Cultura

Julio Camba, el premonitor del ‘brexit’

Hace más de un siglo, el ilustre periodista gallego desgranó al pueblo inglés en un análisis que hoy cobra especial relevancia en el escenario post ‘brexit’, una relación (la de Reino Unido y Europa) condenada desde siempre a la ruptura.

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03
diciembre
2021

En 1902, en virtud de una ley local de residencia, el Gobierno argentino comenzó a expulsar a los inmigrantes que consideró peligrosos por sus filiaciones anarquistas. Todo aquel sospechoso de participar en actividades subversivas o con aires de revoltoso fue devuelto a su país de origen. Y entre ellos estaba un joven que había llegado cinco años antes como polizón en un barco desde su natal Vilanova de Arousa (Galicia) y que se llamaba Julio Camba. El gran cronista español de principios del siglo XX.

Emigró –como tantos–, y regresó –como pocos–. En una crónica suya enviada desde Berlín, durante su tiempo como corresponsal en Alemania, titulada Mi patria es el mundo, contaba una anécdota de cuando llegó al puerto de Cádiz, recién deportado desde Buenos Aires. Nada más desembarcar, un periodista le preguntó «¿De qué patria es usted?». «Mi patria es el mundo», respondió. Él, que siendo muy joven se embarcó en la aventura de la emigración, aprendió a mirar para después aprender a ‘diseccionar’ sus experiencias con la máquina de escribir. 

Manuel Jabois (Sanxenxo, 1978) –otro ilustre columnista gallego y ganador del premio periodístico Julio Camba– escribió en el prólogo de Mis mejores páginas (un recopilatorio de páginas más que destacables de Camba): «Periodismo es escribir tropezándose con el mundo». Y es que así fue la vida del periodista en cuestión: visitó –comió, caminó, amó, olió, maldurmió– París, Nápoles, Nueva York, Constantiopla, Berlín, entre otras ciudades. Pero si una de sus experiencias relatadas merece especial atención es la de Londres. Las piezas imperecederas que escribió durante su tiempo en la capital inglesa muestran que aquella mirada suya revelaba mucho más que lo que sus entonces aguerridos lectores entendían por entretenido. Camba miró a los ingleses y, como se dijo antes, los diseccionó a tal grado que hoy, al leer aquellas crónicas, uno se puede preguntar: «¿Y si David Cameron hubiese leído a Camba antes de dar el visto bueno a su tan controvertido referéndum de 2016?».

Los ingleses, siempre serán solo ingleses

El desastre institucional de aquel referéndum ha sido relatado por muchas firmas. John Carlin es una de ellas. En aquel verano de 2016, tras la publicación de los resultados que mostraban que la Inglaterra interior había decidido la elección a favor de los leavers, el periodista británico publicó en El País una columna radiográfica del hooliganismo inglés más allá de los campos de fútbol. Cada palabra era como un puñetazo. A Niegel Farage lo tildó de borracho, y, en pocas palabras, comparó el populismo de los euroescépticos con el efecto que tiene la cerveza en los ultras ingleses. Algo que los idiotiza, los envalentona y que saca lo peor de ellos. «Los conozco. Se congregan en el centro de una ciudad, se emborrachan… gritan obscenidades sobre las selecciones rivales… y cantan Britannia rule the waves, una alusión al glorioso pasado imperial», escribió el periodista.

Lo de Camba fue casi una premonición: lo escribió hace 110 años. Una lectura obligatoria para comprender las causas del brexit es: Britania irreductible, siempre anglosajones. «Todas las cosas inglesas están perfectamente rematadas, pero ninguna lo está tanto como el inglés mismo. Un inglés es un inglés, y no podrá ser otra cosa. Aunque viva medio siglo en el extranjero seguirá siendo inglés… el inglés es un producto admirablemente irreductible», contaba en ella. «Ahora estamos en verano. Los ingleses salen de Inglaterra y van por ahí. Se van a España, a Italia, a Egipto; invaden las playas elegantes; recorren medio mundo. Examínenlos ustedes. Van vestidos de ingleses y se les conoce a la legua. Allí donde llegan se organizan en una colonia aparte y hacen vida completamente inglesa».

Camba: «Todas las cosas inglesas están perfectamente rematadas, pero ninguna tanto como el inglés mismo»

Después comentaba que los franceses, los españoles, o los latinoamericanos, por ejemplo, siempre se entregan de alguna manera allí a donde llegan. Incluso, a los alemanes, que les atribuía una fuerza extraordinaria, riqueza y un gran orgullo, también les dio la capacidad de adaptación. A los ingleses no. «El inglés no se entrega nunca. No. Nunca. Se es más o menos francés, más o menos español, más o menos alemán, más o menos ruso… En España nos decimos frecuentemente: ‘Yo soy muy español’, ‘Yo soy tan español como el que más’, ‘Usted es muy poco español’… ¿Cuándo se le ocurriría a un inglés decir que es muy inglés? Es como decir que una bola es redonda», decía.

Los textos de Camba, por lo general, aluden siempre primero al humor, la bondad, la falsa inocencia; pero poco a poco, aparece la realidad en su estado más crudo. Y es cuando deja caer las bombas. «Un inglés solo en un país extranjero está en muy malas condiciones para la lucha, porque no sabrá nunca adaptarse al medio. En este sentido le ganará siempre el español, el francés, el italiano o el ruso. Un inglés no sirve más que para hacer de inglés, y en cuanto tenga que hacer de otra cosa sucumbirá. Esta inferioridad individual es, sin embargo, la base de su gran superioridad nacional. ¿Qué importa que un inglés sucumba por falta de adaptación? Así no se podrá decir que Inglaterra ha perdido carácter en ninguno de sus hijos”. La cosa comienza a calentarse.

Camba, que escribía esto tres años antes de la primera guerra mundial, remata la pieza con una frase icónica convertida en un gancho al mentón: «Y llegará un momento en el que la humanidad se dividirá en dos únicas clases: a un lado, la humanidad propiamente dicha, y al otro, los ingleses, qué seguirán en su isla comiendo roast-beef y hablando inglés». Ciento cinco años después, Inglaterra decidió dejar la Unión Europea. Ciento diez años después, así sucedió. 

Un ‘gentleman’ a la española

Camba fue un bon vivant y quizá uno de los primeros influencers gastronómicos junto con Charles Dickens. Escribía sobre la comida, o las comodidades (o incomodidades) de una habitación francesa o inglesa, así como acerca del vestir y los modales locales de cada pueblo al que visitó: una herramienta para captar al lector y luego darle una buena dosis de crítica y reflexión.

En los tiempos del autor, la fotografía era un capricho de pocos. Por eso, sus crónicas son más parecidas a una imagen de Dorothea Lange (o a una viñeta de El Roto) que a una información de formato periodístico clásico. En 1911, publicó Gentelman a la española: las ideas y el cosmético, que hace precisamente eso: saltar desde el humor a la crítica, como si todo fuese parte de una misma fotografía. «Desde que he llegado a Londres, Inglaterra no deja de hacer esfuerzos para conquistarme. Por lo pronto ya he conseguido que yo me acueste y me levante temprano; que no coma pan y que me meta toda la cabeza hasta el pescuezo dentro de un sombrero hongo…», relataba.

Los textos de Camba aluden siempre primero al humor, la bondad y la falsa inocencia para luego pasar a la crítica

«… Pero esto no basta. Es preciso que yo sea un inglés. En Francia, en España, en todas partes, uno es una persona cuando tiene personalidad. Aquí no se es persona mientras no se pierde la personalidad por entero. Inglaterra no consiente que haya en ella un hombre diferente de los otros, y en cuanto llega a Londres un extranjero, todo el mundo cae sobre él hasta reducirlo a la más mínima expresión». Más adelante, Camba cuenta una anécdota simpática en la que Miss Roberts (la mujer que le alquilaba una habitación) le invita a que se engomine el cabello, pues los gentlemen ingleses así lo solían llevar. Camba le responde: «Señorita, usted olvida que yo no soy un gentleman inglés. Yo soy un gentleman español. Incrédula, la dama no consiente que la palabra pueda tener otro gentilicio que no sea el inglés, mucho menos si se llevan los pelos revueltos. «En España, cada gentleman es autónomo y lleva los cabellos a su gusto. Allí no hay ley».

«Este es el país de la libertad de ideas. Yo puedo irme mañana a Hyde Park y en plena faz de los guardias pronunciar un discurso incendiario diciendo que hay que arrasar con todo Londres. No sólo tengo el derecho a decirlo, sino que si alguien me interrumpe, los guardias le llevarán a la cárcel. Pero en cuanto acabe de hablar, yo no podré ir despacio por la calle, porque los guardias me obligarán a ir de prisa; ni soltar una carcajada, porque la gente se escandalizará; ni comer medio panecillo con el almuerzo, porque pasaré por un hombre mal educado. Yo puedo emitir aquí todas las ideas que guste, pero a condición de que me alise el pelo con engrudo y de que no me ponga nunca el sombrero un poco ladeado. ¿No vale cien veces más la libertad de España? Ahí no existirá tal vez la libertad de hablar, pero existe la libertad de ser. Ahí le dejan a uno ser lo que quiera y como quiera: ruso, australiano o chino; triste o jovial, ingenioso o estúpido; elegante o descuidado; rubio o moreno…». ¿Y si David Cameron hubiese leído a Julio Camba?

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