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Pensamiento

Sobre el trabajo 

El libro ‘Sobre el trabajo’ (Página Indómita, 2025) recoge algunos de los textos más destacados de la filósofa y activista francesa Simone Weil (1909-1943), quien con gran lucidez reflexionó sobre la experiencia obrera, las condiciones laborales modernas y cómo estas repercuten sobre el espíritu humano. 

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Natalia Ortiz
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22
octubre
2025

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Natalia Ortiz

El artesano que posee sus propias herramientas, su propia materia prima, reina en su trabajo. Moldea la materia a su gusto, utilizando las herramientas como mejor sabe, según su criterio, gracias a la habilidad que es su virtud propia. Regula el ritmo de trabajo a su conveniencia. Como ser vivo y pensante, dispone con libertad de las cosas inertes sometidas a su acción. Su inteligencia domina la materia. […]

Este dominio, que constituye la felicidad y la dignidad del trabajador, se transforma paulatinamente en una completa esclavitud, a medida que la artesanía es sustituida por la manufactura realizada con ayuda de una máquina, y que esta manufactura es sustituida por la fábrica, es decir, a medida que se desarrolla el régimen capitalista. El capitalismo se define aparentemente por el hecho de que el obrero está sometido a un capital material compuesto de instrumentos y materias primas, que el capitalista no hace más que representar. El régimen capitalista consiste en que las relaciones entre el trabajador y los medios de trabajo se invierten: el trabajador, en lugar de dominarlos, es dominado por ellos.

La historia del capitalismo es la historia del desarrollo de la cooperación en el trabajo. Las condiciones materiales del capitalismo se hicieron realidad cuando se reunió en un gran local a un gran número de obreros con el encargo de transformar una materia que no les pertenecía. Los obreros se convirtieron entonces en asalariados; debían entregar al patrón una parte de sus productos, pero en el curso del trabajo seguían siendo semejantes a los artesanos independientes. De igual manera, en nuestros días, las relaciones entre el campo, el arado y el hombre son las mismas ya sea el arado conducido por el propietario o por un asalariado.

Pero los obreros reunidos en un mismo lugar no trabajaron independientemente los unos de los otros durante mucho tiempo. La agrupación de los trabajadores condujo casi de inmediato a la cooperación y, en consecuencia, a la división del trabajo. A partir de ese momento, el trabajador independiente no fue ya el obrero, sino el taller en su conjunto. El patrón debía asegurarse de la coordinación del trabajo y, por lo tanto, cada trabajador estaba sometido a su autoridad durante el transcurso de la jornada. Pero cada obrero seguía siendo hasta cierto punto independiente en la parte del trabajo colectivo que se le había encargado. Debía saber por sí mismo lo que tenía que hacer. Poseía, si no las herramientas, al menos el manejo de las mismas. Poseía su habilidad de buen obrero. Era un elemento activo del taller.

El papel del régimen capitalista en la historia humana ha consistido en hacer pasar a la humanidad del trabajo individual al trabajo colectivo

Pero el trabajo es tanto más productivo cuanto más dividido está. Así, la división del trabajo fue llevada poco a poco hasta su grado máximo, en el que cada trabajador solo tiene un gesto que realizar. A partir de ese momento, el gesto del obrero podía ser sustituido por un movimiento mecánico. Y fue entonces cuando se desarrolló el maquinismo. La máquina tiene con respecto al obrero fabril la superioridad de asegurar una coordinación mucho más precisa de las diversas partes del trabajo colectivo, ya que los engranajes ciegos son mucho más regulares en su funcionamiento que los cuerpos humanos. Una vez que la máquina ocupó el lugar de la simple coordinación de los trabajos, el obrero se vio privado no solo de las herramientas, sino también del manejo de las mismas: esta manipulación quedaba asegurada en adelante por la propia máquina. La inteligencia, la habilidad, todas las virtudes que hacen tan valioso al artesano quedaron así ubicadas al margen del trabajador, y como cristalizadas de manera inerte, en forma de máquina.

Desde entonces, la subordinación del trabajador al capital, del ser vivo y pensante a la materia ciega, se realiza en la forma misma del trabajo; se convierte en una condición de la producción, presente en cada momento de la misma. El obrero, privado sucesivamente de la materia prima y de la instrucción de su habilidad, no posee ya más que su fuerza animal; y esta fuerza solo puede ser un elemento de la producción si se la pone al servicio de la máquina del mismo modo que el buey es puesto al servicio del labrador. […]

El papel del régimen capitalista en la historia humana ha consistido en hacer pasar a la humanidad del trabajo individual al trabajo colectivo, y en aumentar así, en proporciones formidables, la productividad del trabajo. El capitalismo ha cumplido con este papel, pero solo lo ha hecho aplastando cada vez más al trabajador, hasta reducirlo a una condición absolutamente inhumana. Los trabajadores llegados al último grado de sometimiento empiezan a tomar conciencia de esa condición inhumana en que se encuentran; y a partir de ese momento, el problema que deben resolver es el de restablecer el dominio del trabajador sobre las condiciones de trabajo, sin destruir la forma colectiva que el capitalismo ha impreso a la producción. En la solución a este problema radica toda la Revolución.


Este texto es un fragmento de ‘Sobre el trabajo’ (Página Indómita), de Simone Weil. 

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