Mujeres poetas
Alfonsina Storni, los poemas y el mar
La poeta argentina que inspiró la canción ‘Alfonsina y el mar’ nos legó una obra lírica memorable, y sigue siendo una de las figuras más reconocidas de la poesía latinoamericana, además de un referente de la emancipación femenina.
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La zamba es uno de los géneros musicales más arraigados al territorio argentino. Una de las más conocidas, compuesta por el pianista Ariel Martínez y el escritor Félix Luna, apareció en disco por vez primera interpretada por la cantante Mercedes Sosa.
En 1969 el timbre profundamente oscuro y cálido de Sosa ponía de largo «Alfonsina y el mar», la zamba compuesta por Martínez y Luna que se convertiría, desde entonces, en enseña nacional de la lírica argentina. Tanto el título como la letra hablan de la poeta Alfonsina Storni y su suicidio en las aguas del Mar del Plata. La que es considerada uno de los iconos de la poesía latinoamericana saltó al mar desde la escollera de la playa La Perla el 25 de octubre de 1938. Ponía fin, así, a 46 años de intensa vida, dejando para la posteridad una extensa obra literaria que contaba, además de con numerosos poemarios, con un volumen de poesía en prosa y varias obras teatrales.
Nacida en 1892 en Suiza, con tan solo cuatro años de edad se traslada con sus padres a la ciudad argentina de San Juan. La situación económica de la pareja, agravada por el alcoholismo del padre, les lleva hasta Rosario, donde su madre abre un pequeño restaurante en que empezó a trabajar Alfonsina a los 10 años. Alfonsina retrataría, en un poema, a su padre como un hombre «que por días enteros, vagabundo y huraño / no volvía a la casa, y como ermitaño / se alimentaba de aves, dormía sobre el suelo». De su progenitora, dejó escrito: «A veces, en mi madre apuntaron antojos de liberarse, pero se le subió a los ojos / una honda amargura y en la sombra lloró».
Storni trabajó en un restaurante, como actriz, como maestra y, después, consiguió ganarse la vida como poeta
Poco después, Alfonsina se une como actriz a una compañía de teatro. Su sensibilidad se afila al poder representar obras de Henrik Ibsen y de Benito Pérez Galdós; después, se hace con el título profesional de maestra y comienza su actividad literaria publicando varios poemas en Mundo Rosarino y Monos y Monadas, las dos revistas más pujantes de la ciudad.
En 1911 se traslada a Buenos Aires, donde termina de aflorar su capacidad lírica y su carácter independiente al dar a luz, en 1912, a Alejandro Alfonso Storni, de padre desconocido. Enfrenta los fuertes prejuicios sociales protegiendo al máximo su intimidad y continuando con su creación lírica. Años después, en una conferencia, proclamaría que «el artista está al margen de las normas y convenciones que rigen para la mayoría; tiene el privilegio de crear para sí una moral y una conducta que le permitan desarrollar un ideal estético sin la traba del canon mayoritario». Una actitud que le ha valido, con el tiempo, ser considerada icono de la emancipación femenina.
Comienza a colaborar con la revista Caras y Caretas, y tiene la oportunidad de ofrecer al también poeta Félix B. Visillac su primer poemario, La inquietud del rosal, que resulta publicado y elogiado por el círculo literario de la ciudad, en el que Alfonsina es acogida.
Rodeada por figuras del modernismo poético como Amado Nervo y José Enrique Rodó, así como por lo más granado de la vanguardia novecentista, Storni reincide en su escritura y publica, en 1918, El dulce daño, un poemario en que las metáforas novedosas encuentran un certero equilibrio con su fuerte sentimiento romántico. Un año después publica Irremediablemente, un nuevo poemario ante el que la crítica se rinde y que potencia su popularidad. Tal vez dicha popularidad es la que provoca en la poeta un comportamiento neurótico que ella intenta remediar retirándose a la localidad de Los Cocos. En unos versos quizá premonitorios de Irremediablemente, Storni se duele: «Espuma, brisa, aroma, capullo, flor, fragancia: / llévame para siempre sin rumbo ni distancia».
Pero no tarda mucho en abandonar su retiro y realiza varias visitas a Montevideo, donde conoce al escritor uruguayo Horacio Quiroga. Con él inicia una relación marcada por la imposibilidad de culminar el amor que recíprocamente se profesan y que les uniría a ambos hasta la muerte. Tras el suicidio de Quiroga, en 1936, decidido a acabar con el sufrimiento que le provocaba un recién diagnosticado cáncer de próstata, Alfonsina publica un poema que anticipa su propio final: «Morir como tú, Horacio, en tus cabales / y así como en tus cuentos, no está mal; / un rayo a tiempo y se acabó la feria… / Allá dirán».
En su poemario «Ocre», Storni presenta un tono vanguardista y pleno de libertad expresiva descarnada
La poesía de Storni sufre un cambio radical con la publicación de su quinto poemario, Ocre, decididamente vanguardista y pleno de libertad expresiva descarnada. Entonces ya forma parte de todos los círculos literarios de importancia, tanto en Uruguay como en Argentina, donde participa en la creación de la Sociedad Argentina de Escritores.
En 1934 conoce a Federico García Lorca y, visiblemente afectada por su energía lírica, le dedica unos versos que verán la luz en Mundo de siete pozos y que retratan así al poeta granadino: «Un griego / que sofocan de enredaderas / las colinas andaluzas / de sus pómulos / y el valle trémulo de su boca. / Salta su garganta / hacia afuera / pidiendo/ la navaja lunada / de aguas filosas».
Con el diagnóstico de un tumor maligno se intensificaron sus problemas de salud mental
Un año después le practican una mastectomía, y el equipo médico descubre que el tumor maligno tiene numerosas ramificaciones. A partir de entonces, además del dolor físico se intensifican sus síntomas de depresión, ansiedad y desequilibrio mental, y se abandona a un estado de permanente paranoia que no le impide publicar un último poemario, Mascarilla y trébol, y una Antología poética.
El 24 de octubre, un día antes de arrojarse a las aguas del Mar del Plata, envía al periódico La Nación su último poema, Voy a dormir, que finaliza así: «Gracias… Ah, un encargo: / si él llama nuevamente por teléfono / le dices que no insista, que he salido». Muchos de los versos de este poema final fueron utilizados por el letrista Félix Luna en esa zamba que, junto a su obra poética, mantendrá viva por siempre la memoria de Alfonsina Storni.
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