Sensibilidad e hipersensibilidad
Tener la piel fina
La alta sensibilidad no es un defecto ni una patología. Se trata de un rasgo de personalidad, que, al igual que la introversión o la impulsividad, puede hacer que se sufra más, pero también permite experimentar la vida con mayor profundidad si se aprende a canalizar adecuadamente.
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La expresión «tener la piel fina» se usa de manera coloquial para referirse a las personas sensibles. En los últimos años, se ha popularizado el concepto de personas altamente sensibles que, según la psicóloga Elaine Aron, describe aproximadamente a un 20-30% de la población. No obstante, la comunidad científica no ha llegado a un consenso sobre la validez de esta etiqueta y advierte sobre el peligro de generalizar. No todas las personas que supuestamente encajan en ella son sensibles a los mismos estímulos, ni viven la sensibilidad de la misma manera. Más bien, existirían distintos tipos de sensibilidad: a los conflictos, al arte, al peligro, al futuro, a las injusticias… Por ejemplo, una persona puede llorar viendo una película mientras que otra reacciona con ansiedad ante una crítica mínima en el trabajo. Las etiquetas, a veces, reducen la complejidad de la personalidad humana.
El psiquiatra José Luis Carrasco, autor de La personalidad y sus trastornos, sí reconoce la existencia, en determinadas personas, de una alta sensibilidad emocional. Se refiere a quienes reaccionan ante las frustraciones cotidianas de una manera más intensa de lo que desearían. Sus preocupaciones no es que sean inusuales, sino que son excesivamente intensas o persistentes. Suelen mostrarse especialmente sensibles ante los comentarios, críticas u ofensas de los demás, y verse profundamente influidos por el estado de ánimo de quienes los rodean. Por ejemplo, si un compañero de trabajo está tenso o triste, la persona sensible puede absorber ese malestar y sentirse afectada por ello el resto del día. También presentan una marcada necesidad de aprobación externa. Por ejemplo, pueden pasar horas pensando si hicieron el ridículo en una conversación o si alguien está molesto con ellas, aunque no haya señales claras. Esto suele mantenerles en un estado constante de alerta y con dificultades para relajarse y tomar decisiones. Esta forma de sensibilidad está influida por factores genéticos, por la manera en que se percibe el mundo y por las experiencias tempranas, especialmente las relacionadas con los vínculos establecidos con los cuidadores durante los primeros años de vida. Las áreas del cerebro implicadas en esta emocionalidad se encuentran en el sistema límbico, responsable del procesamiento emocional.
La sensibilidad puede convertirse en una excusa para la inacción o el victimismo, un fenómeno amplificado por las redes sociales
En este libro se remarca que, si esta sensibilidad no se aborda adecuadamente, pueden aparecer síntomas que afectan al funcionamiento cotidiano. Por ejemplo, conductas impulsivas, reacciones poco reflexionadas o la aparición de síntomas de ansiedad, depresión, frustración o aislamiento. Una persona puede romper una amistad por una crítica leve o aislarse tras un malentendido. En algunos casos, puede ser útil recurrir a terapias como la terapia cognitivo-conductual, la terapia de aceptación y compromiso (ACT) o la terapia centrada en la regulación emocional, que ayudan a gestionar adecuadamente la sensibilidad. Lo primero que habría que interiorizar es que la persona sea consciente de su sensibilidad excesiva. Muchas no se consideran especialmente sensibles y culpan a los demás de su malestar emocional. En algunos casos, la sensibilidad puede convertirse en una excusa para la inacción o el victimismo, lo cual resulta perjudicial en las relaciones o actuar siempre como si se tuviera la razón. Este fenómeno se ve amplificado por las redes sociales, donde las interacciones son inmediatas y las reacciones emocionales pueden ser intensas y públicas.
El trabajo para abordar esta sensibilidad comienza desde la infancia. Fomentar una buena educación en gestión emocional ayuda a que las personas sensibles perciban este rasgo como una fortaleza, y no como una carga. Se puede empezar por saber identificar las emociones, evitar dejarse arrastrar por ellas, distinguir entre emoción y pensamiento distorsionado, reducir la rumiación constante y saber relajarse. Es fundamental trabajar en la autoestima y construir un criterio interno sólido, que no dependa del deseo de agradar a los demás. Las personas sensibles no deberían esconderse del mundo para evitar el dolor, ya que eso solo intensificaría su miedo y su rasgo de sensibilidad. Es preferible incorporar un marco filosófico de vida que ayude a afrontar poco a poco las situaciones, acostumbrarse a que nada es tan grave como parece, asumir que todo el mundo comete errores y que muchas de las cosas que a uno le hacen sufrir escapan del control y, de todos modos, acabarán ocurriendo. Esta sensibilidad emocional puede equilibrarse adoptando una actitud más flexible y despreocupada. Muchas personas sensibles dicen necesitar silencio y soledad para recargarse después de haber experimentado tiempo de sobrecarga con los demás. Ante una persona sensible, la mejor forma de ayudar es actuar con comprensión y atención hacia sus preocupaciones, manteniendo la calma y transmitiendo seguridad.
La sensibilidad, bien gestionada, puede ser una virtud que fomente la empatía y la creatividad
Otra estrategia valiosa para las personas emocionalmente intensas es canalizar esa energía hacia proyectos con sentido. Cuando las emociones intensas no se expresan, pueden volverse destructivas; por eso, transformarlas en arte o en formas creativas de expresión resulta fundamental. Escribir, pintar, componer música o involucrarse en causas sociales pueden ser opciones. En La utilidad de lo inútil, Nuccio Ordine defiende el valor del arte, la emoción y los saberes que no persiguen una finalidad práctica inmediata.
Es importante entender que la alta sensibilidad no es un defecto ni una patología. Se trata de un rasgo de personalidad, que, al igual que la introversión o la impulsividad, puede hacer que se sufra más, pero también permite experimentar la vida con mayor profundidad si se aprende a canalizar adecuadamente. Una persona sensible puede conmoverse con una obra de teatro o un gesto amable, experimentando lo que otros tal vez no perciban. La sensibilidad, bien gestionada, puede ser una virtud que fomente la empatía, la creatividad, la conciencia moral y la profundidad emocional. Además, la variedad de personalidades enriquece una sociedad más diversa.
Por lo tanto y como en todos los rasgos, lo más saludable y adaptativo es estar en un rango medio que permita ser sensibles hacia los otros, pero también que uno se puede pueda distanciar y que las cosas le afecten menos. La hipersensibilidad puede ser un talento, pero hay que aprender a vivir con él y utilizarlo mejor en favor de uno mismo y de los demás. Aunque los rasgos marquen una tendencia, es la interacción con lo que pasa en la vida, con los demás y con los valores propios lo que va construyendo la personalidad que uno desea.
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