 57.300 inmigrantes irregulares llegaron al continente en el primer trimestre de 2015, tres veces más que durante el mismo periodo de 2014, según los cálculos de la agencia europea de control de fronteras externas (Frontex). «Y los flujos migratorios hacia Europa no van a dejar de aumentar por las pésimas situaciones en el origen, desde Irak y Siria hasta el Cuerno de África», subraya Giovanni Grevi, director del laboratorio de ideas Fride. Los conflictos en Oriente Próximo, la presión demográfica en África, la creciente capacidad de la industria de traficantes de personas y la emigración económica procedente de los Balcanes se suman a las propias dificultades de la Unión Europea para gestionar de manera homogénea sus fronteras.

España, como puerta de entrada a Europa, está en el punto de mira. Sin embargo, «no hay una presión migratoria alta, más cuando la comparamos con las cifras de Italia y Grecia», sostiene Estrella Galán, secretaria general de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR). Lo cierto es que las cifras de solicitud y concesión de asilo en España son inferiores a las de Europa, aunque en el último año las peticiones han crecido un 74%. En 2013, en Alemania se registraron 109.580 solicitudes de asilo; 60.100, en Francia; y 54.260, en Suecia. En España, el número se reduce a 4.502. El dato de las concesiones es aún más reducido. De los 49.510 refugiados reconocidos durante ese año, tan solo 206 obtuvieron protección en España, es decir, un 0,4%.

Aparcando lo cuantitativo, algo sí ha quedado en evidencia: la valla de Melilla, como elemento pura y exclusivamente defensivo, obstaculiza la entrada efectiva de inmigrantes, pero no su salida. Aun así, se siguen levantando muros a lo largo y ancho del planeta. El último en construirse ha sido en Bulgaria. Una valla de más de treinta kilómetros se extiende por la región montañosa de Elhovo, fronteriza con Turquía, por donde actualmente entra el 85% de los inmigrantes ilegales en el país. Que Bulgaria, el país más pobre de la Unión Europea, reciba un número elevado de inmigrantes (11.000 en 2014) es un dato revelador sobre las condiciones de vida en los países de origen: la mayoría son inmigrantes sirios que huyen de la guerra. Desde enero de 2015, las autoridades del país balcánico han detenido a unas 5.000 personas indocumentadas y han impedido la entrada de otras 16.000, según fuentes oficiales.

Es el ejemplo más reciente, pero desde la caída del muro de Berlín en 1989, el bloqueo de fronteras se ha multiplicado: entre México y Estados Unidos, en Cisjordania, entre India y Pakistán, entre Irak y Arabia Saudí, entre África del Sur y Zimbabue, entre Tailandia y Malasia… Según Daniel Innerarity, catedrático de Filosofía Política y Social, «los muros generan zonas de no-derecho y conflictividad, agravan muchos de los problemas que tratan de resolver, exacerban las hostilidades mutuas, proyectan hacia el exterior los fracasos internos y excluyen toda confrontación con las desigualdades globales». Innerarity asegura que cualquier política de inmigración que se desentienda de lo que ocurra en el origen está destinada al fracaso.

BarcazaconinmigrantesenItalia

En este sentido, Amnistía Internacional presentó un informe el año pasado donde denunciaba que «las prioridades se han focalizado en sellar las fronteras más que en las obligaciones humanitarias». Del estudio se desprende que Europa dedicó, entre 2007 y 2013, cerca de 1.820 millones de euros al control de sus fronteras en equipamiento e infraestructura tecnológica. Pero sólo fueron 700 millones los invertidos en apoyo a procesos de asilo, servicios de acogida e integración de refugiados.

Ruben Andersson, antropólogo en la London School of Economics, insinúa que «la doble política europea de fronteras nos da a veces una imagen halagadora. Seamos de izquierdas o de derechas, nacionalistas o liberales, del sur o del norte, los europeos nos felicitamos cuando vemos el rescate de esos desgraciados pasajeros en alta mar». Y advierte que, «mientras tanto, entre bastidores, otros inmigrantes están siendo devueltos a través de una valla o perseguidos por las calles de Tánger o Trípoli, al otro lado de la frontera que separa la ausencia de leyes del espacio europeo ‘de libertad, seguridad y justicia’».

Mitos

«Lo que llevamos viendo desde hace años los politólogos es que la inmigración es el elemento que mejor se fija, y eso cristaliza en movimientos transversales, que saltan por encima de izquierda o derecha, porque van al núcleo de la identidad nacional», explica José Ignacio Torreblanca, entrevistado en el último número de Ethic. «Normalmente, se tiende a conceptualizar la inmigración como un problema; a partir de ahí, todo el discurso político es reactivo, y supone una receta exitosa. Muchos partidos se aferran a eso porque es enormemente efectivo», puntualiza. A la vista está el éxito de partidos xenófobos como el Frente Nacional de Marine Le Pen en Francia, el Partido de la Independencia de Nigel Farage en Reino Unido o el Partido para la Libertad (PVV) de Geert Wilders en los Países Bajos.

«En algunas décadas, Francia, antaño país más seguro, ha caído en el salvajismo. No tenemos miedo a decir que la inmigración sin control ha acrecentado de manera considerable la inseguridad en nuestro país», exclamó Le Pen. El que ha sido senador, ministro y eurodiputado italiano, Francesco Speroni, dijo: «Luchamos contra una invasión. ¿Por qué no podemos utilizar las armas para defender nuestras fronteras sagradas?». Un discurso peligroso, que siembra sentimientos de miedo y de pérdida y, consecuentemente, de rechazo.

La inmigración también ha estado siempre sometida a la construcción de estereotipos. No sería la primera vez que escucháramos que los inmigrantes ocupan nuestros puestos de trabajo, que son vagos, que delinquen o que saturan los hospitales. Los propios datos del Ministerio del Interior presentados en abril sitúan el racismo y la xenofobia como la segunda causa de los delitos de odio. En 2014 se registraron 475, con un incremento del 24,7% con  respecto a 2013. Este índice se ha mantenido alcista desde el comienzo de la crisis económica.

Según un estudio elaborado por la Fundación La Caixa, durante el boom de la economía española los inmigrantes aportaron el 30% de la riqueza producida en el país. No olvidemos que España es, desde 2013, un país que pierde población. Este saldo migratorio negativo lo protagoniza la emigración juvenil y, precisamente, la población extranjera.

Tampoco podemos extraer el fenómeno migratorio del contexto de la globalización. «Tanto hablar de la clase media mundial nos ha hecho olvidar que 10 países africanos, con una población total de 150 millones y que sigue en aumento, tienen en la actualidad PIB per cápita inferiores a los que tenían en el momento de obtener la independencia», alerta Branko Milanovic, economista principal en el Grupo de Investigación sobre el Desarrollo del Banco Mundial. La diferencia actual entre los países ricos como Estados Unidos y los países pobres como Magadascar es de 50 a 1. En 1960, era de 10 a 1.

Hoy, los habitantes de países empobrecidos son, además, mucho más conscientes de las diferentes condiciones de vida a las que pueden aspirar si emigran a países ricos. «Desde el punto de vista global, no importa que los ingresos de una persona aumenten mientras está en su país de origen o en otro, porque el desarrollo global tiene en cuenta el aumento de las rentas de las personas, al margen de dónde vivan», opina Milanovic. En algo sí coinciden los movimientos migratorios producidos a lo largo de la historia con los de esta nueva era de la ‘libre circulación’ de todo excepto de las personas; desde el emigrante sirio en Bulgaria al emigrante español en Londres: les une la búsqueda de oportunidades, la opción personal de vivir en otros lugares que están a unas horas de avión, a un golpe de teléfono o a un click en un ordenador.

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