Opinión

El día que tardó 88 años en llegar

El deshielo entre Washington y La Habana es una realidad. Barack Obama y Raúl Castro escriben las páginas de ese capítulo de la Historia. Pero el camino hacia la normalización es largo y harto complejo.

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30
marzo
2016

El deshielo entre Washington y La Habana es una realidad. Barack Obama y Raúl Castro escriben las páginas de ese capítulo de la Historia. Pero el camino hacia la normalización es largo y harto complejo.

En diciembre de 2009 asistí en el Capitolio de Washington DC a dos actos radicalmente opuestos y al mismo tiempo parecidos. El primero de ellos, un encuentro del Congressional Hispanic Leadership Institute (CHLI), una de las organizaciones hispanas más influyentes del Congreso de Estados Unidos. Estaban sus dos máximos responsables: los hermanos Lincoln y Mario Díaz-Balart, representantes republicanos por Florida. Hijos de Rafael Díaz-Balart, miembro del gobierno cubano de Fulgencio Batista en 1955 y fundador de La Rosa Blanca, la primera organización anticastrista. Su hermana, Mirta Díaz-Balart, fue la primera esposa de Fidel Castro.

Los sobrinos del comandante, buenos conocedores de la política de España hacia Cuba, eran entusiastas defensores de la Posición Común impulsada en 1996 por José María Aznar en la Unión Europea. No podía ser de otra forma: los Díaz-Balart han hecho cuanto ha estado en su mano en el Congreso de EE.UU. para endurecer el embargo impuesto a Cuba en 1960, incluyendo su conversión en ley en 1992 con la Cuban Democracy Act y la Ley Helms Burton en 1996. Que el gobierno español asumiera por primera vez una política de aislamiento diplomático hacia La Habana dio a los anticastristas estadounidenses un doble aliado internacional: España y la UE.

Apenas una semana después, se celebró en el mismo lugar el encuentro anual de congresistas estadounidenses a favor de levantar el embargo. Los asistentes eran mayoritariamente demócratas y entre los cubanos estaba Carlos Hurtado, primer secretario de la Sección de Intereses de Cuba, como se denominó hasta el 20 de julio de 2015 la hoy ya Embajada de Cuba en Washington. Hurtado se lamentaba de lo que en su opinión había supuesto la claudicación de España a los intereses del sector político estadounidense más reaccionario, incompresible ante los vínculos sociales, culturales y económicos hispano-cubanos. Eran los años del segundo gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, con su declarada política de descongelación de las relaciones con Cuba y las negociaciones para la liberación de presos políticos cubanos. Pero la Posición Común de la UE seguía vigente.

A un lado y otro de posiciones tan enfrentadas se detectaba algo común: el peso de la ideología y las contradicciones de una política construida sobre ella. El valor de esos dos actos estaba en el hecho de que pudieran realizarse con libertad en el Capitolio, sede del poder legislativo y representación del pueblo de EE UU. Ningún otro mensaje podía tener más fuerza. Todo lo demás, era la política del absurdo.

El 17 de diciembre de 2014 Barack Obama y Raúl Castro escenificaron de forma coordinada uno de los momentos para la historia, al anunciar el restablecimiento de relaciones diplomáticas plenas. En definitiva, poner fin a una política guiada por la ideología y mantenida con altísimos costes durante 53 años. Solo el embargo supone anualmente pérdidas estimadas de 1.200 millones de dólares a la economía estadounidense y 685 millones a la cubana. El Gobierno de Cuba afirma que cinco décadas de bloqueo han tenido un coste económico para la isla de 1,12 billones de dólares. El coste para el día a día de los cubanos es aún mayor, en calidad de vida y en los efectos sobre sus libertades y los derechos humanos de un régimen autoritario, aquilatado por la política de aislamiento de la superpotencia.

El embargo ha sido la herramienta de la política del absurdo. No ha impedido, por ejemplo, que EE.UU. sea el quinto socio comercial de Cuba, desde que en 2003 George W. Bush autorizara la venta de productos agrícolas y farmacéuticos. Tampoco que EE.UU., con 400.000 viajes al año, sea el segundo emisor de visitantes a la isla, por detrás de Canadá. ¿Cómo aislar un país situado a 50 minutos de vuelo desde Miami? La ideología traspasa los partidos: hay defensores de la normalización de relaciones y del mantenimiento del embargo entre demócratas y republicanos. Las contradicciones también se dan en el lado cubano y llegan hasta hoy, cuando más de 2.000 cubanos están retenidos en la frontera entre Nicaragua y Costa Rica. Se dirigen a EE.UU. porque temen que la normalización de relaciones diplomáticas ponga fin más pronto que tarde a la facilidad para obtener el permiso de residencia en ese país.

En un año se han izado las banderas en las embajadas de Cuba y EE.UU. Obama ha ido lo más lejos que le permite el mandato presidencial, hasta lo infranqueable: el embargo, cuyo levantamiento requiere la aprobación en el Congreso. Dos fechas están en el horizonte: 2017, con la llegada de otro presidente a la Casa Blanca, y 2018, anunciado por Raúl Castro como el año de su retirada. El tiempo justo para apartar la ideología de una relación inevitable.

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