«Hacemos filosofía sin darnos cuenta»
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Nerea Blanco (Madrid, 1987) es una filósofa poco corriente. Aunque asegura que se encuentra más cómoda expresando sus ideas mientras escribe, también está en las redes sociales y el mundo audiovisual para hablarnos de filosofía. Ya sea en Clan TV, con una sección didáctica de retos para el público infantil, ya sea en su canal de Twitch o su cuenta de Instagram (@somosfilosofers), Blanco siempre tiene una pregunta pertinente para que nos planteemos las cuestiones más trascendentales de la vida. Eso sí, siempre con una sonrisa puesta.
Aunque tienes un ensayo publicado, un libro de texto y un cuaderno de filopoesía, te has convertido en una Sócrates del siglo XXI y tu labor divulgativa es eminentemente audiovisual: Twitch, Clan TV, YouTube, Instagram…
No sé si una Sócrates, porque eso me parece decir demasiado, pero sí que creo que la filosofía debe formar parte de nuestra vida cotidiana, debemos no tener miedo a hacernos preguntas. Por eso veo importante adaptarme a los tiempos que corren y asomarme a todas las plataformas posibles. Eso sí, escribir sigue siendo lo que más me gusta. Supongo que en eso sigo siendo «muy filósofa».
¿En qué momento decides que la filosofía tiene que salir de las aulas y saltar a las redes sociales, esa ágora pública actual?
La idea nació cuando estaba en la universidad. Tuve un profesor que era un gran aficionado a Twitter. En aquella época, el código de la plataforma era abierto, así que podías entrar y curiosear cómo funcionaba por dentro. Él me enseñó mucho sobre redes sociales e incluso a programar páginas web, así que me empapé de ese mundo y desde entonces ya tenía ese gusanillo. De hecho, mis amigos de la carrera siempre me decían: «Tú vas a terminar haciendo algo en redes». Coincidió con el boom de los blogs y el nacimiento de Facebook, cuando teníamos solo 20 años. Yo insistía mucho, pero nadie de mi carrera quería meterse en ningún proyecto conmigo, así que al final empezamos mis gatos y yo. Fue algo que ya vi claro durante la carrera: teníamos la posibilidad de sacar la filosofía hacia fuera y había que aprovecharla. Sobre todo, en una época como la actual, en la que hay tantísima desconfianza, tanta desinformación y tanto cuestionamiento de la autoridad, incluso del saber científico que dábamos por hecho que era más o menos respetable.
«La filosofía debe formar parte de nuestra vida cotidiana»
Comentas que la filosofía ha dejado de responder las grandes preguntas para centrarse en asuntos más pequeños y especializados. ¿No es un poco contradictorio con la propia esencia de la filosofía?
En realidad es algo que ha sucedido con todos los saberes. La especialización está a la orden del día. Pero es cierto que también debemos tener ese saber que se pregunta por la totalidad de las cosas. Igual hablar de metafísica hoy en día resulta extraño, pero yo nunca dejaré de defender que al final es la base sobre la que el resto se mueve. Y bueno, igual que hay quien se pregunta por quién vigila al vigilante… hay que tener a quien vigila por la verdad y el conocimiento. Y sinceramente, esto parece más importante que nunca.
Quizás el feminismo sea el último movimiento global que intente explicar el mundo desde una cosmovisión al estilo de los grandes relatos filosóficos de antaño.
Hay quienes nos quieren hacer creer que los grandes relatos están muertos y que andamos huérfanos de sentido. Creo que en efecto aún hay grandes relatos aunque parece que la manera de narrarlos no sea de la forma a la que estábamos acostumbrados. El feminismo, el ecologismo, la lucha frente al capital y al patriarcado arrolladores que consume recursos y vidas, son luchas que siguen hoy vigentes. Seguimos luchando por los derechos humanos. Hay grandes luchas en las que nos vemos inmersos y que permiten que la Historia continúe y los grandes relatos nos permitan seguir avanzando en ella.
«Hay quienes nos quieren hacer creer que los grandes relatos están muertos y que andamos huérfanos de sentido»
Mencionas esa desconfianza, que nos lleva a una época en la que se cuestionan cosas que dábamos por veraces, como que la Tierra es redonda o que las vacunas salvan vidas. Al hacer un llamamiento al pensamiento crítico, ¿no corremos el riesgo de que sea un arma de doble filo que fomente precisamente esa conspiranoia?
Corremos ese riesgo, sí, pero porque utilizamos la palabra «pensamiento crítico» como nos da la gana. Como la palabra «filosofía» a mucha gente le resulta aburrida y tediosa, y se ha extendido la idea de que no sirve para nada, hemos empezado a utilizar el concepto de «pensamiento crítico». Sin embargo, el pensamiento crítico es solo una de las herramientas de las que disponemos en filosofía para pensar el mundo, pero no es la única. En filosofía no solo hacemos pensamiento crítico; también argumentamos, describimos, analizamos… Hacemos muchas más cosas. El problema es que cuando nos quedamos solo con una pata de la filosofía y, encima, parece que «crítico» es sinónimo únicamente de «criticar», se junta una cantidad de cosas que no tienen sentido. Por eso creo que hace falta un poco más de filosofía y no solo pensamiento crítico. Necesitamos poner más herramientas a disposición de los ciudadanos para pensar correctamente y que no se nos caiga todo el edificio porque pensemos que la vida consiste únicamente en criticarlo todo. Criticar es un comienzo, pero no es el lugar donde nos tenemos que quedar. Dudar de todo, al estilo de Descartes, está muy bien, pero el propio Descartes termina llegando a una certeza: «existo». Dudar vale, pero solo hasta cierto punto.
«Necesitamos poner más herramientas a disposición de los ciudadanos para pensar correctamente»
Has comentado en varias ocasiones que para hacer filosofía necesitamos parar y tener tiempo, algo que parece imposible en una sociedad tan acelerada como la actual. ¿Realmente es posible?
Te lo digo por experiencia propia: yo misma he terminado con burnout. La filósofa acabó rota por no tener tiempo y por intentar hacer filosofía corriendo. Creo que es una cuestión fundamental: igual que no puedes meditar rápido, tampoco puedes hacer filosofía rápido. Sin embargo, igual que se está poniendo de moda el mindfulness para parar y relajar la mente y el cuerpo, creo que se puede poner de moda el philosophyless. Es decir, no solo parar la mente, sino también ponerla a funcionar de la manera adecuada. Si tuviéramos las herramientas para pensar correctamente, es más probable que estuviéramos mejor, y quizá no todo el mundo necesitaría un psicólogo como parece que ocurre ahora. El problema de fondo es que estamos trabajando como máquinas siendo seres humanos. Nos hemos creído que esta agitación constante es la libertad, y es una fantasía. Poner el trabajo como centro de la vida es un error. La productividad, la idea de éxito ligada al trabajo y que tus pasiones tengan que ser tu trabajo nos están machacando bastante. Cada época necesita su propio concepto de libertad, que se redefine en función de la opresión del momento. En nuestro caso, el capital es claramente una opresión; si no tienes dinero, no existes. Por eso, la libertad ahora mismo está muy ligada a una cuestión económica más que a ningún otro tipo de cuestión.
Señalas que tu objetivo es que la filosofía se reinvente. Entiendo que te refieres a acercarla al gran público y sacarla de las aulas. Siendo una disciplina de más de 2.500 años, ¿de verdad necesita reinventarse?
Sí, porque la gente recuerda las clases de filosofía como algo costoso, que requiere mucho tiempo y pensamiento. Pero la realidad es que hacemos filosofía práctica sin darnos cuenta. El otro día, hablando con un amigo, me dijo: «¿Habías pensado alguna vez que la nevera parece una máquina del tiempo?». Le pregunté por qué, y me contestó: «Porque las cosas se mantienen más tiempo ahí dentro». Y le dije: «Mira, eso sirve para explicar a Aristóteles». Él me miró como si estuviera loca, pero se lo expliqué: el cambio es lo que hace que el tiempo avance; si paras el cambio, el tiempo parece detenerse. Y me dijo: «Ah, pues es verdad». Pues bien, él ya hizo filosofía solo con ese pensamiento. Todo el mundo tiene esas «perogrulladas mentales» que se pueden explicar con filosofía de manera amable. Por eso creo que se ha hecho un mal marketing de la filosofía. Se ha vendido la idea de que si te acercas a ella vas a ser una persona triste y deprimida, porque te acerca a un conocimiento que es dolor, o la idea de que no es útil. Y no tiene por qué ser así. Además, los propios filósofos a veces son parte del problema: esperan que la gente se acerque a conferencias durísimas, cuando ni nosotros nos acercamos a las conferencias de física porque no las entendemos. A lo mejor hay que hacer algo. En ese sentido, soy muy socrática: mi objetivo es devolver la filosofía a donde empezó, a la calle.
«Se ha hecho un mal marketing de la filosofía»
Dices que en nuestra época nos toca convivir con algoritmos, igual que a otras generaciones les tocó vivir con las clases sociales o con Dios. La tecnología está moldeando nuestras vidas y nos abre la puerta a un mundo virtual. ¿De qué manera crees que puede cambiar nuestra propia naturaleza?
Ya está cambiando cosas. Nuestra capacidad de atención, por ejemplo. Estamos viendo que a los chavales de hoy en día les cuesta muchísimo mantener la atención y les falta comprensión lectora porque no son capaces de concentrarse. Obviamente, una tecnología que afecta directamente al cerebro nos va a afectar como seres humanos. Igual que en su momento nos dimos cuenta de que el tabaco era adictivo o de que hay que regular las drogas, confío en que este mundo virtual caótico también llegue un momento en que se regule, porque está creando adicciones y rompiendo cerebros. Aunque con la llegada de la inteligencia artificial, a veces parece que en lugar de regularse vamos a ir a peor. Cuando se debate sobre prohibir los móviles a los menores de 14 o 16 años, y se dice que es «ponerle puertas al campo», yo no estoy de acuerdo. Ponerle puertas al campo es como cuando decimos que solo se puede comprar alcohol a partir de los 18. Es una manera de avisar que algo es dañino para la salud. Aunque sea una medida socialmente aceptada, al menos se crea una conciencia de que hay cosas que hacen daño.
Gracias a la irrupción de la IA, parece que nos hemos dado cuenta de que teníamos la ética un poco olvidada.
Bueno, en la pandemia ya hubo un primer flash en el que pensamos: «Uy, a lo mejor nos hace falta un poco de ética». Pero ahora, con la inteligencia artificial, obviamente se ve mucho más que es necesaria.
Eres una gran reivindicadora de Nietzsche y su puesta en valor de lo dionisíaco frente a lo apolíneo. ¿No crees que nos hemos pasado de frenada como sociedad, encumbrando a figuras que incluso presumen de no leer, olvidando el valor de lo apolíneo?
Lo que Nietzsche te dice es: «Oye, que existen las dos cosas, ¿qué tal si equilibramos?». Lo que pasa es que cuando lo lees en la adolescencia, te quedas con lo dionisíaco, pero él en ningún momento dice «solo dionisíaco». Te pide regular. Ahora nos hemos pasado de frenada, sí, pero es porque veníamos de una época en la que la razón era lo único que valía, y de repente nos hemos caído en la marmita de «oye, que tenemos emociones y sentimientos». Ahora todo es emoción, experimentación y sentir. Por eso, va a tocar intentar volver a equilibrar un poco el corazón y la razón. Nietzsche también sirve para eso: para entender que no quiero ser un humano que solo piensa, porque no solo pienso, pero tampoco voy a renegar de mis emociones. Se trata de buscar el equilibrio, que también es una idea muy aristotélica, por cierto.
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