«Debemos alimentar una nueva rutina democrática más allá del voto»
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Hace un año, The Good Lobby –el movimiento internacional que persigue mejorar la capacidad de incidencia de las organizaciones de la sociedad civil– aterrizaba en Madrid para animarse a trabajar por la construcción de otro modelo de participación ciudadana en España. Sin embargo, al mismo tiempo que, en el lanzamiento, se hablaba de la existencia de un caldo de cultivo para el desarrollo del ‘lobby’ ciudadano, el ‘lobby’ que busca inducir un cambio en el sistema, y la necesidad de involucrar a la sociedad en los asuntos públicos, se avecinaba un terremoto político marcado por las elecciones –autonómicas, nacionales y europeas– y la incertidumbre que provocaron los giros abruptos y las estrategias de los políticos de turno. La creciente polarización que marca nuestros sistemas políticos actuales, la distancia que establecen los representantes de las bases y la consecuente desconfianza y desafección de la política desde la sociedad civil, entre otros fenómenos, imploran la creación de nuevos canales de participación e innovación democrática a través de los cuales la sociedad civil pueda expresar sus demandas y ser invitada a la mesa de toma de decisiones. Alberto Alemanno, fundador de The Good Lobby y catedrático en Derecho en la escuela de negocios HEC en Paris, reflexiona junto a Alfredo Gazpio, su director en España, sobre las maneras en la que este presente puede ser revertido: la transformación social –la regeneración democrática– viene en forma de ‘lobby’.
Si sabemos que la confianza –y en algún punto, la certidumbre– es condición necesaria para el fortalecimiento de nuestra democracia, ¿de qué manera podemos convencer a los ciudadanos de que involucrarse es una buena idea?
A estas alturas, la idea de que la democracia no puede reducirse al acto de votar es un tópico, como también la constatación de que hay que ofrecer mejores (y más ricas) formas de participación para alimentar el juego democrático. Votar sigue siendo la mínima contribución que cada uno de nosotros debería hacer, y sin embargo la mayoría de nosotros simplemente no lo hace. Si no lo hacemos –absteniéndonos o votando en blanco–, damos poder a los pocos que se hacen con el control del proceso electoral. Esto es más o menos lo que está ocurriendo en las democracias maduras, donde el partido más grande es el de los no votantes, y siguen surgiendo movimientos marginales. De ahí la necesidad de renovar el interés de los ciudadanos en el proceso democrático más allá de las elecciones, convirtiendo a los ciudadanos en «grupos de presión», es decir, en individuos que se toman el tiempo de hacer saber a sus representantes lo que esperan de ellos. Sin embargo, para que esto ocurra no podemos confiar simplemente en la buena voluntad de los individuos para intervenir y comprometerse, también necesitamos que el Estado facilite ese proceso de manera proactiva (level up) y que el mercado ejerza su enorme poder e influencia política de forma más responsable (level down). El enfoque y el trabajo de The Good Lobby es lograr que ambas visiones se conviertan en realidad.
«En las democracias maduras, el partido más grande es el de los no votantes»
Cuando hablas de la «regeneración» de la democracia y de la necesidad de crear nuevos canales de participación para darle oportunidades al ciudadano, ¿te refieres a la construcción de un nuevo contrato social o de fortalecer el actual? ¿Hay que crear nuevos mecanismos de participación o publicitar los ya existentes?
La democracia representativa moderna era la mejor forma de gobierno que la tecnología y sociedad de mediados del siglo XVIII podía concebir. El siglo XXI es un lugar diferente desde el punto de vista científico, técnico y social. A menos que la renovemos mediante la aparición de nuevas formas de compromiso ciudadano, nuestros mecanismos democráticos pueden ver su aceptación y legitimidad debilitadas con el paso del tiempo. La clave está en vincular mejor los procesos decadentes de representación democrática con los atractivos mecanismos de participación que están surgiendo para representar a segmentos crecientes de la población. Todavía pensar cómo la democracia participativa y la democracia representativa pueden funcionar juntas sigue siendo uno de los aspectos menos teorizados de la teoría y práctica democrática. Nos queda imaginar y alimentar una nueva forma de democracia desde abajo capaz de operar en sintonía con la democracia representativa tradicional.
«La clave está en vincular mejor los procesos decadentes de representación democrática con los atractivos mecanismos de participación que están surgiendo»
En un contexto de enorme descrédito de las instituciones, de los partidos políticos y de los propios medios de comunicación, ¿cómo podemos hacerles creer que una mayor participación ciudadana salvará nuestras débiles democracias?
A lo largo de la última década, hemos sido testigos de numerosos ejemplos de grupos dirigidos por ciudadanos que marcan la agenda política y hacen responsables a los representantes políticos tanto de sus acciones como de sus omisiones. En esto consiste la renovación democrática: en ampliar el repertorio de herramientas del que disponen los ciudadanos para marcar la diferencia, alimentando así una nueva rutina democrática más allá del voto. Los ejemplos van desde nuestras primeras iniciativas ciudadanas europeas destinadas a eliminar las tarifas de itinerancia internacional hasta movimientos destinados a bloquear los acuerdos comerciales internacionales percibidos como socialmente injustos o luchar contra la compresión de los derechos reproductivos en toda la Unión. Sin el movimiento de los chalecos amarillos en Francia, los gobiernos europeos nunca habrían tomado en serio iniciativas novedosas como los paneles de ciudadanos y otras formas de escucha de las instancias ciudadanas entre una elección y la otra.
En España, no existe una gestión institucionalizada de la participación social: más que por vocación, parece que los políticos solo escuchan de manera instrumental, generalmente en el marco de un proceso electoral y con el objetivo de captar bolsas de votantes.
España se ha quedado a la zaga en cuanto al desarrollo de formas estructuradas de consulta pública, así como la celebración de procesos de escucha activa que impliquen la participación de ciudadanos elegidos al azar. Estas formas de retroalimentación permanente entre ciudadanos y representantes se están convirtiendo en esenciales para garantizar la eficacia y la legitimidad de la acción gubernamental. Como todo en España en este momento histórico, la experimentación pionera llevada a cabo por las ciudades de Madrid y Barcelona en torno a los presupuestos participativos y otras formas de consulta ciudadana se ha asociado a uno de los dos lados del espectro político. Esto ha impedido que España convierta estas primeras aplicaciones en formas de compromiso institucionalizadas y maduras que podrían haber beneficiado de manera bipartidista a la sociedad española.
En este contexto, ¿cómo se logra convencer a la sociedad de que sus demandas pueden hacerse tangibles?
Quick wins. Las victorias obtenidas gracias a la movilización ciudadana alimentan la autoconciencia y la confianza. En España, los ejemplos son muchos: desde la movilización juvenil por el clima, las distintas mareas, las reivindicaciones feministas, las comunidades LGTBQ+, hasta las protestas de agricultores, o las demandas de sindicatos y trabajadores.
¿Cuáles crees que son las técnicas más efectivas para hacer que la ciudadanía participe?
A diferencia de la sabiduría convencional, los ciudadanos pueden marcar una gran diferencia cuando levantan la cabeza y la voz. Lo cierto es que existen múltiples técnicas y estrategias de movilización, tanto aquellas que están institucionalmente arraigadas –ya sean quejas a las autoridades públicas, peticiones o propuestas como la reciente ILP para la regularización de las personas extranjeras–, como las no convencionales –llámese desobediencia civil, el compromiso de los medios de comunicación y las protestas sociales–. Lo que todas estas técnicas tienen en común es su capacidad para establecer la agenda (agenda–setting) del proceso político y normativo, al tiempo que exigen a nuestros líderes políticos que rindan cuentas (accountability) de lo que hacen (o dejan de hacer).
«Los ciudadanos pueden marcar una gran diferencia cuando levantan la cabeza y la voz»
The Good Lobby lidera, desde hace casi un año, la Future Generations Initiative, una plataforma y coalición europea compuesta por varias organizaciones que reivindica la importancia de dar voz tanto a los jóvenes como a las generaciones futuras e integrar sus legítimas expectativas en los procesos de toma de decisión. ¿Cómo ha sido el arranque de la iniciativa?
Una cultura de corto plazo domina nuestros sistemas políticos, financieros, sociales y culturales, hasta el punto de despreocuparse sistemáticamente de las generaciones futuras y de los riesgos a los que se enfrentan, que van desde el colapso medioambiental, con la disminución de la biodiversidad, hasta los riesgos derivados de las nuevas tecnologías, como la inteligencia artificial. Nuestra incapacidad para abordar eficazmente los problemas a largo plazo y saber imaginar futuros posibles y deseables desconcierta al ciudadano de a pie, cuya confianza en los gobiernos y otras instituciones sigue disminuyendo. Como resultado de la incapacidad crónica de nuestros sistemas democráticos (y no democráticos) para satisfacer la creciente demanda por una mayor seguridad y protección de los ciudadanos, varios segmentos de la sociedad se han planteado intervenir. Sin embargo, en muchos casos, sus esfuerzos se limitan a sus propias disciplinas y están fragmentados y distanciados entre sí. De ahí nuestro empeño en lanzar una gran campaña para pedir a la UE –un proyecto que ha sido históricamente proyectado por el largo plazo– y sus gobiernos que integren sistemáticamente los intereses de las generaciones futuras en su proceso de toma de decisiones. La coalición está creciendo y la nueva Comisión Europea tendrá un comisario encargado de las generaciones futuras. Una primera victoria de nuestra coalición.
En los casi diez años de vida de The Good Lobby, ¿qué es lo que has aprendido?
La innovación social es difícil porqué desafía no solo los sistemas existentes, sino también nuestra capacidad individual y colectiva de pensar y actuar de forma diferente. Sin embargo, nadie te enseña a ser un innovador social, cívico o político, y no existen infraestructuras reales que te apoyen en el camino. La financiación pública es limitada o inexistente y el apoyo empresarial, aun orientado hacia lo social, a menudo es dudoso o, al menos, conflictivo. Por ello, la filantropía es una de las fuerzas más poderosas de nuestras sociedades y, al mismo tiempo, una de las más invisibles: sigue siendo casi el único recurso viable para encabezar una iniciativa de innovación social desde la sociedad civil –como The Good Lobby– y llenar los vacíos de poder generados por el Estado y por los mercados. Desafortunadamente, la filantropía sigue siendo esencialmente la expresión de fundaciones típicamente burocráticas y conservadoras, en el mejor de los casos, o de la voluntad de individuos multimillonarios que orientan caprichosamente su capital hacia lo que consideran digno de su atención, en el peor.
¿Cuál es el futuro de la organización? ¿Cómo la visualizas en 10 años?
En comparación con 2015, cuando The Good Lobby dio sus primeros pasos, la mayoría de la gente parece entender por qué existimos y qué defendemos. Mucho ha ocurrido entretanto, con el movimiento juvenil por el clima, los chalecos amarillos en Francia y nuevas formas de movilización denunciando la guerra en Gaza. Esto nos hace pensar que se esperan más movilizaciones sociales y que, de no canalizarse adecuadamente, la democracia tal y como la conocemos entrará definitivamente en crisis. La misión de TGL –igualar el acceso al poder ofreciendo a quienes no son normalmente escuchados la oportunidad de hacerse oír– parece más pertinente que nunca. Un nuevo movimiento de «lobbying for good» está surgiendo. Formado por organizaciones sin ánimo de lucro, emprendedores sociales, filántropos y también empresas con propósito, esta tendencia reclama el lobby como una forma legítima de transformación social que debe ser accesible a todos y ejercerse con cierto autocontrol por parte de los actores más poderosos, como pueden ser las multinacionales. The Good Lobby dejará de existir cuando este movimiento se convierta en una corriente tan mayoritaria que penetre en nuestros sistemas económicos y sociales hasta el punto de resultar redundante. Sólo entonces se cumplirá la misión del TGL y dejará de ser necesario. Me temo que esto puede llevar más tiempo que el que nos queda de vida.
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