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Sociedad

Alfonso Ballesteros

«Las relaciones humanas se han ido deteriorando por un individualismo cada vez más radicalizado»

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28
mayo
2025

En la era de la digitalización, el poderío y supremacía de las tecnológicas llega incluso a superar el de los Estados. Con ello, el poder y la comunicación se han modificado con un único objetivo: captar nuestra atención de forma constante. Y poco a poco, sin darnos cuenta, las sociedades se van fragmentando. En su libro ‘Fragmentados’, Alfonso Ballesteros (Valencia, 1986), profesor de Filosofía del Derecho en la Universidad Miguel Hernández de Elche (Alicante), analiza las causas de esta profunda crisis de la atención y la sociabilidad y nos invita a reflexionar sobre la creciente debilidad de las democracias, hasta el punto de hacernos pensar en un escenario posdemocrático.


Corren malos tiempos para las democracias liberales del siglo XXI. Según apuntas en tu libro, su crisis es causa de fragmentación. ¿Cuáles son los principales motivos que las hacen tambalearse?

Uno de los fundamentales es el deterioro de los lazos sociales a distintos niveles. Las relaciones humanas se han ido deteriorando por un individualismo cada vez más radicalizado, que, debido a la tecnología, permite un mayor aislamiento y pérdida de la relaciones físicas, de la capacidad para mantener conversaciones tranquilas con otras personas, de escuchar al otro, de dialogar reposadamente. Cosas que forman la base de una democracia y casi de cualquier forma política que no sea despótica. En vez de formas políticas, Hannah Arendt prefiere hablar de formas de convivencia; es decir, como seres humanos hemos decidido convivir, lo cual supone relacionarnos. Pero la primera forma de convivencia, la primera comunidad –la familia– también se ha deteriorado mucho.

De hecho, en el libro mencionas «la hostilidad a la familia» y afirmas que «está en el punto de mira de las políticas públicas». Es cierto que cada vez hay más familias monoparentales, con un solo hijo o sin ellos. ¿Esto es causa o consecuencia de la fragmentación de la sociedad?

Hay multitud de causas, concausas y fenómenos circulares que pueden ser causa y efecto a la vez. Hemos reemplazado los vínculos familiares por vínculos digitales con personas que no conocemos, conocemos poco o con las que mantenemos vínculos muy líquidos y eso nos dificulta entender cualquier tipo de sacrificio por una comunidad más amplia. Si no soy capaz de sacrificarme por mis padres que están enfermos o por mis hijos, mi mujer, mi marido, ¿cómo voy a hacerlo por una realidad más amplia? La capacidad de compromiso y de sacrificio empieza por los más cercanos. La democracia requiere un cierto grado de compromiso cívico y sacrificio, pero, ¿en qué ámbito lo aprendemos? Las políticas públicas de hace décadas han insistido mucho en el valor de determinadas decisiones individuales. Pueden parecer una forma de emancipación, pero en el fondo atacan la propia institución matrimonial y familiar. Por ejemplo, aquellas políticas que favorecen a una mujer que es madre soltera, quizá sean positivas, pero si beneficiamos a esas personas frente a las que están casadas o tienen hijos, en realidad estamos diciendo que es mejor no estar juntos. Son cosas que están tan arraigadas en nuestra sociedad que su cuestionamiento parece algo retrógrado.

«Hemos reemplazado los vínculos familiares por vínculos digitales»

Crisis y desaparición no son lo mismo y, precisamente, el subtítulo del ensayo es «posdemocracia». ¿Está la democracia en riesgo de extinción? ¿Qué escenario posdemocrático intuyes?

Lo que tenemos ahora mismo es una democracia muy débil con muy poca conciencia cívica y pocos movimientos de asociaciones, de personas que se dediquen de manera pacífica y desinteresada a promover determinadas políticas, algo fundamental en una democracia. Al limitarnos a votar caemos un poco en lo que decía Rousseau: el pueblo inglés es libre el día de las elecciones y el resto del tiempo es esclavo. No todo puede ser solo votar. Estamos en una democracia donde los partidos dominan el escenario político de manera muy fuerte y en la que el ciudadano, de alguna manera, ha renunciado a pensar libremente. ¿Podemos hablar ya de posdemocracia? Pensar fuera de determinados planteamientos o hablar con libertad es difícil. La gente tiene miedo, aunque mucha gente también está harta y está empezando a expresar con más claridad y respeto ciertas cosas. La tecnología puede ayudar a que el escenario posdemocrático llegue a término. Un ejemplo son los chatbots, si nos relacionados de manera cotidiana con las máquinas y nuestro tiempo está totalmente ocupado por el diálogo ellas y por el mero entretenimiento.

¿Pudiera ser que se nos haya olvidado que no todo son derechos, que también tenemos algunas obligaciones en una democracia?

Los derechos son una cosa muy positiva, pero hemos extremado el individualismo y la existencia de las libertades puramente individuales y no la libertad de actuar concertadamente con otros. Esto es fundamental en la vida, mucho más que el mero consentimiento individual, que es una abstracción de la modernidad que poco tiene que ver con nuestras vidas. La vida es la libertad con los otros, no contra los otros; la libertad surge de la comunidad. Y la democracia es eso. La dimensión de los derechos está demasiado contagiada por una concepción de la libertad muy individualista y los deberes no se entienden sin el otro: los deberes políticos y jurídicos son ante el otro. Se nos ha olvidado el sacrificio por la comunidad política.

«La democracia requiere un cierto grado de compromiso cívico y sacrificio»

Muchos etiquetan las redes sociales y las plataformas digitales de totalitarias, algo que niegas, aunque admites que comparten ciertos elementos con el totalitarismo. ¿Cuáles son estos elementos?

En primer lugar, la vigilancia creciente de todas las actividades humanas, que es posible gracias a la ubicuidad de la tecnología –algo que no era posible con el totalitarismo– y, después, la promoción de la soledad de la que hablábamos antes. Hannah Arendt insiste en este segundo elemento sobre el totalitarismo, que califica de forma de soledad organizada. Hay una organización profundamente colectiva, pero también un gran aislamiento, porque no hay relaciones sólidas y profundas entre las personas. Y el fenómeno digital produce esa soledad: un aislamiento con comunicación, pero puramente psicológico, pues necesitamos esas pequeñas descargas de dopamina.

Qué paradójico que en la era de IA y las redes sociales, cuando más conectados estamos unos con otros sea, a la vez, el momento de la historia en el que el ser humano se encuentra más solo…

En buena medida el problema no es la tecnología, sino los fines que persiguen y los medios que han creado para conseguir esos fines. Las redes sociales son muy adictivas y estimulantes psicológicamente, pero podrían haberse pensado de otra manera. Haber creado, por ejemplo, una red social que facilitase contactar si estamos separados o encontrarnos si estamos en la misma ciudad. Pero en realidad está diseñada para lo contrario, de forma que es más satisfactorio contactar digitalmente con esa persona que verla físicamente. Porque si la vemos en persona no recibimos los estímulos psicológicos que obtenemos al hacerlo de forma digital: el deseo de validación social, los me gusta, el reenvío. La dopamina.

«El fenómeno digital produce esa soledad: un aislamiento con comunicación»

En tu libro tocas también el tema de los medios de comunicación. En una época en la que todos somos creadores de contenido y parece que la atención que el medio capta importa más que la veracidad y calidad del mismo, ¿qué papel deben jugar los medios de comunicación en una democracia representativa y liberal sólida?

Un papel mucho mayor del que tienen. Los medios tradicionales eran importantísimos para la democracia y se han visto desplazados por las redes sociales. Debería recuperarse el papel que ha tenido históricamente el periodismo profesional. Yo creo que las redes sociales no pueden reemplazar ese papel tradicional de la prensa, no tanto porque cualquiera pueda crear contenido como por la desprofesionalización de los medios. Lo positivo es que se da voz a todo el mundo, pero esto se ha deteriorado por los algoritmos, que promueven a todo el que diga las cosas más provocadoras o desagradables y genere contenidos más violentos o pornográficos.

En la era digital, el acceso a la información está a la mano de cualquiera. ¿Acceder a la información implica necesariamente acceder al conocimiento?

No. De hecho, la información, en buena medida, cuando supera un determinado umbral y es excesivamente abundante, se convierte en un enemigo del conocimiento, porque pone al cerebro en un estado de fuerte tensión o supera su capacidad de filtrado. El cerebro siempre tiene que filtrar información, pero en una sociedad como la nuestra, donde hay una abundancia de la misma, lo que escasea es la atención y el conocimiento es cada vez más difícil. Porque el conocimiento se adquiere, entre otras cosas, prestando atención, seleccionando información y logrando captar su sentido.

«Las redes sociales no pueden reemplazar el papel tradicional de la prensa»

Asumo que también necesitamos cierta pausa y reposo para asimilar lo nuevo, razonarlo y elaborar juicios y opiniones, algo que parece difícil en esta sociedad de la información donde todo sucede a una velocidad vertiginosa…

Efectivamente, junto al filtrado también se necesita la pausa. Así como el esfuerzo por mantener la atención en la misma cosa durante un tiempo prolongado. Sin pausa, sin detenimiento, sin concentrarnos de manera repetida en la misma cosa no alcanzamos el conocimiento ni la excelencia en nada.

Lo cual me lleva a la utilidad, la eficacia y el rendimiento como valores superiores en la economía de la atención. Ante este escenario, ¿qué cabida tienen la verdad y la objetividad, no solo de las noticias, sino de los actos o los discursos de los políticos, los profesionales, los ciudadanos?

La verdad está muy desplazada. Por un lado, por la eficacia: yo quiero lograr que mi discurso llegue más a gente y capte su atención y si es provocador, si miento o si exagero ligeramente va a captarla mejor. Por otro lado, por la de noticias que inundan la opinión pública, que es otra forma de engaño, ahí la veracidad no aparece, porque –como decíamos antes– para llegar a la verdad y el conocimiento necesito filtrar y centrar la atención. También el subjetivismo de los individuos hace que muchas veces el individuo mismo no quiera la verdad. En el fondo, la verdad y la duda están muy relacionadas. Todos buscamos la verdad por naturaleza; el deseo de saber es un impulso natural del ser humano. Pero este pasa por la modestia y por admitir quedarse en la duda; lo cual no significa que la verdad no exista, sino que es difícil llegar a ella. De hecho, la verdad es también manifestar mi duda. «Solo sé que no sé nada», decía Sócrates, el gran filósofo de la Historia. Esa modestia es en sí sabiduría, también en el ámbito político. Y eso facilita la convivencia, porque si dudo estoy más cerca de ti.

«El subjetivismo hace que muchas veces el individuo mismo no quiera la verdad»

Pienso en las redes sociales: en el poder que creemos que nos dan al permitirnos expresar de forma pública e inmediata cosas de manera categórica, pensando que tenemos siempre la razón. No solo eso, sino que el de en frente está equivocado si discrepa con nosotros, algo que nos impide dialogar.

Cuando se dialoga se tiene que asumir que el propio juicio puede ser mejorado gracias al otro, que el otro nos ayuda a descubrir la verdad. Es una cosa colectiva. Los grandes filósofos que hemos tenido en la Historia, los griegos, son diálogos; ahí están Platón o Sócrates. Ese ejercicio fundamental en la filosofía lo es también en la democracia, lo cual no quiere decir que todo se pueda pactar o que toda la verdad surja del diálogo y del consenso.

Una de tus líneas de investigación versa sobre la respuesta jurídica ante la incursión de la tecnología en nuestra vida cotidiana. ¿Qué medidas urgentes deberían desarrollarse para proteger a los ciudadanos del creciente poder digital? Mencionas que el reglamento de la UE es pobre en cuanto a metadatos se refiere, por ejemplo.

En una sociedad democrática, la iniciativa debería partir de los ciudadanos que actúan concertadamente, que se asocian en todos los ámbitos de la vida para cambiar las cosas. Cuando esto no ocurre, tienen que aparecer el Estado, la Unión Europea y demás. En el ámbito de la salud, tenemos una gran conciencia que nos ha llevado a regular [ciertas cosas], pero no el ámbito de la tecnología. De la misma manera que se muestran los riesgos para la salud al comprar tabaco, podríamos advertir sobre los de la tecnología. A mí me parece que la mejor manera de proteger la atención, por ejemplo, es prohibir los smartphones en las clases. ¿Esto va contra la libertad de los individuos? Tampoco en el cine o en la ópera se puede hablar por teléfono. La propia actividad que estoy desarrollando en el aula exige que me comporte de cierta manera. Es una cosa muy pequeña, pero podría tener un efecto muy grande. O limitar el uso de los metadatos. Aquí el problema es que se ha centrado la atención en los metadatos personales, cuando se ha demostrado que los metadatos anónimos tienen un poder de predicción de comportamiento colectivo extraordinario.

«Cuando se dialoga se tiene que asumir que el propio juicio puede ser mejorado gracias al otro»

Urges a «promover unos derechos en internet que realmente protejan al individuo», pero ¿quién vigila a los vigilantes? 

¿Debe el derecho dejar que se manipule a la gente a nivel prerreflexivo, de manera deliberada y superando el umbral de la conciencia? En principio, creo que no. Lo que pasa es que está tan arraigado y las tecnológicas tienen tantísimo poder, que a ver quién tiene el valor de frenar esto. Hay un contraste muy grande entre lo analógico y lo digital: lo analógico está híperregulado y nuestras vidas están muy protocolizadas por los Estados, la Unión Europea, Naciones Unidas. Es importante que los creadores de esas normas no sean los propios lobbies. Alex Pentland [informático y profesor del MIT], por ejemplo, ha estado detrás de la regulación de la protección de datos de China, Europa y Estados Unidos y es un señor que ataca la propia idea del individuo, que no cree en la libertad humana, en los derechos individuales ni en la democracia liberal y que pertenece a una tradición que defiende el colectivismo. ¿Cómo va el Reglamento de Protección de Datos a proteger la democracia liberal si uno de sus actores principales no cree en ella?

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