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El efecto Gruen y los edificios trampa

Es como si el tiempo se hubiera diluido, como si el espacio se hubiera desdoblado y un hilo invisible te hubiera arrastrado en un bucle sin salida. No es casualidad, es diseño. Es arquitectura pensada para desorientar y seducir. Es el efecto Gruen.

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26
junio
2025

«Esta es la historia de un edificio‑trampa. Un lugar sin ventanas cuyo interior te hipnotiza hasta que no sabes cómo salir. Un edificio cuyo arquitecto se arrepintió de haber creado. Y todos hemos estado allí». Con esa frase, el divulgador Pedro Torrijos invitaba a pensar sobre un fenómeno que, como un hechizo urbano, nos envuelve sin que lo advirtamos. Los edificios-trampa no son espacios comunes: están diseñados para alejarnos del mundo exterior sin que apenas lo notemos. Se trata de construcciones sin ventanas, sin relojes, sin puntos de fuga. Espacios en los que el tiempo parece diluirse en el aire acondicionado, en la luz siempre constante, en la promesa de una experiencia inacabable. Y lo más inquietante: todos hemos estado allí. Hemos recorrido sus pasillos, nos hemos perdido sin querer —o sin querer queriendo— y hemos salido horas después sin recordar con precisión qué fuimos a hacer. Se trata del llamado «efecto Gruen».

El origen de este «embrujo» tiene nombre y apellido: Victor Gruen. Arquitecto vienés, exiliado en Estados Unidos por el avance del nazismo, Gruen fue el padre del centro comercial moderno. En los años 50 concibió un espacio que conjugara lo mejor de la ciudad europea con la comodidad del modo de vida estadounidense. Su proyecto era más utópico que económico: soñaba con plazas públicas cubiertas, con calles peatonales interiores que sustituyeran la aridez suburbana por jardines, fuentes y cultura. Su intención era buena: ofrecer un «tercer lugar» alternativo al hogar y al trabajo, un espacio de socialización para la nueva clase media.

Pero lo que nació como un ágora bajo techo se transformó pronto en una máquina para generar consumo. El efecto Gruen ocurre cuando, al ingresar en uno de estos espacios, el visitante pierde de vista su propósito original. Una persona entra buscando una camiseta y termina saliendo con velas aromáticas, un libro, unos calcetines, comida tailandesa y una pulsera. ¿Qué ocurrió en ese lapso? Que el entorno fue diseñado para seducirlo, para despistarlo, para relajar su sistema de alerta y despertar sus impulsos.

El efecto Gruen ocurre cuando al ingresar en uno de estos espacios el visitante pierde de vista su propósito original

Esto ocurre mediante una suma de detalles calculados con precisión. La ausencia de ventanas impide cualquier conexión con el exterior: no hay sol que marque las horas ni lluvia que apresure la marcha. Tampoco hay relojes visibles ni señalización directa hacia las salidas. La orientación se diluye entre pasillos que se bifurcan, corredores que giran levemente, espacios abiertos que invitan a la pausa, pero también a la pérdida de rumbo. Mientras tanto, la luz artificial permanece constante, la temperatura ideal, la música de fondo acuna sin distraer y el aire huele a pan recién hecho o a vainilla, según convenga. Todo está pensado para crear una burbuja de bienestar artificial.

En este tipo de arquitectura, vagar es el verbo predominante. Se camina sin destino, se entra en tiendas sin necesidad, se toma un café como excusa para sentarse y seguir observando. Las compras dejan de ser funcionales y se convierten en actos impulsivos, rituales de pertenencia a una experiencia diseñada para durar. El visitante no decide, se entrega. Y en esa entrega radica la eficacia del edificio-trampa.

Ejemplos sobran. Desde el pionero Southdale Center, inaugurado en Minnesota en 1956, hasta el descomunal Mall of America, o el lujoso y casi delirante Dubai Mall, todos siguen la lógica fundacional de Gruen, aunque distorsionada. El primero intentaba recrear una ciudad bajo techo, con bancos, árboles y una escultura central. El segundo amplificó la experiencia: un parque de atracciones, un acuario, miles de tiendas y actividades imposibles de agotar en una sola jornada. El tercero lo llevó al extremo: un mundo sin ventanas que promete sorpresas constantes, diseñado para que nunca sientas que has terminado de verlo todo.

Como era de esperarse, Victor Gruen acabó renegando de su propia criatura. En sus últimos años, denunció que sus centros comerciales se habían convertido en monstruos de consumo desalmados. Dijo, sin medias tintas, que no quería hacerse responsable de esos «bastardos». La ironía es cruel: el arquitecto que quiso reproducir la vida comunitaria de las ciudades europeas terminó siendo recordado por inspirar espacios que sustituyen el ágora por la tienda de fast fashion.

El concepto de edificio-trampa, sin embargo, no se limita al centro comercial. Aeropuertos, grandes museos, hospitales o edificios administrativos también adoptan, en ocasiones, esta lógica desorientadora. Se construyen sin ventanas, con pasillos interminables, con zonas intermedias que diluyen la orientación. La pérdida de referencias externas crea una especie de limbo espacial. Es entonces cuando uno, como dice Torrijos, ya no sabe cómo salir. El edificio ha cumplido su función: no solo nos contiene, sino que nos retiene.

Las consecuencias de este modelo arquitectónico van más allá del entretenimiento o del confort. Moldean nuestra relación con el consumo, con el tiempo y con el espacio público. Fomentan una cultura en la que el acto de comprar se disfraza de experiencia vital, y donde la vida social se encierra en un entorno artificial que simula la ciudad sin serlo. Se produce así un vaciamiento de los centros urbanos tradicionales y un desplazamiento del sentido de comunidad hacia enclaves privados, vigilados y mercantilizados.

Sin embargo, todo hechizo puede romperse. Basta con ser consciente de la trampa para empezar a desactivar su poder. Planificar con antelación, entrar con objetivos claros, medir el tiempo, resistirse a la deriva sensorial, son pequeñas formas de resistencia. Pero la solución más profunda pasa por repensar la arquitectura que habitamos. Hoy, algunos desarrollos urbanos están intentando volver a la idea original de Gruen, con centros abiertos, mezcla de usos, vegetación, cultura y vida cotidiana real. La arquitectura, como todo arte, puede redimirse.

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