«Habitar espacios donde el arte está presente nutre nuestro bienestar emocional»
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¿Cómo impactan los espacios que habitamos sobre nuestra salud mental? ¿Cómo mejorar el bienestar de los empleados a través de entornos de trabajo que favorezcan la concentración y reduzcan el estrés? ¿El diseño de los lugares afecta nuestra calidad de vida? Hablamos con la neuroarquitecta Alba Méndez para dar respuesta a estas preguntas y comprender cómo se da la intersección entre neurociencia y diseño arquitectónico.
En los últimos años, el interés por el cerebro y su funcionamiento ha crecido exponencialmente. La neurociencia se ha aplicado, con gran impacto, en campos como la educación y el marketing. Sin embargo, no es tan conocida su aplicación en el ámbito de la construcción. Así que empecemos por lo básico: ¿en qué consiste exactamente la neuroarquitectura?
Esta nueva especialización parte de un enfoque multidisciplinar, que combina datos científicos provenientes de la psicología, la neurociencia cognitiva y la estética empírica… Y ofrece un nuevo marco basado en evidencias que nos permite a los arquitectos tomar decisiones informadas durante el proceso de diseño. Imagínate que, cada vez que entras a un edificio, tu organismo está reaccionando a ese entorno. Puede que te sientas relajada, energizada o estresada, y eso se debe, en gran parte, a una serie de factores como la luz, el color, las formas e incluso la proporción del espacio. La neuroarquitectura se centra precisamente en entender esas reacciones y diseñar espacios que eleven nuestras cuotas de bienestar. Los profesionales que trabajamos en este campo utilizamos herramientas como estudios de comportamiento, IA y tecnología de neuroimagen para observar cómo respondemos a diferentes ambientes. Por ejemplo, podemos medir cómo varían nuestros niveles de estrés al estar en un lugar luminoso y abierto frente a uno oscuro y cerrado. O cómo un diseño concreto hace que nos comportemos de una manera determinada. Con esta información, los arquitectos podemos crear espacios que no solo sean operativos, sino que también fomenten la salud integral de las personas que los habitan, favoreciendo un rendimiento óptimo y maximizando el impacto social de la arquitectura.
«Los arquitectos podemos crear espacios que no solo sean operativos, sino que también fomenten la salud integral»
¿Cómo nos afecta a nivel cerebral el diseño de los espacios? ¿Por qué es importante tener en cuenta esta reacción especialmente en los entornos en los que pasamos la mayor parte del día, como nuestras casas y oficinas?
Las experiencias que vivimos configuran nuestra arquitectura cerebral. En función de las experiencias que vivimos, y de los estímulos a los que estamos expuestos, se generan ciertas sinapsis. La generación de neuronas (neurogénesis) y la formación de nuevas conexiones (neuroplasticidad) son procesos que dan forma al cableado que gobierna nuestra percepción del mundo. Te preguntarás, ¿qué tiene esto que ver con la arquitectura? Casi todo. Como dice mi admirado Fernando Mora, «no hay genoma sin ambioma». Cada persona nace con un «libro» debajo del brazo que representa su genoma, es un borrador de lo que podemos llegar a ser, pero la forma en que se escribe depende del ambiente en el que esa persona viva su vida. Hay una cita que me encanta: «El ambiente físico, familiar y social es como el cincel del escultor, que saca la figura definitiva de un trozo de mármol». Gracias a los conocimientos que aportan las neurociencias, ahora sabemos que hay hilos invisibles que nos unen a nuestro entorno y a otras personas, y son responsables de que ese ambiente module nuestro comportamiento y tenga un impacto en nuestra salud física, emocional y cognitiva. Debemos considerar los elementos arquitectónicos como extensiones, como amplificaciones fisiológicas de nuestras propias capacidades. La arquitectura ya no es un fin en sí mismo; es una capa más de nuestro organismo y debe servir para otorgarnos habilidades y maximizar las posibilidades de que nuestros genes sobrevivan.
¿El diseño arquitectónico podría ayudar a reducir el estrés o, por el contrario, aumentarlo?
Sin duda. Podemos crear espacios que no solo son funcionales, sino que también promueven la salud y el bienestar. Un diseño bien pensado y basado en evidencia puede convertirse en una herramienta poderosa para reducir el estrés y mejorar nuestra calidad de vida. Sophie Schuller se ha dedicado a investigar cómo los entornos de trabajo afectan el estrés fisiológico, enfocándose en las modalidades sensoriales. Su trabajo va desde el diseño de estaciones de trabajo hasta la salud pública, subrayando la importancia de un entorno laboral saludable. Por otro lado, Cleo Valentine ha descubierto que ciertos elementos arquitectónicos pueden causar estrés si se experimentan repetidamente, llevando a lo que se llama «sobrecarga alostática». También ha publicado un artículo sobre cómo el diseño biofílico [que introduce la naturaleza en la construcción de los espacios] puede reducir el estrés. Sin embargo, aún se necesitan estudios a largo plazo para entender mejor estas conexiones y mejorar el diseño arquitectónico para favorecer el bienestar.
«La neuroarquitectura se centra en diseñar espacios que eleven nuestras cuotas de bienestar»
Últimamente ha crecido la conciencia sobre el impacto de la contaminación acústica y lumínica sobre nuestra salud física y mental. Según su expertise, ¿cómo afectan el ruido y la luz al cerebro? ¿Pueden impactar sobre el nivel de concentración o bienestar en los espacios?
La luz natural es fundamental para que nos sintamos bien. Regula nuestros biorritmos, los ciclos que determinan nuestro sueño y vigilia. También ayuda a estimular nuestra memoria y creatividad. Cuando estamos expuestos a suficiente luz natural, no solo nos sentimos más alerta, sino que también podemos rendir mejor en nuestras tareas. Por otro lado, si no tenemos suficiente luz, podemos caer en una fatiga crónica que afecta nuestras ganas de hacer cosas. Pero, ojo, hay que cuidar el diseño de los espacios. Demasiadas ventanas o superficies acristaladas pueden calentar el ambiente y hacer que sea incómodo trabajar allí. Hablando de la intensidad lumínica, parece que una luz más brillante nos ayuda a concentrarnos mejor, mientras que una luz más suave puede fomentar la creatividad. Pero un mal manejo de la iluminación puede hacernos sentir cansados, incluso provocar fatiga visual. Y, curiosamente, las mujeres suelen ser más sensibles a estos cambios en la luz. En cuanto al sonido, el ruido excesivo puede ser un verdadero enemigo. Distracciones fuertes pueden afectar nuestra memoria y hasta dificultar que entendamos lo que otros dicen. Por el contrario, los sonidos naturales, como el canto de los pájaros o el murmullo del agua, pueden ayudarnos a concentrarnos y despejar la mente. Y, si hablamos de música, imagínate… Puede ser una herramienta poderosa para reducir el estrés y generar un ambiente de calma. Y la reverberancia –cómo el sonido rebota en las superficies– también juega un papel importante. Si no se controla adecuadamente, puede hacer que nos cueste recordar información o entender lo que se dice a nuestro alrededor.
«La belleza no es algo superficial ni accesorio: es fundamental»
Desde el punto de vista neuroarquitectónico, ¿cuál sería el mejor diseño para un lugar de trabajo o una vivienda? ¿Qué aspectos deberían tenerse en cuenta en materia de iluminación, acústica, color, etc.?
Es importante remarcar que no hay una fórmula mágica para crear el espacio ideal. Lo que sí existe es una metodología de trabajo que, poniendo el foco en las necesidades de las personas, encuentra cuál es la mejor manera de responder a sus necesidades físicas, emocionales y cognitivas. Si se aplica esta metodología, el resultado será un entorno personalizado y personalizable, equitativo, accesible e inclusivo, que tiene en cuenta a todos sus habitantes. Será un espacio que fomente las relaciones sociales, pero también ofrezca refugios personales para aliviar la saturación cognitiva o sensorial. Será un diseño que trascienda el espacio para convertirlo en un lugar. Será un espació donde las personas realicen tareas cognitivas de la manera más eficiente posible y que mantengan un cuerpo sano, con herramientas para regular su bienestar cuando sea necesario. Aunque se están creando muchos mitos sobre la neuroarquitectura, como si existieran fórmulas mágicas, la realidad es que hay dos ramas: la experimental, que se desarrolla en laboratorios con condiciones controladas y genera resultados específicos, y la aplicada, que se enfoca en el diseño real adaptado a las personas. Adaptándolo según las respuestas y necesidades específicas de los usuarios, el diseño se convierte en un proceso dinámico y centrado en el usuario.
Arquitectos modernistas como Lluís Domènech i Montaner sostenían firmemente la necesidad de unir lo bello y lo útil. Partiendo de su perspectiva, ¿cómo impacta habitar espacios donde el arte tiene cabida –ya sea en forma de cuadros o esculturas–?
No creo que solo debamos hablar de arte en sí, sino explorar el concepto de la belleza en general. La belleza no es algo superficial ni accesorio: es fundamental. Nuestra capacidad de apreciar lo estético está enraizada en nuestra historia evolutiva. Es como un mecanismo de supervivencia que hemos desarrollado para asegurar que nuestros genes tengan mayores posibilidades de perdurar. Ya Vitruvio, en su tríada, nos decía que los edificios deben ser útiles, firmes y bellos. Y yo añadiría que, para contribuir a esa belleza, deben incorporar obras de arte. Ahí es donde entra en juego la neuroestética, una rama de investigación que estudia cómo responde nuestro sistema nervioso al contemplar obras de arte, iniciada por el neurocientífico Semir Zeki. El arte conecta con nuestro lado más intangible. Puede evocar una amplia gama de emociones: amor, tristeza, lucha, superación… Y no solo eso. Tener arte cerca también estimula la creatividad. Está comprobado que convivir con obras artísticas nos inspira a pensar de manera innovadora. Habitar espacios donde el arte está presente no solo embellece nuestro entorno; también nutre nuestro bienestar emocional y fomenta nuestra creatividad. Es un diálogo constante entre el ser humano y las expresiones que lo rodean, vital para nuestra existencia.
«Ya Vitruvio nos decía que los edificios deben ser útiles, firmes y bellos»
En definitiva, ¿cómo puede ayudar la arquitectura a mejorar el bienestar y el estado de ánimo y, en general, aumentar la calidad de vida?
Hoy en día, enfrentamos muchos retos ambientales, y aunque la arquitectura y el urbanismo han contribuido a estos problemas, también tienen el potencial de ser parte de la solución. El gran potencial de la neuroarquitectura radica en su cambio de perspectiva: pasar de ver la arquitectura y la ciudad como fines en sí mismos a entender que son herramientas al servicio de sus habitantes. Este cambio de mirada no solo es significativo, sino que también es una fuente inagotable de conocimiento que permite dar respuestas concretas a las necesidades de las personas. Partiendo de esta premisa, es fácil entender cómo podemos ofrecer soluciones espaciales que aborden temas de alto valor social, como la salud mental, la soledad no deseada, el estrés o la ansiedad. Al poner el foco en las personas, podemos diseñar espacios verdaderamente inclusivos que ofrezcan las mismas oportunidades a todos sus habitantes. Espacios que fomenten la cohesión social y que contribuyan a crear sociedades más resilientes. Donde los trabajadores se sientan cuidados y, gracias a eso, conseguir retener y atraer talento. Apoyar el proceso de sanación en hospitales, acompañar algo tan duro como un proceso de quimioterapia. La neuroarquitectura aplicada se centra en el bienestar integral y puede ser utilizada con un enfoque salutogénico, que busca evitar la enfermedad y maximizar el potencial, o desde un enfoque restaurativo, que apoya la recuperación de personas enfermas. En resumen, la neuroarquitectura nos permite construir y reconstruir las ciudades obteniendo un alto impacto social. ¿Y cómo lo sabremos? Porque gracias a la tecnología podremos medirlo y asegurarnos de que las soluciones implementadas realmente mejoren la vida de las comunidades. Y no solo eso, podremos adelantarnos también a los acontecimientos y adaptarnos.
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