«La desigualdad es una bomba de relojería que debemos desactivar»
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COLABORA2019
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Se le conoce como el banquero de los pobres. El brillo de sus ojos y su sonrisa permanente rezuman la vitalidad de un joven en un cuerpo de 80 años. Es Muhammad Yunus (Chittagong, Bangladesh, 1940), el Nobel de la Paz que inventó hace cuatro décadas un producto financiero ya muy extendido: los microcréditos. No hay mejor ejemplo que su Banco Grameen para hablar de capitalismo de propósito. Y no hay mejor propósito que el de querer eliminar la pobreza. Aunque su mirada sea reflejo de energía y esperanza, el economista bangladesí se muestra escéptico ante la falta de compromiso del sistema financiero tradicional con la justicia social. Yunus no cree que podamos llegar a esa justicia desde las estructuras capitalistas actuales, por lo que sostiene que es necesario crear estructuras nuevas. Y eso es lo que les propone a las grandes corporaciones: una nueva manera de pensar y de hacer.
En ese proceso, las grandes empresas tienen mucho que decir, y Danone es un ejemplo de ello. Desde el 2006, trabajan con Yunus en el desarrollo de proyectos sociales como Grameen Danone Foods, que ha logrado abastecer a la población infantil de las zonas más deprimidas de Bangladesh con ingredientes vitales para su crecimiento. Su CEO, Emmanuel Faber, es un vivo ejemplo de activismo social y medioambiental. Bajo su gestión, la compañía se ha convertido en una de las primeras multinacionales en obtener el sello de B Corp y ha impulsado el lanzamiento de cuatro fondos para invertir en nuevas empresas sociales. Con ese compromiso por delante, también muestra reticencias ante los manifiestos que proliferan sobre la responsabilidad social de las empresas, y denuncia el sistema de incentivos de los inversores.
¿Qué transformaciones implica el capitalismo de propósito?
Muhammad Yunus: La economía es individualista: solo le concierne hacer dinero y está centrada en intereses egoístas. Estoy añadiendo el interés colectivo en la economía para que se convierta de verdad en una ciencia social. El propósito es convertir la economía en una verdadera ciencia social, genuinamente dedicada a la gente. Pueden hacerse negocios para resolver los problemas sociales y ya hay muchas corporaciones que están desarrollando el negocio social en paralelo al negocio convencional. Danone, por ejemplo, ha decidido invertir 17 millones de euros en un fondo de inversión social en Bangladesh, llamado Danone communities. En el futuro veremos, cada vez más y más, una convivencia de dos tipos de negocio, por un lado los que buscan maximizar beneficios y por otro los que buscan solucionar problemas sociales. Es una expansión del sistema capitalista. Damos la opción de ganar dinero o cambiar el mundo.
«No culpo a las personas que trabajan en el sistema: es el sistema y su diseño lo que no es bueno»
En esta nueva versión del sistema capitalista, ¿vamos a asistir a una reducción de los niveles actuales de pobreza? ¿Estamos viendo ya un impacto en esas cifras?
MY: El programa de microcréditos en Bangladesh ha sido un éxito. Ha ayudado a gente pobre y a mujeres pobres. Tenemos más de nueve millones de prestatarios en nuestro país y el 97 por ciento son mujeres, la mayoría analfabetas y habitantes de comunidades rurales, que reciben dinero del banco y transforman su vida. Y lo hacemos sin avales porque, aunque sabemos que no tienen nada, queremos saber qué pueden hacer con ese dinero. Esta idea se ha extendido por el mundo entero, incluidos Europa y Estados Unidos, donde tenemos 23 franquicias repartidas por quince ciudades distintas. La economía social se ha extendido, además, a otras industrias.
¿Cuáles son los retos actuales de los microcréditos?
MY: Llevamos 42 años con ellos. Todo el mundo nos conoce y los banqueros nos invitan a que hablemos sobre los microcréditos, pero luego no los llevan a la práctica. Ninguna institución financiera ha cambiado y eso es muy frustrante. Si son tan buenos los microcréditos, ¿por qué no desarrollarlos? Los bancos son muy entusiastas con el concepto de «inclusión financiera», pero no significa nada. El verdadero término es «cero exclusión financiera». Aunque no culpo a las personas que trabajan en el sistema, ya que es el sistema y su diseño lo que no es bueno.
¿Qué te dicen los índices de pobreza?
MY: No seguimos ningún índice. Todo negocio social se inicia para combatir un problema y al final del año tienes que rendir cuentas para explicar cómo has contribuido a solucionar el problema. Así que esa es nuestra solución: que la gente pobre tenga acceso a los servicios financieros.
¿Y qué sucede con la desigualdad?
MY: Es un desastre creado por el sistema capitalista. Y está yendo a peor cada día, cada año. Es un sistema extremo, donde toda la riqueza se concentra en pocas manos: hoy, 26 personas tienen más riqueza que el 50 por ciento del resto del mundo. Esto genera odio, frustración y polarización social y política. La desigualdad es una bomba de relojería sobre la que estamos viviendo y que debemos desactivar.
¿Hasta qué punto los CEO de las empresas juegan un papel importante en el camino hacia este capitalismo con propósito?
Emmanuel Faber: Es cierto que hay un número muy limitado de gente dispuesta a asumir riesgos para cambiar, pero hay cada vez más CEO que piensan que no hacerlo es un riesgo en sí mismo. Los directivos de grandes compañías hemos sido educados para gestionar y anticipar grandes riesgos, ya que eso es lo que nos piden los Consejos de Administración. Hay un número creciente de compañías que se está moviendo para mitigar el riesgo de la disrupción. La última iniciativa de la Asamblea General de las Naciones Unidas ha sido una coalición sobre biodiversidad en la que están veinte de las compañías más grandes del mundo en sectores como el agroalimentario, el textil o la cosmética. Todas ellas utilizan plantas, de una manera u otra, y son responsables de cómo gestionamos la agricultura y la pérdida de biodiversidad. En esta ocasión, por primera vez, no se abordó esta iniciativa como una cuestión de responsabilidad corporativa. Lo que movió a los CEO fue la presión desde el lado de la agricultura: debido al cambio climático, muchos de los productos no se van a cosechar de la misma manera y serán más caros; otra variable de la ecuación es la demanda de las nuevas generaciones, que ahora sí miran el etiquetado de los productos; además, como industria, hemos matado la vida en el campo, pero el negocio nunca había reflexionado sobre la biodiversidad hasta ahora.
¿Qué es lo que ha cambiado?
EF: La mayor parte de los CEO no se mueve por una convicción personal, sino por evitar riesgos. Y no hay nada malo en ello, porque es una de las maneras más pragmáticas para el progreso. Estamos perdiendo talento de la gente joven, bien formada, que quiere trabajo que tenga sentido y quieren tener un impacto positivo. No buscan un modelo basado en hacerse ricos primero y luego darlo a la sociedad. Ven que hay un tiempo limitado ya sea por la desigualdad o por el cambio climático. Esto significa que el capitalismo con propósito o la adhesión a sellos como B Corp son maneras de atraer este talento, que impulsará cambios en la compañía.
«La inteligencia artificial nos va a matar. ¿Qué harán mil millones de trabajadores sustituidos por máquinas?»
El sociólogo francés, Alain Touraine, dijo en una conferencia reciente que vivimos una tensión irreconciliable entre el poder y el respeto por los derechos humanos, que el poder está ganando la batalla y que las instituciones democráticas son instituciones vacías. ¿Crees que el capitalismo con propósito puede contribuir a cambiar el rumbo?
EF: Sí, pero el principal elemento que falta son los incentivos. Hemos diseñado un sistema que carece de ellos para dar ese giro. Cuando lees todas estas cartas de CEO e inversores, compruebas que el principal incentivo de los que trabajan en finanzas es el bonus que reciben de acuerdo con la cotización en bolsa, sin importar el origen de ese dinero. Todas las compañías tienen una manera de reportar sobre sus emisiones de CO2y, de hecho, Danone registró una reducción del 2% de ellas el año pasado. Sin embargo, los gestores de fondos no tienen en cuenta esta métrica y, hasta que no introduzcan estos incentivos en sus porfolios, nada va a cambiar. La carta de Larry Fink se ha lanzado al mundo y sus gestores de fondos no la han leído. El elemento que falta para dar el cambio está en los inversores.
Los Objetivos de Desarrollo Sostenible caminan en esa dirección.
MY: Son los 17 problemas que hemos generado en el mundo. La cuestión es cómo resolverlos, ya que el sistema que creó estos problemas no puede ser el que los resuelva. Tenemos que construir nuevas reglas. Necesitamos un cambio radical.
¿Por qué es tan difícil cambiar las motivaciones de nuestros líderes?
MY: Algunos se lo toman como un insulto, como si eso significase que todo lo que hubieran hecho a lo largo de su vida fuera un error. Creo que es más fácil añadir nuevas estructuras al sistema en lugar de esperar un cambio dentro del mismo. Esto lo están haciendo algunas compañías. Además, también es importante el mundo de la universidad: en las escuelas de negocios estamos formando a los mejores con talento para maximizar los beneficios, pero tenemos que enseñarles a que resuelvan los problemas de la gente. Tenemos que hacer un MBA social. Son las nuevas generaciones las que resolverán los problemas, por eso Greta es tan importante. Esos ojos frescos y no aquellos que solo ven billetes de dólar.
¿Le darías a Greta el Nobel de la Paz?
MY: Sí claro, la he recomendado.
«Son las nuevas generaciones las que resolverán los problemas, por eso Greta es tan importante»
¿Eres pesimista u optimista con el estado actual del mundo?
MY: Tengo tres preocupaciones. En primer lugar, la concentración de riqueza ya que no podemos continuar así más allá de 2050. Después, el medioambiente. Como nos advierten todos los científicos, dentro de 30 años estaremos en un punto de no retorno. Por último, la inteligencia artificial, que claramente nos va a matar y no tendremos que esperar ni siquiera esos 30 años. Por supuesto que nos va a reemplazar: las compañías quieren reducir los costes y las máquinas son baratas, no tienen fines de semana, vacaciones, ni bajas ni subidas salariales. Por eso están invirtiendo miles de millones de dólares en fabricar estas máquinas. En HSBC están ya sustituyendo 10.000 trabajadores por máquinas. McKinsey hizo un informe sobre el impacto de la IA en el empleo y la conclusión es que, en 15 años, mil millones de trabajos los harán las máquinas. ¿Qué harán esos mil millones de trabajadores? Nos dicen que el gobierno les ofrecerá una renta básica universal. Y entonces, ¿qué control tendrán los ciudadanos del gobierno? La inteligencia artificial puede ser una bendición o una maldición, y actualmente es lo segundo. Hay que trazar una línea roja para evitarlo, porque no puede diseñarse en detrimento de la gente y del medioambiente. Cualquier persona tendría que hacerse la pregunta ¿qué futuro quiero dejarle a mis hijos? ¿qué estoy haciendo para ello?
Microcréditos: el poder transformador de lo pequeño
En el año 2006, Muhammad Yunus y el Banco Grameen –fundado en Bangladesh en 1983–fueron condecorados ex aequocon el Premio Nobel de la Paz por su labor en la concesión e impulso de los microcréditos o, según las propias palabras de la Academia sueca, «por sus esfuerzos para fomentar el desarrollo social y económico desde abajo». El planteamiento es sencillo: se trata de extender préstamos de cantidades pequeñas de dinero a mujeres, que gozan de una capacidad económica limitada –emprendedores pobres en países en vías de desarrollo, en general– para mejorar las condiciones económicas en las que se encuentran y, de paso, empoderar a las comunidades más vulnerables.
Según sus cifras, más de 23 millones de personas han obtenido un mejor acceso tanto a microcréditos como a cuentas de ahorro y a otros servicios financieros y, además, sus herramientas agrícolas móviles han permitido mejorar la productividad y aumentar los beneficios a más de 470.000 productores pobres en África y América Latina. «Cada individuo del planeta tiene tanto el potencial como los derechos para vivir una vida digna. Tanto Yunus como el Banco Grameen han mostrado que incluso el más pobre entre los pobres puede trabajar para proporcionarse su propio desarrollo», reconocían desde el jurado. El porcentaje de devolución del dinero prestado, según la entidad, supera el 95%.
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