TENDENCIAS
Siglo XXI

El efecto Streisand

Intentar ocultar información solo despierta más curiosidad y acelera su difusión. En la era digital, borrar es muchas veces multiplicar.

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23
octubre
2025

Basta que al ser humano se le quiera ocultar algo para que desarrolle una curiosidad irrefrenable por descubrirlo. Es lo que en el campo de la psicología se ha llamado reactancia. En términos contemporáneos, lo conocemos como el efecto Streisand, que recibe su nombre del conflicto surgido entre la actriz Bárbara Streisand y el fotógrafo Kenneth Adelman en 2003. La estrella denunció a Adelman porque su mansión salía en unas fotografías que él usó para retratar la erosión costera en California. Streisand no solo no ganó la demanda, sino que consiguió el efecto opuesto al que deseaba. Si hasta el momento anterior las fotografías habían sido descargadas solo seis veces (dos de ellas por parte de los abogados de la actriz), a día de hoy esas fotos siguen en internet y han recibido más visualizaciones de las que pueden ser contabilizadas.

Al final, el solo hecho de que haya alguien intentando eliminar esa información de la vista pública ya le habla a la audiencia de que esa información es valiosa. Psicológicamente, queremos aquello que no podemos tener  y tenemos la sensación de que hemos conseguido algo cuando logramos acceso.

El fenómeno se ha repetido una y otra vez. Cuando el periodista William Randolph Hearst prohibió toda promoción de la película Ciudadano Kane, basada en su figura, solo consiguió reforzar más el vínculo que le unía a la cinta. Recientemente, el intento de terminar con el programa de Jimmy Kimmel por sus comentarios sobre Donald Trump tuvo como resultado que el presentador consiguiera unos números de audiencia que representaban más del triple de lo habitual.

En algunos casos, el fenómeno ha tenido un gran impacto económico y político. Cuando en Reino Unido los taxistas decidieron paralizar el centro de Londres para protestar por la uberización del transporte, la aplicación de Uber tuvo un pico de descargas sin precedentes. Los intentos de China por bloquear el acceso a redes sociales como Twitter o Facebook hicieron que millones de ciudadanos sin un perfil especialmente político se descargaran un VPN para infringir el veto. En Túnez y Egipto, la censura que se pretendió ejercer sobre la libertad de expresión aceleró e intensificó las protestas que desembocaron en la Primavera Árabe.

En definitiva, la censura se consolida como un arma de doble filo que, especialmente en la era de internet, es una de las maneras más segura de sacar algo a la luz.

Una fórmula de éxito para la publicidad

En la era de la viralidad, nada explota más el efecto Streisand que el ecosistema online. Fórmulas como «las fotos que el Partido Demócrata no quiere que veas» o «los archivos que oculta el Vaticano» son apuestas seguras para amasar visualizaciones entre audiencias deseosas siempre de encontrar verdades alternativas. Y las compañías han descubierto también el potencial que tiene ser rechazado por la comunicación mainstream.

Por ejemplo, todos los años, la organización Personas por el Trato Ético de los Animales (PETA, por sus siglas en inglés) publica en su página web campañas publicitarias que no pasaron el corte de la Superbowl por ser demasiado controvertidas. Es precisamente el reclamo de que no han querido ser emitidas por la Superbowl lo que ha atraído millones de visitas a estos anuncios, que se publicitan en su página web bajo el lema «too hot for the big game» (demasiado provocativas para el gran partido).

Hay compañías que han aprendido a convertir las crisis reputacionales en campañas de marketing gracias al efecto Streisand

Conscientes también de que el papel de censurador no le queda bien a nadie, hay compañías que han aprendido a convertir crisis reputacionales en campañas de marketing. Cuando un bar Chicago decidió apostar por la temática Stranger Things sin autorización, Netflix envió una carta de requerimiento de cese poco convencional que le evitara la fama de inquisidor. Usando el humor, referencias a la serie y dando un margen razonable para el cierre, la compañía no solo consiguió su objetivo, sino que logró mucha publicidad gratuita para la serie y un gran impulso reputacional.

La cara B del efecto Streisand: el derecho al olvido

Mario Costeja González es un perito calígrafo español que, en 2010, inició una batalla legal contra Google después de descubrir que, al buscar su nombre, seguían apareciendo enlaces a un anuncio de La Vanguardia de 1998 sobre una subasta de bienes embargados debido a una deuda ya saldada. Considerando que esta información era irrelevante y afectaba su reputación, Costeja reclamó a Google su eliminación. Su caso culminó en una histórica sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE) en 2014, que reconoció por primera vez el denominado «derecho al olvido» en Europa. Costeja ganó una batalla para todos, pero perdió la suya porque, debido al efecto Streisand, su historia es pública y genera miles de resultados en el buscador.

La paradoja de la sociedad hiperconectada es que cuanto más se intenta enterrar un contenido, más se multiplica su efecto. Y esto a veces puede hacer caer gobiernos corruptos, pero también negar la posibilidad de que nuestra identidad no esté vinculada a errores del pasado.

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