Victimización sexual: la diferencia entre informar y sembrar el pánico
En la última década, los medios han puesto una mayor atención en los delitos sexuales. Sin embargo, en su tratamiento –centrado en proporcionar hasta el mínimo detalle durante semanas–, es muy común que no haya un posterior cierre informativo de los casos, lo que lleva a generar una constante sensación de inseguridad en la ciudadanía.
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La victimización sexual suscita cada vez más interés en los medios de comunicación. Posiblemente, el caso de la Manada de los Sanfermines, en 2016, marcó un antes y un después en el tratamiento mediático de este tipo de delitos. No obstante, el abordaje se presta a menudo a un enfoque sensacionalista y poco riguroso: algunos contenidos y detalles se repiten para influir en la opinión pública, incrementar las interacciones del medio en las redes sociales y sembrar, en última instancia, el pánico. Quizá por ello, cada vez que aparece una noticia sobre una agresión o abuso sexual, esperamos ver una o dos más a la semana siguiente. Es urgente una pedagogía previa sobre el tratamiento de la violencia sexual y su exposición mediática.
En la última década, los medios no solo han puesto una mayor atención en los delitos sexuales, también las noticias al respecto se han presentado bajo nuevas características. Por ejemplo, podemos identificar una mayor fragmentación en el tratamiento del delito –la descripción de los hechos y su contexto se dosifica, añadiendo algunos detalles en las siguientes piezas informativas, pero sin variar apenas el grosso de la publicación inicial–. Además, las víctimas ocupan un papel central en la noticia (y con ello, se apela a la emocionalidad del lector), mientras que el victimario se relaciona con determinados atributos (varón, joven, inmigrante) que se desdeñan atendiendo al sesgo ideológico del medio en cuestión.
Las representaciones más mediáticas responden a las agresiones sexuales en grupo, al victimario mayor de edad o al victimario de procedencia extranjera. Esta representación a menudo acaba por convertirse en un estereotipo. Si consideramos las conclusiones del Informe sobre delitos contra la libertad e indemnidad sexual elaborado por el Ministerio del Interior en 2020, encontraremos que el perfil del delincuente sexual predominante es hombre, español, entre los 41 y 64 años. Solo el 4,5 de los casos de violencia sexual son cometidos por dos o más autores. Además, durante 2020 la tendencia es comparativamente menor con respecto a los años 2018 y 2019.
«En España, la epidemiología criminológica ha sido un tema muy olvidado, especialmente en este tipo de casos»
A excepción de los casos más mediáticos o que se prestan a intereses políticos (por ejemplo, cuando la acusación popular la ejerce un Ayuntamiento), es muy común que los delitos sexuales no cuenten con un cierre informativo. El resultado: que el público, conmovido por el suceso, no llega a conocer el esclarecimiento de los hechos, quedándose con la sensación de que los delitos sexuales no son castigados. Curiosamente, esta percepción social choca con las conclusiones arrojadas por el informe, que subraya una elevada eficacia policial en el esclarecimiento de los delitos sexuales en torno al 81% del total.
No obstante, la percepción de inseguridad y de incertidumbre gravita en determinados titulares. Tomemos como referencia esos encabezamientos que sostienen que la «violencia sexual ha aumentado»: objetivamente, esta es una cuestión muy difícil de demostrar, pues los datos de victimización en España son muy limitados en comparación con la de otros países occidentales por diversos motivos.
«Los medios de hoy fragmentan mucho más el tratamiento del delito, dosificando la descripción de los hechos y su contexto»
En primer lugar, en España no tenemos datos fiables que permitan comparar la violencia sexual perpetrada en grupo hace unas décadas con los casos que se dan en la actualidad. No existe un marco de referencia comparativo para conocer la evolución de la violencia sexual y, a excepción de los esfuerzos que se han hecho en los últimos años, la epidemiología criminológica ha sido un tema muy olvidado en nuestro país. Por ello, resulta complicado comprender los valores cuantitativos sobre la violencia sexual y la tendencia delictiva en el transcurso del tiempo.
A día de hoy, los llamados datos oficiales –recogidos, en su mayoría, por la Fiscalía del Consejo General del Poder Judicial a través de denuncias, diligencias, sentencias y condenas– y la información que se recoge a través de las encuestas de victimización puede permitir una estimación sobre la violencia sexual. Sin embargo, no son indicadores perfectos, ya que pueden surgir dificultades para concretar la victimización sexual de personas menores de edad, con discapacidad intelectual, afectadas por trastornos mentales o que forman parte de la población flotante (turistas y personas que están en tránsito o se encuentran en situación administrativa irregular).
También surgen los obstáculos cuando se mira hacia los factores culturales de la víctima, que pueden provocar que perciba la acción como un delito, o con la metodología de las encuestas de victimización, que pueden no estar ahondando en la frecuencia de los actos de violencia sexual (pensemos en una persona que ha sufrido varios episodios de violencia sexual por el mismo agresor o, en cambio, que esos actos hayan sido cometidos por distintos agresores). El conocimiento parcial de la prevalencia sobre la violencia sexual también puede estar influido por el perfil del victimario, en concreto, cuando este es menor de 14 años y está exento de responsabilidad penal. A todos estos aspectos hay que sumar uno más: no todas las condenas por violencia sexual implican una única víctima.
En la punta del iceberg
Tampoco hay que desmerecer lo evidente: los delitos sexuales presentan una cifra negra muy elevada. A grandes rasgos, podríamos decir que los casos de violencia sexual se dividen en dos grupos: los observables, porque se han denunciad o han sido descubiertos, y los que permanecen ocultos para la policía y a la justicia. De hecho, algunos estudios internacionales calculan que, por cada delito sexual que se denuncia, hay entre 3 y 20 delitos que no sería denunciado.
Muchas víctimas deciden no denunciar la agresión por diversos motivos: miedo a no ser creídas, sentimientos de vergüenza e indefensión, dificultades para recordar los hechos al encontrarse bajo los efectos del alcohol y/o las drogas, desconocimiento de quién ha sido el agresor, desconfianza en el sistema judicial, etcétera. Por tanto, los casos que son denunciados constituyen solo la punta del iceberg.
Otra cuestión que merece valorarse es el estado actual de las encuestas de victimización en nuestro país: mientras que las fuentes de datos oficiales de España ofrecen mucha información y además, bastante actualizada, las encuestas de victimización que actualmente se pueden consultar son escasas y se remontan a varios años atrás.
«Muchas víctimas todavía deciden no denunciar por miedo a no ser creídas o desconfianza en el sistema judicial»
Es posible que, con respecto a las tasas de victimización autoinformada, que el trabajo más completo hasta la fecha sea el de García España et al., (2010), que recoge datos relativos a 1989, 2005 y 2008. En esta línea, conviene también reconocer la aplicación de la Macroencuesta de violencia contra la mujer (2019), la cual incluye aspectos específicos sobre la violencia sexual. No obstante, su utilidad resulta parcial al no registrar datos sobre la victimización sexual en personas LGTBI y en los varones.
Si nos centramos en las denuncias y condenas por violencia sexual, es necesario señalar que su incremento no debería leerse exclusivamente como un «aumento de la violencia sexual». Posiblemente, la gran sensibilización que existe hoy sobre este tema permita que muchas víctimas decidan denunciar, a diferencia de lo que ocurría años atrás. En España, según apuntan Serrano Maillo y Fernández Villazala, la tasa de denuncias por delitos sexuales es inferior al 50% a la más alta europea. Por tanto, el hecho de que las denuncias experimenten un aumento podría ser una evidencia significativa sobre una mayor sensibilización de estos delitos en nuestra sociedad.
En lo que se refiere a las condenas por violencia sexual, conviene matizar que el aumento de estas es asimismo proporcional al número total de condenas en general, es decir, de otros delitos. Más allá de la idea de que la violencia sexual ha aumentado se pueden encontrar explicaciones alternativas. Por ejemplo, la mayor determinación de la población a la hora de denunciar o una mayor sensibilización, formación y profesionalidad por parte de las fuerzas de seguridad para detectar la violencia sexual. Cuestiones que, en consecuencia, suponen una mayor recepción de casos en los juzgados.
En definitiva, el abordaje de la violencia sexual en los medios de comunicación no necesita azuzar pánicos para apuntar que el fenómeno es lo suficientemente grave para darle una cobertura informativa responsable, pormenorizada y ética.
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