Economía
El boom de las casas fantasma
El estallido de los inmuebles de lujo, la especulación y la llegada de billones de euros al sector vacían barrios enteros y convierten a la vivienda en un instrumento más de inversión.
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Los mercados son capaces de dar forma de activo financiero incluso a la desesperación. Nada les resulta ajeno si piensan que pueden ganar dinero. Igual especulan con cereales que con naranjas o té. Y la especulación es como el casino: un juego de suma cero. Alguien gana y alguien pierde. O el apostador o la banca. Entre medias, nada se crea. Al contrario. Se destruye. Es una industria voraz y con urgencia de novedades. Y, por desgracia, se ha fijado en la vivienda.
Leilani Farha lleva el pelo corto, a trazos teñido de rubio a ratos moreno, pero también la palabra urgente y encendida. Desde mayo de 2014 es la principal especialista de vivienda de Naciones Unidas. Acumula tiempo vigilando la peligrosa relación que, a veces, establece el hogar y el dinero. Y ha descubierto un cambio que produce un vértigo profundo y negro. La entrada de miles de millones de euros de las fábricas del capital (inversores particulares, grandes fortunas, fondos de inversión, hedge funds) en la vivienda ha trasformado lo que debería ser un derecho del ser humano en una commoditie más. Un artículo de compra y venta como el oro o el carbón.
La enorme acumulación de riqueza en una parte del mundo ha provocado que las casas se usen como respaldo financiero o como meras inversiones. Esa avalancha tiene efectos. Ha creado áreas muertas. En Melbourne (Australia) hay 82.000 viviendas vacías que fueron adquiridas como inversión. En los barrios adinerados londinenses de Kensington y Chelsea el número de hogares deshabitados ha crecido un 40% entre 2013 y 2014. Barrios fantasma dentro de los propios barrios. Lugares donde se escucha el silencio de los pasos. Mientras, los altos precios expulsan de su entorno a los habitantes más pobres. Lo vemos en Malasaña, Chueca o Chamberí. Lo vemos en Madrid. Pero también se siente en El Raval, Poble Sec o El Paralel. Se siente en Barcelona. Y estalla la tormenta.
«En esos mercados el valor de la vivienda ya no se basa en su uso social», advierte Leilani Farha en el informe presentado en Naciones Unidas. «Se ha convertido en un valor por sí misma, da igual que esté ocupada o vacía, viva o desprovista de ella. Y mientras se vacían las casas crece la población sin hogar». Aunque hay quien lo observa bajo diferente mirada. «La gente no quiere tener el dinero parado. Nadie quiere tener un piso vacío. Hay viviendas vacías porque se han construido casas donde la gente no quiere vivir. No es porque sean una inversión», sostiene José Luis Suárez, profesor de Dirección Financiera del IESE.
Pero no son esas las conclusiones a las que llega Naciones Unidas. El organismo habla en esas páginas de «casas deshumanizadas». Lugares en duermevela que buscan una explicación en los expertos. Jorge Serrano es profesor de la EOI y conoce el origen y las consecuencias de esta presión sobre la vivienda. «Como repuesta a la última gran crisis muchos gobiernos (sobre todo Estados Unidos) inundaron sus economías de dinero para fomentar la inversión y el empleo, sin embargo esto abona el camino a nuevas burbujas [como la inmobiliaria o la .com de los años noventa del siglo pasado]», analiza Serrano. «Si el dinero cae en manos de especuladores tendremos burbujas, si cae en manos de emprendedores habrá producción y empleo».
El informe de Leilani Farha deja escasas dudas de quién tiene en nuestros días el dinero y para qué lo quiere. Y la consecuencia es clara: la vivienda se ha desconectado de su función social. «Miro a estos desarrollos inmobiliarios y veo relucientes torres de cristal y acero, veo arquitectos en su machismo construyendo los mejores edificios y más a la moda. Creo en el buen diseño, pero veo esto y veo enormes, enormes sumas de dinero, para mí asombrosas, vertidas sobre estos lugares no para transformarse en casas sino en inversiones», reflexiona Farha en el periódico The Guardian.
Esta avalancha deja a la deriva a miles de seres humanos sometidos a los peores vientos del capitalismo financiero. La certeza de una realidad. «Es verdad que en un entorno económico inestable, donde los mercados son muy volátiles, las inversiones en inmuebles ofrecen un plus de seguridad que atrae a grandes y pequeños ahorradores», apunta Joan Carles Amaro, profesor de Finanzas de Esade. Pero el docente cambia el origen del problema: los puntos de fuga son los inversores modestos. «Son ellos quienes compran propiedades que no siempre ponen en alquiler debido a que en muchos municipios obtienen bajas rentabilidades (propiciada por unos precios de compraventa demasiados altos) y a que existen ciertos riesgos, como los impagos», aclara el docente. Puede ser parte de la explicación pero no toda. «El problema se agrava cuando estamos en un mercado alcista. Poco importa que el inmueble esté vacío u ocupado. Porque el comprador busca plusvalías con la venta», narra Luis Corral, consejero delegado de Foro Consultores.
El daño resulta profundo. España lo sabe bien. Entre 2008 y 2013 los bancos y empresas españolas se vieron forzados a devolver en cinco años la mitad de lo que debían. Sobre todo a Alemania. El gran proveedor de dinero durante ese tiempo. «Esta devolución de los créditos a los inversores extranjeros no solo se llevó por delante cinco millones de empleos sino que también ha generado cerca de 200.000 desahucios desde la llegada de la crisis», relata José Serrano. El camino hasta llegar ahí es sencillo de explicar y duro de vivir. Al final quienes debían pagar eran las familias hipotecadas. Si no lo hacían tanto el banco como el acreedor final (Alemania) perdían su inversión. Por lo que era necesario desahuciar y vender las casas para devolver los fondos al prestamista germano.
Los desahucios y los pisos vacíos son el haz y el envés del mismo problema: tratar la vivienda como una commoditie. Es más, según Leilani Farha, la escalada de los precios está cebando la desigualdad de la riqueza. Quienes tienen propiedades en los barrios de lujo se están volviendo más ricos frente a los que carecen de estos inmuebles. Una tensión de la que en gran parte son responsables los compradores extranjeros, muchos a la búsqueda de la Golden Visa, un visado de residencia que se concede en función de la inversión inmobiliaria. El aluvión de estos inversores ya ha provocado que en Barcelona en las mejores zonas los apartamentos de 50 y 60 metros cuadros se vendan (según la consultora Tinsa) por 500.000 euros. «Lo deseable sería llegar a un equilibrio y que la vivienda sea un bien al que pueda acceder todo el mundo y no un motivo de desigualdad», admite Luis Corral. Porque si no, los ladrillos, en vez de casas, construirán la inequidad y la sinrazón del mundo.
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