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Economía

El bajo salario en España

Romper el techo salarial con productividad

Los salarios nunca suben por ley; suben cuando la productividad tira de ellos hacia arriba. Y esa palanca no se activa con discursos, sino con reformas valientes, inversión estratégica y una apuesta clara por el talento.

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09
julio
2025

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Un trabajador medio en España cobra 18,3 € brutos por hora. En Francia la misma hora supera los 24 €, en Alemania ronda los 30 € y en Estados Unidos se acerca a los 35 € al tipo de cambio actual. Si se mide la remuneración total por empleado, la brecha es igual de evidente: el salario español es hoy un 16 % inferior a la media de la Unión Europea. No son datos nuevos, pero siguen alimentando frustración social, presión política y planes bienintencionados que, al centrarse sólo en el corto plazo, apuntan al síntoma y no a la causa.

Durante los últimos años el debate se ha polarizado en torno a dos palancas rápidas: subir el salario mínimo y recortar la jornada laboral. Ambas decisiones pueden mejorar las nóminas de determinados colectivos, pero apenas mueven la aguja de fondo. Cambian el nivel de los salarios, no su pendiente: elevan el suelo hoy, sin garantizar que mañana continúe la escalada.

La única variable que sostiene incrementos salariales duraderos es la productividad. Dicho sin rodeos: solo se puede pagar más de forma estable si se produce más por hora trabajada. Y ahí reside nuestro verdadero cuello de botella.

En primer lugar, la productividad por ocupado en España es hoy un 13% menos que en Alemania, 29% menos que en Bélgica y un 3% menos que en la Unión Europea. Si consideramos la productividad por hora trabajada, la situación es todavía peor: el nivel de España es un 21 % menor que en Alemania. Es decir, trabajamos muchas horas, pero generamos menos valor. Y la situación no parece haber cambiado en los últimos años: entre 2015 y 2024 la productividad por ocupado en España se ha mantenido prácticamente plana, con un avance acumulado de apenas el 0,5 %. En el mismo periodo la media europea creció algo más del 4 %.

En España trabajamos muchas horas, pero generamos menos valor

Un dato clave ayuda a interpretar esta paradoja: en España se trabajan 36,4 horas semanales de media, frente a las 34 horas de Alemania. A veces se cae en la falacia de pensar que reducir las horas de trabajo aumentaría la productividad como si trabajar 2,4 horas menos nos convirtiera automáticamente en alemanes. Pero es justo al revés: es gracias a mayores niveles de productividad que países como Alemania pueden permitirse jornadas más cortas sin sacrificar salario. La productividad permite trabajar menos y cobrar lo mismo o incluso más, porque el valor generado por hora es mayor.

Las raíces del problema son conocidas: competencia insuficiente en varios sectores, un laberinto regulatorio que desincentiva la inversión y un sistema educativo que no equipa a los jóvenes con las competencias que demanda la economía digital. El resultado es una estructura dual: multinacionales y campeones exportadores muy eficientes conviven con una legión de microempresas poco capitalizadas, de baja digitalización y limitada capacidad de escalar.

Lo educativo es quizá lo más alarmante. Desde que España participa en las pruebas PISA, nuestros alumnos se sitúan sistemáticamente por debajo de la media de la OCDE en matemáticas, lectura y ciencias. No es solo una estadística: es la fotografía del capital humano con el que entraremos en la revolución de la inteligencia artificial, una revolución que no espera a nadie.

Precisamente la IA abre una ventana de oportunidad que no deberíamos desaprovechar. España dispone de algunas de las tarifas de renovables más bajas de Europa; la electricidad verde y barata es el combustible que necesitan los centros de datos. Varias big tech ya han anunciado inversiones millonarias para instalar infraestructuras cloud en nuestro territorio. Pero almacenar bits no basta: el verdadero valor añadido estará en diseñar, entrenar y comercializar modelos propios. Eso exige talento científico y técnico de primer nivel: ingenieros especialistas en IA, científicos de datos, lingüistas computacionales y diseñadores de chips.

Y aquí choca otro rasgo de nuestro modelo productivo: la dependencia del turismo y de otros servicios de bajo valor añadido. Son, sin duda, un salvavidas de empleo para trabajadores poco cualificados. Pero su productividad crece poco o nada, de modo que difícilmente impulsan el salario medio. Además, el turismo masivo genera externalidades negativas gentrificación, alquileres imposibles, congestión que pueden ahuyentar a estudiantes y profesionales de alto perfil en ciudades como Barcelona o Madrid, justo donde deberíamos concentrar polos tecnológicos. Por último, al ofrecer salidas laborales rápidas y poco exigentes, estos sectores desincentivan la inversión privada y personal en formación, un fenómeno que los economistas relacionan con la «enfermedad de Baumol».

La cuestión no es cuántas horas trabajamos, sino cuánta riqueza genera cada hora

Si queremos romper el techo salarial de forma permanente, la receta pasa por un triángulo de reformas: más competencia, menos burocracia y mejor capital humano. Implica abrir mercados aún protegidos, agilizar licencias y trámites que lastran la creación de empresas, y reformar el currículo educativo con más STEM, más inglés y más evaluación rigurosa.

La cuestión no es cuántas horas trabajamos, sino cuánta riqueza genera cada hora. No es si fijamos 1.200 € o 1.400 € de salario mínimo, sino cómo creamos empleos que paguen 2.000 € sin necesidad de decreto. No es levantar centros de datos para guardar la inteligencia de otros, sino producir la nuestra.

Porque los salarios nunca suben por ley; suben cuando la productividad tira de ellos hacia arriba. Y esa palanca no se activa con discursos, sino con reformas valientes, inversión estratégica y una apuesta clara por el talento.

España tiene sol y viento para alimentar los servidores del futuro; nos falta la alta tensión de las ideas. Conectemos ambos cables y dejaremos de preguntarnos por qué los sueldos no suben.


Omar Rachedi es profesor del Departamento de Economía, Finanzas y Contabilidad de Esade.

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