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Deseo de ser ‘idiotés’

En España ya solo hay dos estímulos indeseables, crispación y desafección, y el segundo parece más digno. Por tanto, ser idiota en el sentido clásico del término (‘idiotés’) empieza a ser la actitud más encomiable de resistencia política desde que lo personal pasó a ser político y lo político, en pirueta admirable, se coló en lo personal. El populismo ya está en todo y aspira al todo.

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03
mayo
2024

Opinaba Camba que en España solo los analfabetos conservaban íntegra su inteligencia. Como ya no hay analfabetos en España, la inteligencia hay que buscarla en el hombre común, «básico» dirían algunos, esto es, no deformado por los discursos. En particular, en los camareros. Un camarero sabe que el café y la media de jamón y aceite no se pone sola, por más que caiga un régimen, pero eso es algo que no entienden los reporteros, que viven precisamente de lo excepcional.

El pasado lunes 29 de abril dos periodistas de El País se fueron al cinturón obrero de Madrid en busca de reacciones al discurso post-epistolar de Sánchez. En un bar, en el momento clave, con la egregia figura asomando por la escalinata de Moncloa, se encontraron con la tele apagada. «Yo a esta hora siempre la quito», repuso el camarero. «Pero, ¿y el anuncio de Sánchez», objetaron. «¿Qué anuncio? ¿Tú crees que yo puedo estar pendiente de eso? Si estoy pendiente no puedo servir a la gente. La política, para los políticos».

Me recordó a esa anécdota que cuenta Gay Talese: en el cenit de la crisis de los misiles, visitó una comunidad amish y descubrió que allí no sabían nada de Kennedy, Cuba, la Rusia soviética y el holocausto nuclear. «En lo que a mí respecta, los acontecimientos del mundo tienen lugar al otro lado de la zanja», le dijeron. Se fue extrañamente confortado de que aún quedara gente que no viviera obsesionada con la bomba.

Empiezo a considerar que la capacidad de abstraerse de la actualidad es un triunfo del individuo sobre la política. Desde que la política ha secuestrado la atención del ciudadano y lo ha hecho cómplice de un espectáculo narcisista en el que la escenificación es el único argumento, vuelvo la vista con gratitud hacia quien mantiene su rutina en su sitio y su atención en sus cosas. Cuanta más gente haga lo ordinario, mejor para todos y peor para ellos.

«En España ya solo hay dos estímulos indeseables, crispación y desafección, y el segundo parece más digno»

En España ya solo hay dos estímulos indeseables, crispación y desafección, y el segundo parece más digno. Por tanto, ser idiota en el sentido clásico del término (idiotés) empieza a ser la actitud más encomiable de resistencia política desde que lo personal pasó a ser político y lo político, en pirueta admirable, se coló en lo personal. El populismo ya está en todo y aspira al todo. Allí donde un camarero detiene una comanda, vence el populismo. Sé que España va por mal camino porque lo extraordinario empieza a prevalecer sobre lo ordinario y cada vez más gente vive y exulta por la política como antes por los raptos de Lidia Lozano. Entran a todos los trapos, devuelven todas las bolas, como los perros más que como los tenistas.

La performance de Sánchez, tan trufada de keywords oportunistas que parece un plan de marketing –amor, salud mental, empatía…–, es el paso definitivo hacia la autoficción política en España, donde todos tenemos un oído despierto y otro ciego para según quién. Conquistada nuestra atención, los señores de la cosa pública se conducen con esa minuciosidad de escaleta de la Fábrica de la Tele. Son solo contenido. ¿Con qué derecho nos piden más caso del que nos hacen? ¿Por qué han hecho de la política un problema de orden público?

Pienso en el camarero de El País, ese hombre que solo quiere que nadie le pise lo fregado. Desde mi punto de vista, la democracia, como sistema contrapesado y anticlimático, se inventó para gente como él. Era o debía ser la garantía de que la Historia perturbaría lo menos posible el sueño y el trabajo del buen ciudadano. Un sistema solvente y vulgar, Suiza y el reloj de cuco.

En cambio, cada vez más la actualidad irrumpe como un niño cagado, reclama casito en la figura de unos tipos que, no lo olvidemos, hemos comisionado y mantenemos exclusivamente para que pongan las calles por nosotros, no para que levanten las aceras. De una democracia plena han hecho una terapia de grupo, nos han trasferido «el marrón». Y hay ya mucha gente encantada de que lo echen a pelear. El populismo era esto: que sus problemas sean más importantes que los tuyos, que son más simples y urgentes. Que te entretengan con el amor de un presidente para que no te acuerdes que estás sin amor y sin cenar.

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