Reflexiones en mitad de la crisis
Los miembros del Consejo Editorial de Ethic, voces relevantes en la filosofía, el análisis político, la economía y la transparencia, analizan el terremoto que ha dejado el COVID-19 y apuntan cómo reconstruir la sociedad.
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COLABORA2020
El pasado 13 de febrero, los organizadores del Mobile World Congress –que iba a celebrarse en Barcelona a finales de ese mismo mes y que pretendía congregar a más de 100.000 personas procedentes de todas partes del mundo– decidieron suspender la cita debido a la crisis del coronavirus que había estallado en China poco más de dos semanas antes. Aunque se sucedieron las presiones para que el evento siguiese adelante debido a las pérdidas millonarias para la ciudad y los participantes que acarrearía su suspensión, una vez tomada la medida, no fueron pocas las voces que la tildaron de exagerada y de alarmista. Entonces, en ese pasado cercano que ahora parece prehistórico, hablar de que todos estaríamos semanas encerrados en casa, sin abrazarnos ni besarnos entre nosotros, aguardando largas colas para hacer la compra, monitorizados a través del móvil y respirando el mundo a través de una mascarilla nos parecía un capítulo de Black Mirror. Hoy, apenas dos meses después –el último de ellos, bajo todas esas premisas– imaginarnos que una cita de dimensiones similares a las del MWC pueda volver a celebrarse nos parece ahora la distopía.
El coronavirus, esa palabra que desconocíamos cuando brindábamos por la nueva década y que ya parece que lleva toda la vida en nuestra boca, ha acelerado la escala de tiempo y ha cambiado nuestra percepción de la realidad y de la cotidianidad, nuestras prioridades y nuestra visión de un futuro más incierto que entonces. Más que darle la vuelta al tablero, la pandemia ha desbaratado la mesa y, sin consultarnos, ha decidido que es el momento de cambiar de juego. Sin embargo, los retos pendientes que tenemos que afrontar como humanidad, desde el cambio climático a la digitalización o la disminución de la desigualdad y la pobreza no se borran del mapa por mucho que la partida permanezca en pausa.
Los miembros del Consejo Editorial de Ethic, voces relevantes en la filosofía, el análisis político, la economía y la transparencia, analizan el terremoto que ha dejado el COVID-19 y apuntan cómo reconstruir la sociedad usando como brújula lo marcado en la Agenda 2030.
«El dinero público destinado a batallas ideológicas debe invertirse en ciencia»
Adela Cortina. Filósofa
El coronavirus no estaba en nuestras manos ni lo esperábamos en absoluto. Pero sí que es verdad que cuando se ha forjado bien el carácter de las personas y de los pueblos, se abordan mucho mejor estas situaciones, que son situaciones verdaderamente dramáticas. Lo que tenemos que buscar en este momento, tanto en España como a nivel mundial, es lo que nos une y no lo que nos separa. Las gentes que están atizando el conflicto y la polarización, están haciendo un daño enorme. Un daño enorme, no solo porque estamos todos en el mismo barco y quienes atizan el conflicto acaban haciendo daño a todos, sino porque nuestra convivencia es muy frágil y la estamos convirtiendo en una lucha de todos contra todos. Otra enseñanza que tendríamos que sacar, si es que aprendemos algo –porque a veces parece que no aprendamos nada de las desgracias–, es que ya está bien de conflicto, ya está bien de polarización, de supremacismos y de luchas sectarias e ideológicas. Por favor, busquemos lo que nos une, que es mucho, porque creo que todos nosotros valoramos la libertad, la igualdad, la solidaridad, el diálogo y la construcción del futuro. Por favor, busquemos eso que Aristóteles llamaba «la amistad cívica».
El hecho de que se busque lo que nos une, quiere decir precisamente que tratamos de ser críticos. Ser críticos quiere decir discernir. Desde aquello que nos une, debemos recordar a cada uno de los estamentos cuál es su obligación y cuáles son sus deberes. Yo creo que los políticos lo han olvidado en exceso. Los políticos no tienen que ser en absoluto los protagonistas de la vida social, ni tienen que ser quienes nos den recetas de felicidad. Lo que tienen que hacer es ser los gestores en la vida cotidiana para que las personas, los ciudadanos, podamos llevar adelante los planes de vida. No tienen que quitarnos nuestro protagonismo en la vida. La democracia es el protagonismo de los ciudadanos. En ese sentido, creo que los políticos deberían de aprender. Y, efectivamente, nosotros tenemos que recordárselo siempre que podamos. Yo lo he hecho siempre que he podido y tenemos que seguir haciéndolo. No son protagonistas, son sencillamente gestores que tienen que poner las bases de justicia para que las personas podamos llevar adelante nuestros planes de felicidad y vida buena. La crítica es discernimiento. [Sigue leyendo]
«Europa no solo se juega la recuperación económica, sino el favor de sus ciudadanos»
Emilio Ontiveros. Economista y presidente de AFI
Las medidas económicas que se tomen en esta crisis deben tener un primer objetivo que es evitar que mueran demasiadas empresas. Al desaparecer como consecuencia de esas distorsiones en la oferta o de ese desplome en la demanda, nos encontramos con caídas también en el empleo y ese círculo vicioso que resulta familiar para quienes observamos la crisis anterior. Por lo tanto, las terapias, las decisiones de política económica tienen que estar orientadas a facilitar la supervivencia de las empresas en esta transición y a subordinar cualquier otro objetivo de política económica a la recuperación. Tienen que estar orientadas a la coordinación, en el caso concreto de Europa, de decisiones que estimulen la actividad no solo en un país, sino en el conjunto. No es el momento de los prejuicios sobre la sostenibilidad de las finanzas públicas: la amenaza es de una envergadura tal que un punto más o menos de déficit o deuda pública es un mal menor. Hay que guiarse por el pragmatismo al que se está orientando, por ejemplo, Estados Unidos, que lo hizo ya en la crisis del 2008. Sin embargo, en Europa a mí me preocupa que estemos, en el mejor de los casos, ante la indecisión, y en el peor, ante la negativa a llevar a cabo decisiones que, además de mutualizar riesgos, permitan inversiones ambiciosas a medio y largo plazo. Si sigue así, agarrotada, si sigue dando el espectáculo que dio el Consejo Europeo la semana pasada, esa desafección, ese contagio al malestar social y a la emergencia –incluso, el nacimiento de opciones políticas poco propicias de la integración europea–, será un hecho. Europa se está jugando ahora, no solamente la recuperación económica, sino el favor, en última instancia, de los ciudadanos.
En España, grosso modo, el Gobierno ha tomado las mismas medidas que están tomando todos, en particular las decisiones que tomó Alemania cinco o seis días antes. ¿Que serán suficientes esos cien mil y pico millones de euros de recursos públicos para extender la recuperación y atajar la recesión? Cada día que pasa soy un poco más escéptico. Nos vendría muy bien a una economía como la española que, además de esos recursos propios puestos con el presupuesto, de Europa llegaran decisiones favorecedoras del estímulo. Me preocupa mucho más la inacción de la Unión Europea, de la eurozona, que la suficiencia discutible de los recursos financieros que ha puesto el Gobierno español. [Sigue leyendo]
«Nuestro sistema sanitario merece más atención»
Eduardo Madina. Director de la unidad de análisis y estudios de Kreab España
El coronavirus actúa como como fenómeno que intensifica las tensiones ya existentes. El cierre de fronteras parece haber actuado como una medida compartida en la lucha contra la expansión del virus, pero en tiempos de pandemia. Fuera de ellos, el virus está situado precisamente ahí, en los discursos de fronteras clausuradas y sociedades cerradas. Las tensión sociedad abierta-sociedad cerrada continuará con más intensidad tras esta crisis, y ojalá termine bien.
Todas las medidas económicas y sociales que está implementando el Gobierno merecen confianza. Se ha movilizado un volumen económico sin precedentes, tanto en España como en los países más avanzados del mundo. Con todo, el golpe merece que nos replanteemos muchas cosas. La primera nuestro sistema sanitario, que merece más atención, financiación –invertimos en él casi un punto menos sobre el PIB que la media de la UE– y optimización de las condiciones laborales de nuestros médicos. En segundo lugar, la cohesión social, verdadera clave de desarrollo de las sociedades europeas tras la II Guerra Mundial y de la española a lo largo del recorrido democrático. Nuestros servicios públicos merecen más atención y otro trato deliberativo, legislativo y presupuestario. Y, en tercer lugar, el empleo, ya que en, plena transición tecnológica, no podemos demorar más tiempo ese debate. O se afronta y se generan las condiciones necesarias ante el mundo hacia el que nos dirigimos, o tendremos serios problemas de sostenibilidad de nuestro modelo social, económico y político. [Sigue leyendo]
«El sentimiento comunitario es la base de la cooperación para luchar contra el virus»
Victoria Camps. Filósofa
Aristóteles dice que todos buscamos la felicidad, y añade que esta se encuentra en la vida buena. Creo que no hace falta dar recetas. Estos días nos estamos ejercitando a fondo en la vida virtuosa, por necesidad y por compasión, en el sentido literal de la palabra: nos sentimos cerca de los que sufren, de los más frágiles, queremos que esto se acabe y que el mundo vuelva a sonreír. Estamos dando lo mejor de nosotros mismos. Actuando así, incluso en una calamidad como esta, se puede encontrar algo de felicidad.
La reacción ante la pandemia ha puesto de manifiesto que el sentimiento comunitario está en la base de la cooperación y responsabilidad colectiva para luchar contra el virus. Esto tiene un lado bueno, y es que hemos vuelto a confiar en el Estado y, sobre todo, hemos constatado el valor de un sistema sanitario público, por muchas que sean las deficiencias que tiene. Pero pone de relieve que Europa no funciona con ese sentido comunitario. No hay una «Comunidad Europea»; solo una Unión Europea incapaz de unirse cuando hace falta. [Sigue leyendo]
«No estábamos dispuestos a creer lo que veíamos»
Fernando Savater. Filósofo
Unos años antes de la crisis, grupo de sabios epidemiólogos ya habían advertido que los animales salvajes eran una fuente posible de infecciones y contagios y que, si eso continuaba, podíamos encontrarnos con un problema serio. Todos los virus han aparecido de animales salvajes. De hecho, las grandes plagas de la humanidad surgieron cuando los seres humanos estaban domesticando a los animales –que fueron creaciones nuestras: cerdos, las vacas, los perros–. A lo largo del tiempo, se ha visto que en China han surgido otras plagas de lo mismo, del contacto directo con animales. Podemos decir que no hay adultos en la habitación porque no nos acabamos de creer eso. Pero también preguntémonos: si el Gobierno o cualquier otro Gobierno hubiera impuesto las medidas draconianas de aislamiento antes de que hubiera habido muchos casos, ¿se lo habría tolerado la gente? ¿De verdad no hubiese salido la gente a la calle diciendo que era un autoritarismo inaguantable, un abuso de poder? Las autoridades han actuado tarde y mal. Pero si hubiésemos actuado pronto y hubiesen impuesto las medidas más severas, ¿lo hubiéramos aceptado o lo hubiésemos considerado un abuso de autoridad?
Me molesta es esa manía de sacar conclusiones moralizantes. Frases como «hemos vivido equivocados», «hemos de cambiar nuestra manera de existir»,«la culpa la tienen los abusos del egoísmo o la falta del respeto a la ecología». No, es una plaga y se acabó. Ha habido plagas desde que los seres humanos tienen memoria y habrá muchas más. Esta en concreto tiene una virulencia brutal, pero también tenemos mucho más medios para enfrentarnos a ella y contrarrestarla. Pero no entiendo eso de en seguida empezar a sacar conclusiones como en la Edad Media, de que es un castigo divino. No puede ser que ahora los castigos divinos se les llame castigos de la naturaleza. Me parece insoportable que los moralistas vayan repitiendo cosas como que ahora nos enteramos de lo importante que son los otros. Es como si hubiera habido que esperar 21 siglos y una plaga para darnos cuenta de que los otros son importantes. [Sigue leyendo]
«Si la Agenda 2030 fue un acierto hace diez años, hoy sus propuestas cobran mayor actualidad»
Cristina Monge. Politóloga y asesora ejecutiva de Ecodes
Es importante tener presente que en la gestión de esta crisis se están construyendo los pilares de lo que encontraremos después. No hay nada escrito y dependerá de la voluntad humana y de lo hábiles que seamos para diagnosticar bien la situación e idear propuestas capaces de dar respuesta a retos nuevos en un escenario inédito. En ese sentido, la Agenda 2030 puede y debe ser la hoja de ruta con la que abordar unos desafíos que, como vemos, son más globales que nunca, con objetivos comunes que tienen como fin último que todos y todas, los que estamos y los que estarán, vivamos mejor. Si la Agenda 2030 fue un acierto hace diez años, hoy –cuando esta pandemia nos muestra a las claras que vivimos rodeados de incertidumbre, que somos interdependientes y vulnerables hasta extremos que no habíamos imaginado–, sus propuestas cobran mayor actualidad. La clave es ponerla en marcha de forma coherente en el conjunto del planeta.
Ahora existe un riesgo de que vuelva a producirse una consolidación del populismo y hay varios factores que pueden incrementarlo. En primer lugar, que la ciudadanía perciba que las democracias no son útiles ni eficaces para abordar estos desafíos. Empiezan a surgir discursos que admiran la supuesta eficacia de los sistemas autoritarios y, aunque estos argumentarios obvian elementos esenciales que desmontan esa visión, si la política democrática no es capaz de dar respuestas tanto a la crisis sanitaria como a la económica y social, este riesgo existe y se incrementará conforme el tiempo avance. Por otro lado, la falta de respuesta en la esfera internacional –tanto a nivel europeo como global–, está haciendo que la ciudadanía vuelva la mirada hacia las fronteras nacionales como mantos protectores dibujando un marco dentro-fuera excluyente alimentado por el temor hacia todo lo diferente. Ambos elementos pueden ser un caldo de cultivo para populismos de extrema derecha, algo que todos los gobiernos democráticos y el conjunto de la sociedad civil deberíamos conjurarnos en combatir.
«En sus orígenes, Europa huía del nacionalismo; hoy, ante cada crisis, se repliega»
José Ignacio Torreblanca. Politólogo y director de ECFR en Madrid
En la Unión Europea, tenemos un proyecto que ha sido político desde el principio, de huida y de reconstrucción europea en el sentido más profundo y más moral del término, de valores fundamentales, de democracia y de derechos humanos… Precisamente en los orígenes del proyecto europeo estábamos huyendo o alejándonos del nacionalismo y, sin embargo, cada vez que nos encontramos con una crisis –sea de refugiados, sea económica, sea como en este caso sanitaria–, aparece el instinto de replegarse. Otra vez esa esa manía de olvidarnos de que somos interdependientes, de que no podemos cerrar las fronteras porque no tiene sentido y que la respuesta que tenemos que dar es la de redoblar los esfuerzos hacia afuera. Pero ese primer momento –también, en parte, porque las competencias sanitarias y la salud son una cuestión que se administra en el ámbito estatal y la Unión Europea no tiene competencias–, hace lógico que sean los estados los que sean los encargados de proteger a sus ciudadanos. Desde hace tiempo venimos hablando de la Europa que debe proteger, acoger, ser útil para sus ciudadanos, y si no aparece por aquí, se van a preguntar para qué sirve.
Una emergencia nacional genera siempre una situación de cierta anomalía democrática, en tanto que se produce un efecto de apoyo y de unirse detrás del Gobierno para luchar contra esa amenaza. En este caso no es militar, pero tienen muchos elementos de desafío existencial desde el punto de vista de la seguridad física material de los ciudadanos. Estoy de acuerdo con quienes han dicho que esto no es una guerra y que no debemos pensar en esos términos, pero sí que en algunas cosas vamos a actuar como si estuviéramos en guerra, porque efectivamente hay una cuestión vital para el futuro de este país y de su ciudadanía y el Estado tiene la responsabilidad de actuar. Hay un Estado que tiene poderes de emergencia que le confieren una discrecionalidad amplísima. Lo estamos viendo en un país como el nuestro, no nos hace falta ir a los excesos de Orbán, que ha aprovechado para dotarse de muchos más poderes de los necesarios para suspender el Parlamento y otorgarse esos poderes de forma indefinida. Por supuesto que tenemos ese problema. Al final, la línea entre la democracia y la dictadura no es un corte tan nítido como nos gustaría muchas veces. Estos años, hemos estado leyendo Cómo mueren las democracias y varios estudios que han hecho Schneider o Levitsky sobre el hecho de que los populismos nos han recordado que las democracias mueren poquito a poco, van perdiendo aspectos esenciales y, por lo tanto, tienes que estar alerta cuando son aún plenas democracias. [Sigue leyendo]
«Necesitamos Estados fuertes y eficientes, no autoritarios u omnipresentes»
Elena Pisonero. Presidenta ejecutiva de Taldig
Antes de la llegada del coronavirus, los grandes problemas y las tendencias ya estaban ahí, y la crisis actual solo acelera o genera un sentido de urgencia para impulsar un nuevo contrato social, un nuevo modelo económico que dé respuesta a los retos y desafíos del siglo XXI. Ese es el enfoque que debería asumir el proyecto europeo como faro o referencia en un mundo caótico multipolar que carece de un gobierno global. Una reflexión urgente en estos momentos de crisis es el papel del Estado: necesitamos Estados fuertes y eficientes, pero eso no significa que deban ser autoritarios u omnipresentes. El gran desafío para Europa es demostrar que podemos ser un modelo solidario e inclusivo de referencia en democracia, con sociedades competitivas y sólidas, capaz de generar la riqueza necesaria para financiar ese nuevo contrato social. En esta crisis sanitaria, además de aprender a valorar a aquellas personas que nos brindan servicios, podemos acelerar –con voluntad política y social– el proyecto europeo con unidad fiscal (los eurobonos), el ensayo de una renta mínima universal y la toma de conciencia de nuestro carácter híbrido, en el que lo fisco no puede concebirse ya sin lo digital, y viceversa.
Todo esto requiere que aceleremos en la capacitación y adopción de las tecnologías disponibles y por venir. El determinante de la disrupción del siglo XXI es la tecnología aplicada a la hiperconectividad digital, la llamada Cuarta Revolución Industrial que permite como nunca hasta ahora combinar las distintas disciplinas del saber en las distintas plataformas disponibles –incluidos nuestros cuerpos–, generando innovaciones exponenciales a las que no podemos ni debemos permanecer ajenos. Estoy convencida del uso de la tecnología con propósito, poniendo primero a los humanos en el centro para asegurar su utilidad y su fin de mejorar el bien común.
«Los efectos escolares pueden amortiguarse si lo sabemos hacer bien»
José Antonio Marina. Pedagogo y filósofo
A corto y medio plazo, sin duda, nos afectará profundamente. Pero cuando se habla ahora del futuro no se habla de cambiar nada, sino de reconstruir, es decir, de intentar volver a donde estábamos. Las sociedades aprenden con dificultad, a no ser que hagan un esfuerzo explícito por hacerlo. Al igual que sucede con las personas, la simple experiencia no nos hace más sabios, salvo que decidamos aprovecharla para que nos haga más sabios. La experiencia de la Primera Guerra Mundial no evitó la segunda. Las fuerzas sociales, económicas, ideológicas y técnicas que dirigían la historia antes de la pandemia son las mismas que seguirán haciéndolo cuando termine. Eso sí, me parece importante que intentáramos aprender de la experiencia. A nivel social, siendo más conscientes de nuestra situación, informándonos mejor y exigiendo más a los políticos.
En el aspecto educativo, afortunadamente, los niños tienen una enorme capacidad de adaptación y aguante. Cuando hablamos de resiliencia, nos referimos a la capacidad de soportar la adversidad y también a la de recuperarse con rapidez. Lo que influirá más es la situación en casa, cómo lo está llevando la familia. No olvidemos que la escuela, además de una institución educadora, es una institución de protección de la infancia, un lugar seguro donde muchos niños reciben buena alimentación. Los efectos escolares pueden amortiguarse si lo sabemos hacer bien, los domésticos son más difíciles, sobre todo porque se van a ver agravados por un aumento del paro y de las dificultades económicas. [Sigue leyendo]
«El ingreso mínimo vital es necesario: hay colectivos importantes sin protección»
Jordi Sevilla. Economista y expresidente de Red Eléctrica de España
Las medidas de política económica que se están aplicando en todo el mundo buscan, primero, contener los efectos de un shock externo como es el confinamiento de la gente para evitar el contagio del virus. Para hacerlo hay que actuar en dos direcciones: garantizar liquidez a las empresas para que la brusca caída de ingresos no les lleve a una quiebra, y buscar desde los presupuestos del Estado una sustitución de ingresos para trabajadores y autónomos que se han quedado sin actividad. Hay que reconocer que en ambas direcciones se ha reaccionado con mucha más celeridad que ante la crisis del 2008 y, desde el Banco Central Europeo, se ha inyectado liquidez en el sistema y la UE ha cancelado la aplicación de los procedimientos de déficit excesivos. Después, habrá que plantearse cómo reactivar la economía más allá de la simple supresión del confinamiento, en un contexto en el que los bancos tendrán liquidez para prestar –a diferencia de la sequía de créditos vivida en 2008–. Los gobiernos estarán respaldados por el BCE evitando una crisis de deuda (primas de riesgo) como la vivida en la crisis anterior y el sector privado saldrán con mayores tasas de ahorro. Negociar unos presupuestos generales para 2021 será muy complicado, pero es donde mejor se podrá resumir el espíritu del necesario pacto político que la emergencia requiere y los ciudadanos reclaman.
Vengo defendiendo la necesidad de una renta mínima, que no debe confundirse con una renta básica –sería como confundir el IVA con el IRPF–, desde el año 2000. Nuestro modelo de protección social está dejando huecos importantes de colectivos que quedan sin protección adecuada, y un ingreso mínimo vital es una necesidad que se incluyó ya en el programa electoral de 2005 –que ayudé a elaborar– y en el acuerdo de Gobierno entre PSOE y Unidas Podemos. Por cierto, la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal (AIReF), dirigida por Escrivá, hizo un informe muy interesante sobre el asunto. Nada tiene que ver, por tanto, con la pandemia. Es cierto que países donde la sanidad no tiene la cobertura pública que aquí y los mecanismos estatales de protección social son inexistentes, como Estados Unidos, han aprobado el envío de un cheque a los más necesitados. En España la situación es otra, por lo que el debate aquí sobre una renta mínima transitoria me parece absurdo, y creo más adecuado acelerar los plazos para adelantar el ingreso mínimo vital que ya estaba previsto. El problema, en todo caso, se plantea con aquellos que están «fuera del sistema», sin papeles ni domicilio conocido. Llegar a ellos es muy difícil, y un ingreso mínimo no debería sustituir la importantísima labor que desarrollan las ONG y los ayuntamientos con los bancos de alimentos y otras ayudas similares. [Sigue leyendo]
«Todo ciudadano tiene que ser capaz de ejercer su derecho a saber y su derecho a la información veraz»
Elena Herrero-Beaumont. Experta en medios, democracia y asuntos públicos
Los dos colectivos que están trabajando más en esta crisis del coronavirus son los profesionales sanitarios y los periodistas. Cuando me preguntan por qué estoy tan interesada en investigar y desarrollar modelos que garanticen la supervivencia de los medios tradicionales, siempre contesto que su labor sigue siendo esencial para la ciudadanía. Y para los que aún dudan sobre la importancia de la prensa y de los medios convencionales, en una crisis como esta, sin duda la historia más relevante desde los atentados del 11-S, se ve claro el papel tan relevante que cumplen. El buen periodismo es un ejercicio de transparencia. Existe una base empírica que demuestra que la transparencia puede ser en algunos casos contraproducente, que es mejor la ignorancia de la sociedad sobre determinados temas porque conocerlos puede acarrear efectos más negativos, pero no estoy de acuerdo con esa teoría. Soy más partidaria del famoso dicho de Louis Brandeis, «la luz es el mejor de todos los desinfectantes».
Todo ciudadano tiene que ser capaz de ejercer su derecho a saber y su derecho a la información veraz, que están reflejados en nuestra Constitución y que son cruciales para poder tomar acciones individuales, para empatizar con los vulnerables, con los colectivos sanitarios, para poder formarse una opinión política y decidir en las próximas elecciones quién quieres que te represente en función de su capacidad de gestión de las crisis. Es verdad que la mente humana no puede procesar toda la información que recibe en esta era de hiperconectividad. Nuestro cerebro sigue respondiendo de manera primitiva y por instinto de supervivencia, priorizando los titulares más sensacionalistas, los que suponen una mayor amenaza. Por eso, teniendo clara su función de embajadores de la transparencia, los medios de comunicación tienen la obligación de desacelerar las corrientes de información y convertirse en guardianes de una información más elevada y menos tóxica. La única justificación posible de ciertas medidas de los gobiernos de poner controles a la prensa, de no responder a sus preguntas, de volver a la opacidad en la toma de decisiones, es la seguridad nacional. Esperemos que la perspectiva que da el tiempo nos ayude a evaluar la proporcionalidad de estas medidas.
«Esta crisis ha acelerado la digitalización de las actividades relacionadas con investigación, y no habrá vuelta atrás»
Alberto Andreu. Economista
En general, las empresas están respondiendo con altura a la crisis del coronavirus. Analizando los diferentes ejemplos, creo que ha habido tres tipos de respuestas. Por una parte, aquellas empresas que han puesto su cadena de valor al servicio de la lucha contra el virus (cadenas hoteleras que han dedicado sus instalaciones a hoteles medicalizados; compañías de telecomunicaciones que han incrementado los datos; empresas de logística que han ofrecido sus medios, etc). Por otra, están las empresas que han modificado su cadena de montaje para producir bienes y servicios esenciales (empresas del sector automoción que han pasado a producir respiradores o EPI’s; compañías de cosmética y de bebidas alcohólicas que han empezado a producir geles hidroalcohólicos, etc). Por último, están las compañías que han donado dinero o productos a los servicios de salud, residencias de mayores o colectivos desfavorecidos. Sin embargo, hay otras compañías que han intentado sacar tajada de esta crisis y que, confío, el mercado se lo demandará en el futuro (más allá de las sanciones correspondientes). En concreto, estoy pensando en aquellas que se han intentado aprovechar, por ejemplo, de una mayor demanda o del uso abusivo de los ERTE.
Esta crisis ha acelerado la digitalización en todo aquello asociado al sector cuaternario actividades relacionadas con investigación, desarrollo de proyectos de ciencia y tecnología, innovación e información, consultoría… En este sector, no hay vuelta atrás con la implantación de plataformas colaborativas y el denominado digital workplace. De hecho, veremos cómo se liberan muchos metros cuadrados dedicados a oficinas para dar paso al trabajo en remoto a tiempo completo. En el resto de los sectores (primario, secundario, terciario y quinario) la digitalización va a ser más complicada porque requiere una inversión que, en época de crisis, no va a ser tan fácil de asumir.
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