Siglo XXI

El populismo contra la Ilustración

La Ilustración y su espíritu fueron claves para definir el pensamiento moderno y sus ideales democráticos. ¿Está el populismo ahora amenazando la tradición del espíritu ilustrado?

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17
julio
2023

Cuando el sueño de la razón produce monstruos, en palabras de Francisco de Goya, quizá resulta más conveniente quedarse dormido. O todo lo contrario. La Ilustración situó la razón humana como la herramienta decisiva para desarrollar el esplendor del conocimiento. Por encima de consideraciones subjetivas, sistemas de creencias y dogmas religiosos, el veredicto final quedaba en manos del análisis reflexivo, de la experiencia fenomenológica y del metodismo científico.

Esta mirada del lugar que ocupa el homo sapiens en el mundo se sostuvo en Europa desde los siglos XVIII al XX, hasta que un fantasma, para muchos eruditos completamente inesperado, recorrió Europa. El extremismo y el populismo comenzaron a propagarse con discursos incendiarios. Cuanto mayor era la tasa de alfabetización de la población del Viejo Continente crecía proporcionalmente la adhesión a ideologías, tendencias políticas y discursos ajenos a toda lógica racional que no sea la del enriquecimiento y la del beneficio de unos pocos frente al sufrimiento de la mayoría. ¿Cómo es esto posible? El extremismo parece rechazar la razón como vía fundamental para el discernimiento, apelando a cuestiones subjetivas como la autopercepción, los sistemas de creencias (laicos o religiosos) y la opinión. Un peligro siempre latente de que la sociedad sucumba a la oclocracia que engendra el populismo.

Podría parecer una locura, cuando no una estupidez, dudar del éxito epistémico que supuso la Ilustración, un logro que no fue accidental, sino fruto de un esfuerzo continuado por desarrollar el diálogo que implica siempre el proceso del saber. Primero fue la combinación de la escolástica y el redescubrimiento de una minúscula fracción de las obras de la Antigüedad. A esta primera ruptura paulatina con los dogmas de la fe le siguió una época de esplendor para Europa, el Renacimiento, precursora de la Ilustración tal cual la conocemos. Aparecieron los primeros grandes filósofos y científicos, con Galileo, Newton, De la Boétie y Montaigne sirviendo de vanguardia y de inspiración para el aluvión de científicos, pensadores y prohombres polímatas, también mujeres pioneras, además, del posterior feminismo, que dieron forma al acontecimiento que hoy describimos como el movimiento ilustrado.

Las pasiones, en su pluralidad, fueron uno de los principales enemigos de defensores de la razón como Kant, Benjamín Franklin, Voltaire o Diderot, quienes abogaron por la prudencia y la mesura antes que por la agitación y el ensordecimiento interior, que son los mecanismos que los grupos políticos extremistas usan para embelesar a las masas. Sea cual sea la clase de totalitarismo y su signo a izquierda o derecha del espectro político, la primera crítica se vierte sobre la razón y la gran virtud se señala sobre el sentimiento y la autopercepción desprovista de todo juicio. De ahí la crítica hacia la Ilustración como impulsora de un colonialismo ya existente cuando el movimiento tomó cuerpo o de un utilitarismo mercantilista, como es el caso de la economía, que dio lugar a peligrosas aplicaciones eugenésicas, al exterminio nazi de la «solución final» o al neoliberalismo en la actualidad. También del machismo o del silenciamiento femenino, cuando el feminismo tal cual lo conocemos nació, precisamente, del esfuerzo de mujeres ilustradas.

Victoria Camps: «La Ilustración no puede quedar desfasada si la entendemos como la definió Kant: la autonomía del pensamiento»

¿Está pasada de moda la Ilustración en tiempos de la postverdad, la postmodernidad y el identitarismo? «La Ilustración no puede quedar desfasada si la entendemos como la definió Kant: la autonomía del pensamiento. El coraje de pensar por uno mismo es lo que caracteriza al ser humano emancipado», defiende la filósofa y catedrática, miembro del Consejo de Estado, Victoria Camps. En una línea semejante, cerrando filas en torno al trascendental legado de los filósofos ilustrados a la hora de erigir el Estado de Derecho que albergamos hoy en día, el también filósofo y presidente del Instituto de Filosofía del CSIC, Roberto R. Aramayo, uno de los mayores estudiosos de España sobre este peculiar movimiento intelectual, afirma: «Quienes protagonizaron el movimiento ilustrado del siglo XVIII no podrían ver con buenos ojos cualquier tipo de populismo. Lo considerarían algo antagónico al principio de atreverse a utilizar las propias luces para formarse un criterio propio tras discernir los pros y contras del asunto en cuestión».

Y es que los pensadores previos a las revoluciones americana y francesa eran hombres y mujeres, en general, de excelsa cultura, quienes conocían, además, el impacto de las guerras civiles en la Roma republicana de antes de nuestra era y los esfuerzos de Marco Tulio Cicerón por reinstaurar el orden tras el asesinato de César. Los populistas (populii) habían seducido a una ciudadanía tímida que, como diría Fouché, se había convertido en populacho y aceptaba cualquier prebenda, aunque supusiera un mal mayor a largo plazo, como sería el deterioro o la pérdida de sus libertades.

«En principio, el populismo es obviamente contrario al espíritu ilustrado: su mensaje simplista e hiperbólico casa mal con el mandato de sofisticación racional que podemos identificar con la Ilustración», subraya el politólogo Manuel Arias Maldonado, con semejante claridad que Cortina y Aramayo. Aunque reconoce que, en un contexto tan amplio y variado de muy distintas genialidades como fue aquel sí hubo hilos conductores que alimentaron no solo los abusos y faltas morales que se acusan sobre la Ilustración desde ciertas posturas políticas extremas, sino también que alimentaron el propio populismo. «Ciertas versiones del populismo, sobre todo las de la izquierda», comenta Arias Maldonado, «podrían conectar con el discurso de democratización de un segmento de la Ilustración, sobre todo el derivado de la fase radical de la Revolución Francesa».

Además, el politólogo explica que el populismo «a izquierda y derecha explota el sentimiento de que la democracia existente no funciona como “gobierno del pueblo y para el pueblo”. Eso proviene de la Ilustración, solo unos pocos pensadores, Rousseau, sobre todo, defendían que el ejercicio de la soberanía no podía distinguir entre gobernantes y gobernados, que es el núcleo de la democracia representativa».

La vigencia de la Ilustración

La Ilustración mantiene una estrecha vigencia con el progreso científico, filosófico, político y social de nuestros días. Aramayo observa un claro enfrentamiento entre quienes exigen una prudencia racional a la hora de evaluar las circunstancias y los que desean imponer sus ideas. «[Los ilustrados] considerarían a los populistas como nuevos demagogos partidarios del dogmatismo intransigente, incapaz de dialogar con quienes no piensan exactamente igual. No es raro, por tanto, que los extremistas renieguen de las ideas ilustradas y pretendan desbaratar sus pronunciamientos, al considerarlos incompatibles con esa patológica radicalidad que niega las evidencias y descansa en unos fantasmagóricos hechos alternativos», afirma.

Roberto R. Aramayo: «El eslogan vacuo y la descalificación del adversario tan solo alimentan las propensiones fanáticas, el enemigo del espíritu de la Ilustración»

Algo más conciliadora, aunque con exacta contundencia, se muestra Victoria Camps al ser preguntada al respecto: «[Los extremistas] confunden cosas. Los valores e ideales de la Ilustración debieran ser universales; decirlo así no implica dominación ni colonialismo de ningún tipo». Y matiza: «Es cierto que los valores ilustrados, como la libertad y la tolerancia, se han pervertido en manos del neoliberalismo, pero no por ello hay que descartarlos». Por su parte, Arias Maldonado recuerda que entre las diferentes clases de extremismos hay disimilitudes. Por ejemplo, entre el fascismo, «claramente más reactivo contra la Ilustración, aunque no está de más recordar que tienen elementos comunes con el socialismo y exaltan la nación, que es un producto histórico de la Ilustración».

En cuanto a nuestro a nuestro actual momento histórico, los tres expertos cierran igualmente filas. «La llamada ideología woke, por ejemplo, se presenta a sí misma como una radicalización del racionalismo ilustrado que, esta vez, a diferencia de lo que sucedió en los siglos XIX y XX, no hace excepciones raciales y quiere reparar las injusticias cometidas con todos los movimientos sociales», sostiene el politólogo. Más pragmático se revela Aramayo al afirmar que «el eslogan vacuo y la descalificación del adversario que suplantan los argumentos tan solo alimentan las propensiones fanáticas, el enemigo acérrimo del espíritu de la Ilustración».

No obstante, la idea de que la civilización europea, aceptada como superior durante el siglo XIX, debía ayudar a progresar a las otras culturas mediante la colonización sí fue una adaptación pulcramente escogida de ideas de algunos pensadores del movimiento de las Luces por los poderes políticos de aquella época. «Los movimientos contrarios a la inmigración, en cambio, serían más claramente anti-ilustrados; aunque, irónicamente, los principios ilustrados justificasen en su día la empresa colonial como tarea “civilizadora” de los pueblos atrasados», reflexiona Arias Maldonado.

Un legado de futuro

Que somos hijos e hijas de la Ilustración es un hecho incontestable. Pero, ¿qué tiene que ofrecernos el legado de un movimiento filosófico de hace casi trescientos años a nuestra época?

Manuel Arias Maldonado: «La Ilustración representa un ideal tan exigente que solo puede realizarse mediante una paciente tarea de siglos»

Victoria Camps defiende la necesidad de «recuperar el marco de los valores ilustrados y no desecharlos por la complejidad que encierra, por ejemplo, conjugar libertad con igualdad». Aramayo afirma que «revisitar la Ilustración supone un viaje hacia el futuro». Un futuro, aunque siempre incierto, solo puede ser alumbrado por el conocimiento verdadero y la confianza en poder construirlo en comunidad. Recuerda el filósofo: «Diderot es muy desconocido. Su materialismo ético supone una gran lección para un mundo que solo rinde culto al dinero y estima que los beneficios económicos están por encima de todo, incluyendo la vida y el bienestar de las personas. La gente no viene a un valle de lágrimas para conquistar uno u otro paraíso en otra vida futura, sino que debe disfrutar del presente y ejercer su libertad con la única restricción de no dañar o limar las libertades ajenas, acaparando recursos o esquilmando al planeta».

Manuel Arias Maldonado recuerda que «Kant dijo célebremente que el descubrimiento de la razón y de la capacidad del ser humano para gobernarse mediante su ejercicio suponía el comienzo de una larga fase de ilustración que, como es obvio, no ha terminado ni parece que pueda hacerlo en un futuro próximo». Y añade: «La Ilustración representa un ideal tan exigente que solo puede realizarse mediante una paciente tarea de siglos enfrentada además como está a ese “fuste torcido de la humanidad” del que hablaba el filósofo alemán. Pero la Ilustración ha funcionado: pese a espectaculares reveses y severos retrocesos, las sociedades humanas son más ricas y justas que antes de que la Ilustración hiciese acto de aparición como movimiento filosófico y político».

Acerca del sostén que las ideas ilustradas suponen para el desarrollo del pensamiento de nuestro presente y para la construcción de un futuro ético, donde el ser humano, la naturaleza y el bien común sean cuestiones centrales, Aramayo hace una advertencia: «Estos tiempos reaccionarios en que se reviven combates ideológicos del siglo pasado requieren reclamar la vigencia de unos valores ilustrados inherentes a una democracia deliberativa que sustente un Estado del Bienestar».

Para Arias Maldonado, hay que «recordar que el empleo cauteloso de la razón –que también nos permite descubrir los límites de la racionalidad– mejora a los individuos y las sociedades». Un lujo del que no podemos prescindir en nombre de ningún acontecimiento. Pues sin la razón y la objetividad analítica de la mejor filosofía y de la buena ciencia es imposible atender conforme lo que es justo a los retos del hoy y del mañana. Como exclama Aramayo, «¡viva la Ilustración, mal que le pese al pensamiento reaccionario!».

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