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Sociedad

El arte de convertir un problema en una oportunidad

Una dificultad no siempre es un callejón sin salida. A veces, es una invitación a pensar distinto. Convertir problemas en oportunidades es un arte que también puede aprenderse.

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10
julio
2025

En una entrevista de 2002, el actor británico Michael Caine relató una anécdota de juventud que, en principio, parecía ser como cualquier otra. Estaba ensayando una obra de teatro cuando, en plena escena, los actores que ya estaban en el escenario comenzaron a discutir acaloradamente. La tensión se desbordó y, como parte de la acción, uno arrojó una silla que bloqueó la puerta por la que Caine debía entrar. Al no poder pasar, asomó la cabeza y dijo: «Disculpe señor, no puedo entrar». Su compañero le respondió: «¿A qué te refieres». «Hay una silla aquí», replicó Caine. «Usa la dificultad», fue la respuesta, «si es una comedia, tropiézate con ella. Si es un drama, coge la silla y rómpela».

Aquella frase se convirtió, según el propio actor, en su filosofía de vida. Entendió que la dificultad no debe esquivarse. No se trata de resistirla, atravesarla o ignorarla: hay que convertirla en parte activa del proceso, en catalizador de un nuevo enfoque. En el teatro, claro, pero también en la existencia propia. «Usa la dificultad», repitió Caine, y añadió que sus hijos, cuando enfrentan un contratiempo, aún recurren a esa máxima.

Del tropiezo al impulso

Las crisis, los errores, los obstáculos o las pérdidas forman parte de cualquier trayectoria vital. No hay biografía, personal o profesional, exenta de problemas. La diferencia está en cuál es nuestra mirada hacia esos problemas. Todos conocemos a personas que logran reinterpretarlos, resignificarlos como motores de cambio o como oportunidades encubiertas. Esa capacidad no aparece por arte de magia. Se entrena.

Transformar un problema en un impulso requiere revisar el marco desde el que se observa. No implica negar la dificultad ni restarle importancia, implica desmontar la percepción inicial para detectar en ella un potencial de transformación. En psicología, este proceso se relaciona con el reencuadre cognitivo: interpretar una situación adversa buscando en ella una lección, una bifurcación, una posibilidad nueva.

Esa filosofía tiene una expresión cultural concreta en los Países Bajos, donde ha ganado notoriedad el término omdenken, literalmente «pensar al revés». Esta estrategia invita a dejar de ver los problemas como enemigos y comenzar a verlos como datos con los que trabajar. No se parte de un objetivo ideal al que deben ajustarse las circunstancias, se parte de la realidad y se buscan los objetivos posibles dentro de ella. Si no se puede eliminar un obstáculo, se puede redefinir su papel. Lo inesperado, lo incómodo, lo no previsto, deja de ser un contratiempo para convertirse en material de trabajo.

La pregunta no es «¿cómo evito esto?», sino «¿qué puedo hacer ahora?»

La lógica del omdenken no propone evitar el malestar ni disfrazarlo con optimismo, propone involucrarse con lo real tal como es, explorar sus límites y operar desde allí. La pregunta no es «¿cómo evito esto?», sino «¿qué puedo hacer ahora que esto ha sucedido?». Esa misma lógica subyace en el gesto de Michael Caine al convertir una silla en una herramienta interpretativa.

Esta actitud, por supuesto, también aparece en lo cotidiano: una conversación que no va como se esperaba, un plan que se cae, una decisión que trae consecuencias inesperadas. La creatividad, lejos de surgir al margen del error, surge desde él.

Filosofía y práctica del giro

La anécdota de Caine ofrece una metáfora valiosa, pero además señala una cuestión aún más profunda: el poder de intervenir activamente sobre el significado de nuestras experiencias. La silla en la puerta no interrumpe la escena, la transforma. Se convierte en un desafío interpretativo, en una pregunta abierta: ¿Cómo integrarla? ¿Cómo responder ante su inevitable aparición?

La historia del pensamiento ofrece respuestas similares. En la tradición estoica, por ejemplo, encontramos la idea de que no podemos controlar lo que ocurre, pero sí decidir cómo lo vivimos. Epicteto escribió: «No son las cosas las que nos perturban, sino la opinión que tenemos de ellas». En lugar de buscar el control absoluto, los estoicos entrenaban su percepción para acoger lo que llega sin desesperación.

En la psicología contemporánea, conceptos como la resiliencia o el crecimiento postraumático exploran con datos empíricos esa misma capacidad. Investigaciones como las de Richard Tedeschi y Lawrence Calhoun han mostrado que, para muchas personas, esas experiencias marcan un antes y un después en sus vidas. Adquirimos nueva claridad sobre lo que es importante, se fortalecen los vínculos, cambian las prioridades. El dolor, lejos de cerrarlo todo, puede abrir una vía.

Conceptos como la resiliencia o el crecimiento postraumático exploran con datos empíricos esta capacidad

Pero no hace falta atravesar grandes traumas para ejercitar esta actitud. En la vida diaria hay múltiples oportunidades, por tontas que puedan parecer, que nos brindan la oportunidad de reformular lo que parece un contratiempo. Las llamadas no respondidas, los cambios de rumbo, las puertas cerradas. Cada una de ellas ofrece una ocasión para practicar ese giro interpretativo, para dejar de ver el obstáculo como algo que impide avanzar y empezar a verlo como parte del propio movimiento. Y es que improvisar no es actuar sin preparación, es tener una disposición flexible. Como en el teatro, lo imprevisto no cancela la función: la transforma.

Desde luego, adoptar una actitud de giro ante las dificultades tiene consecuencias tangibles. A nivel individual, mejora el bienestar emocional, ayuda a reducir la ansiedad en situaciones de incertidumbre y fomenta una actitud activa ante los retos. En contextos relacionales, facilita la comunicación y permite resolver conflictos con menos desgaste. Cuando los desacuerdos no se entienden como choques, se abren nuevas formas de cooperación.

También se impulsa la creatividad. En la medida en que vivimos los errores como parte de un proceso, aumenta la disposición a probar cosas nuevas y aparece una mayor tolerancia al riesgo.

Es cierto que no todo puede convertirse automáticamente en una oportunidad. Algunas pérdidas son irreparables, bien lo sabemos, y algunos dolores no tienen sentido redentor. Pero incluso en esos casos, la manera en que se afronta la dificultad puede marcar la diferencia. No se trata de romantizar el sufrimiento. La clave está en reconocer que, en muchos casos, aún en lo adverso hay margen para la acción.

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