Confianza o nada
Cada palabra que damos, cada gesto de lealtad, cada pacto implícito es un puente entre nosotros y el mundo. Sin confianza, la vida se convierte en un laberinto de dudas, como caminar sobre una cuerda floja sin red. Confiar es el acto más valiente y, a la vez, el más necesario para que todo funcione.
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Cierras los ojos y te dejas caer de espaldas, confiando en que la persona que está detrás te sostendrá antes de tocar el suelo. Este sencillo ejercicio, utilizado en dinámicas de grupo y en entrenamientos de liderazgo, ilustra la esencia misma de la confianza. Queremos creer que el otro estará ahí, que cumplirá con su palabra y que no nos dejará caer. Sin confianza, ninguna interacción humana sería posible y la sociedad, tal como la conocemos, simplemente no podría existir. La confianza es el pegamento invisible que permite que todo funcione.
Hace siglos que los filósofos reflexionan sobre la confianza como un elemento esencial para la convivencia. Aristóteles sostenía que la verdadera amistad solo podía existir entre personas que se reconocieran mutuamente como virtuosas, es decir, dignas de confianza. Thomas Hobbes, en cambio, advertía que, sin reglas comunes, el ser humano viviría en un estado de guerra constante, de todos contra todos. Para evitarlo, propuso la idea de un contrato social, una especie de pacto basado en la confianza de que los demás cumplirán las normas. Jean-Jacques Rousseau, por su parte, argumentaba que la sociedad se fundamenta en la confianza mutua y que, cuando esta se rompe, surge la corrupción y el desorden. Terminamos este repaso por la historia de la confianza en la filosofía con Friedrich Nietzsche, quien, más escéptico que los anteriores, afirmaba: «No me molesta que me hayas mentido, me molesta que a partir de ahora no pueda confiar en ti». Para Nietzsche la pérdida de confianza deja secuelas difíciles de reparar.
Para Nietzsche la pérdida de confianza deja secuelas difíciles de reparar
La confianza se ha convertido en un tema muy importante en las ciencias sociales, por lo que ha sido estudiada en diferentes disciplinas. Los psicólogos la analizan considerando las características de las personas que confían y en quienes se confía, enfocándose en cómo los procesos mentales influyen en esta percepción. Los economistas la ven como algo basado en cálculos o reglas establecidas. Por otro lado, los sociólogos estudian la confianza dentro de las relaciones entre personas o instituciones.
Según Ernest Hemingway, «la mejor manera de averiguar si puedes confiar en alguien es confiar en él». Pero ¿qué nos lleva a confiar en alguien? La psicología nos dice que la confianza se construye a partir de tres cosas: la coherencia entre lo que alguien dice y hace, la percepción de su competencia y la sensación de que sus intenciones son genuinas. Según un estudio de la Universidad de Princeton, las personas deciden si alguien es confiable en menos de un segundo basándose en su expresión facial y lenguaje corporal. Esa valoración de los rostros que tenemos delante se hace en fracciones de segundo y no está ligada a una idea en particular. Tampoco se puede catalogar de instintiva, porque hay influencias y dimensiones culturales que inconscientemente llevan a valorar ciertos rasgos, en detrimento de otros.
En la economía, la confianza es un pilar fundamental. Cada transacción económica se basa en la creencia de que el dinero que entregamos tiene un valor respaldado, de que el producto que compramos cumplirá con lo prometido y de que los contratos serán respetados. Sin confianza en el sistema financiero, los bancos quebrarían, las inversiones se desplomarían y el comercio se paralizaría. Como afirmaba Adam Smith, «el comercio y la economía dependen no solo del capital, sino también de la confianza entre las partes». Del mismo modo, en el ámbito laboral, la confianza entre empleadores y empleados es esencial para la productividad. Los trabajadores deben confiar en que recibirán su salario y serán tratados con justicia, mientras que las empresas dependen de la confianza en que sus empleados cumplirán con sus responsabilidades.
Adam Smith: «El comercio y la economía dependen no solo del capital, sino también de la confianza entre las partes».
Si ampliamos esta visión a la sociedad en su conjunto, encontramos que la confianza es la base de la convivencia. Cada vez que cruzamos una calle, confiamos en que los conductores respetarán las señales de tráfico. Cada vez que tomamos un medicamento, confiamos en que ha sido aprobado por las autoridades sanitarias. Cuando participamos en una democracia, depositamos nuestra confianza en que las instituciones políticas funcionarán de acuerdo con las reglas establecidas y que nuestros representantes trabajarán en favor del bien común. Sin confianza en las instituciones, la democracia se debilita, dando lugar a la desafección ciudadana, el auge de populismos y el riesgo de colapsos gubernamentales. Como decía Montesquieu, «cuando el poder deja de inspirar confianza, solo puede imponerse por la fuerza».
Sin confianza en las instituciones, la democracia se debilita, dando lugar a la desafección ciudadana
Es interesante ver cómo la confianza, a pesar de ser tan crucial, puede ser frágil. Un escándalo político, una crisis financiera o una traición personal pueden hacer que se desmorone en cuestión de segundos. La recuperación de la confianza es un proceso largo y complejo, que requiere transparencia, consistencia y tiempo. En la política, por ejemplo, cuando los ciudadanos pierden la confianza en sus líderes, es difícil restaurarla sin cambios estructurales. Lo mismo sucede en las relaciones personales: una mentira o una promesa rota pueden dañar irreparablemente la conexión entre dos personas.
La recuperación de la confianza es un proceso largo y complejo, que requiere transparencia, consistencia y tiempo
Confiar en los demás no es un acto ingenuo, sino una apuesta necesaria para que la vida en comunidad sea posible. La confianza es el fundamento de todo, el hilo invisible que nos conecta y nos permite construir juntos un mundo en el que vivir felices y en paz.
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