¿Eres adicto al drama?
El drama, como patrón de comportamiento, se alimenta de la exageración emocional y la victimización constante. Lejos de resolver conflictos, los multiplica y prolonga.
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«El rey o la reina del drama». ¿Quién no tiene un amigo, familiar o colega que pueda inscribirse en esta acepción? El drama en su versión psicológica resulta un concepto difuso que, a grandes rasgos, se asocia con una respuesta desmedida a los estímulos. Internet está plagado de páginas que apuntan a los adictos al drama y cómo detectarlos, personas cuya personalidad es propensa a intensificar las emociones en una situación.
Para Scott Lyons, experto en los ciclos del trauma, el drama es «la agitación innecesaria que acompaña a una respuesta exagerada, perturbadora, intensificada y desproporcionada a las cosas en uno mismo y en el mundo», como recoge en su libro Adictos al drama. Cómo librarte del rol de víctima y dejar de crear caos a tu alrededor. El psicólogo considera que el drama es una adicción y, como tal, afecta la salud mental y la forma en que las personas se relacionan con su entorno.
Se trata de individuos que hacen de la intensidad emocional la herramienta a partir de la cual afrontar sus circunstancias y, en especial, las adversas. Y, aunque, a priori, puede parecer una reacción desproporcionada pero desprovista de implicaciones más profundas, quienes padecen este tipo de adicción experimentan altos niveles de dolor psicológico, biológico y social, sostiene Lyons.
La menos conocida noción de Necesidad de Drama (NFD, por sus siglas en inglés« se relaciona con un rasgo de personalidad «desadaptativa en la que la persona manipula impulsivamente desde una perspectiva de victimización constante». Así se expone en el estudio Developing and Testing a Scale to Measure Need for Drama, en el que un equipo de la Universidad de Texas desarrolló una escala para medir este patrón de comportamiento tendente al drama como herramienta de gestión. A este tipo de personalidades los investigadores asocian unas pautas conductuales que se enraízan en la manipulación interpersonal, la franqueza impulsiva, las actitudes reactivas y una victimización persistente.
De acuerdo con la investigación, los propensos al drama, generalmente, viven vidas caóticas y provocan crisis artificiales con familiares, amigos y compañeros de trabajo. Reacciones que normalmente derivan en conflictos y que tienden a relacionarse con personas clínicamente diagnosticadas que padecen de algún tipo de trastorno de la personalidad, como el limítrofe (TLP, por sus siglas) o el trastorno histriónico de la personalidad (HPD, por sus siglas en inglés).
Se trata de individuos que hacen de la intensidad emocional la herramienta a partir de la cual afrontar sus circunstancias
La victimización persistente se refiere a la inclinación a interpretar sucesos rutinarios o menores que suceden en la vida –y que la mayoría de personas pasarían por alto o no darían tanta importancia–, como un trato injusto o un ataque personal. La franqueza impulsiva se describe como una necesidad de expresar opiniones o pensamientos sin considerar las repercusiones de esa sinceridad desmedida o trasladarla en momentos inadecuados. En cuanto a la última consideración para establecer los rasgos asociados a la necesidad de drama, esto es, la manipulación interpersonal, se entiende como la tendencia a convencer a los demás para favorecer los intereses propios. Cabe resaltar que este tipo de actitudes pueden estar presentes en los individuos sin necesidad de que haya un diagnóstico clínico.
Según el triángulo dramático de Karpman, una teoría surgida a finales de los años 60 que el psiquiatra estadounidense Stephen Karpman expuso en su artículo Fairy Tales and Script Drama Analysis, cuando se sucede un evento de disputa o conflicto, los seres humanos adoptan tres tipos de roles (perseguidor, salvador o víctima) que se ponen en práctica de manera inconsciente y repetitiva. Son juegos psicológicos interconectados que se aprenden durante la infancia.
En el caso de la persona salvadora, esta presta ayuda a cambio de mantener la dependencia de la víctima y, en caso de no encontrarla, la crea, porque considera que esta no es capaz de solicitar ayuda ni resolver por sí misma el problema. La víctima, por su parte, se asienta en ese rol de indefensión y actitud autodestructiva, según Karpam, y «provoca su humillación o sufrimiento» para generar dependencia respecto al salvador. Finalmente, el rol del perseguidor se identifica con una persona que se comporta bajo patrones de agresividad y actúa en interés propio, aunque con su actitud ponga a los demás en situaciones comprometidas o de sufrimiento. Los tres se necesitan entre sí para perpetuar el triángulo y, en ocasiones, pueden cambiar su patrón conductual dependiendo de la relación interpersonal en la que se suceda el evento conflictivo.
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