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«Gran parte de nuestra vida sexual está regida por la cultura»

Fotografía

Angus Muir
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16
septiembre
2024

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Angus Muir

En el ensayo ‘Nunca es solo sexo’ (Sexto Piso), el psicoanalista Darian Leader explica por qué el sexo conlleva muchos más sentimientos que el puro placer. Tanto es así que algunos de los momentos más álgidos de la pulsión sexual están ligados al arrepentimiento, al miedo, a la pena o al dolor. De esta forma, contrario a muchos psicoanalistas que buscan la causa meramente sexual que se esconde detrás de nuestras conductas sexuales, Leader muestra que el sexo nunca puede estar separado de las relaciones humanas.


En el libro defiende que el sexo nunca es solo sexo. Y una muestra de ello es que, por extraño que nos parezca, la angustia, el miedo o la pena nos pueden despertar sensaciones sexuales.

Uno de los principales resultados de las investigaciones realizadas a lo largo del siglo XX fue que las experiencias que se creían basadas en emociones positivas tenían, de hecho, más probabilidades de estar basadas en emociones negativas. El deseo sexual se desencadenaba menos por una atracción bruta que por sentimientos de soledad, ansiedad, inseguridad, rabia y amenaza. Las primeras investigaciones llevadas a cabo en Yale en la década de 1940 mostraron cómo el miedo y el temor generaban erecciones genitales, y de 77 situaciones que provocaban erecciones, solo 13 eran abiertamente «sexuales». Por eso las personas pueden sentir una necesidad urgente de sexo en momentos en los que se perciben más vulnerables. Muchos otros fenómenos culturales y sociales también se entienden cuando los vemos como formas de afrontar el miedo, la rabia y la ansiedad. En lugar de suponer que el sexo debe estar detrás de todo, debemos explorar qué hay detrás del sexo.

«En lugar de suponer que el sexo debe estar detrás de todo, debemos explorar qué hay detrás del sexo»

¿Es el sexo también violencia y dolor?

El sexo puede ser una forma de afrontar la violencia y el dolor, aunque las personas que lo practican no sean conscientes de ello. Una de mis analizandas dijo que el único momento en que se siente capaz de expresar su rabia es cuando mantiene relaciones sexuales con su novio, aunque él no se dé cuenta de ello. Pero, en general, el sexo consiste en la microgestión de los desequilibrios de poder: en cada momento, una o ambas partes presionan, aprietan, muerden a la otra en un complejo juego de intercambio físico y emocional. Esto puede ser placentero, pero implica cambios de poder: podemos ser activos en un momento y pasivos en otro, tocadores o tocados. Es como si estuviéramos reproduciendo nuestras primeras experiencias de bebés y niños en las que éramos más o menos impotentes. Ahora bien, en el sexo, al producir placer en otra persona o en uno mismo, podemos invertir esta situación.

Entonces, ¿qué estamos haciendo realmente cuando lo practicamos?

¿Estamos reescribiendo nuestra historia? ¿Convirtiendo la pasividad en actividad? ¿Transformando la pena y la rabia en placer? ¿Vengándonos de nuestros padres? ¿Abriéndonos camino en un cuerpo en lugar de ser expulsados de un cuerpo? Cualesquiera que sean las respuestas para uno, demuestran que el sexo nunca es solo sexo, y sobre todo teniendo en cuenta que muchas personas piensan que el sexo es una especie de recordatorio del amor que perdimos al salir de la infancia. La pérdida masiva de intimidad corporal con nuestros cuidadores deja un enorme vacío en nuestra psique, y quizá creamos en algún nivel que el sexo lo llenará. De ahí los sentimientos de gratitud y decepción después del sexo, cuando nos damos cuenta de que el vacío solo se ha llenado temporalmente.

«El sexo consiste en la microgestión de los desequilibrios de poder»

¿Cuánto nos condiciona culturalmente nuestra forma de tener sexo?

Gran parte de nuestra vida sexual está regida por la cultura. Esto queda claro en la idea de los guiones sexuales: estos códigos culturales nos dicen con quién podemos tener relaciones sexuales, cuándo podemos tenerlas, dónde podemos tenerlas y qué podemos hacer exactamente. Podemos romper los códigos o ser obedientes a ellos, pero siempre están ahí. Esto podría significar seguir una secuencia determinada en el sexo: pasar de los besos a tocar el cuerpo de la pareja a través de la ropa, luego bajo la ropa, después el sexo genital quizá, y luego hablar. Y hoy podría significar tener una conversación sobre el consentimiento y lo que está bien o no de antemano para algunas personas. Los códigos culturales nos dicen que quitarle la ropa a otra persona es erótico, pero no volvérsela a poner después del sexo. Los antropólogos muestran cómo funcionan estos códigos en el nivel más íntimo del cuerpo: en algunas culturas, tocar un pecho o besar era visto como algo extraño e incluso repugnante, mientras que en otras podía ser muy valorado. Hoy en día estos códigos cambiaron con la introducción de la televisión y el cine occidentales, que hicieron que estas actividades parecieran atractivas.

¿Y el orgasmo, qué papel tiene?

El orgasmo se convirtió a principios del siglo XX en una señal de lo que había que conseguir en el sexo, reforzando la idea de que podía ser una actuación o una prueba. Si no llegabas al orgasmo, suspendías el examen. Y esto, por supuesto, ¡hacía aún más difícil rendir! Pero el problema era que el orgasmo masculino era el punto de referencia: un acontecimiento único y aislado, un pico de descarga, que está totalmente en desacuerdo con lo que muchas mujeres describen como importante para ellas en el sexo. La filósofa Marilyn Frye llegó a sugerir que las mujeres no practican sexo, ya que su experiencia y sus objetivos son tan radicalmente distintos de los de los hombres que no se rigen por la búsqueda de un único pico de descarga e implican fuentes multilocales de intimidad tanto física como emocional. El sexo no puede reducirse a un acontecimiento genital.

«Heterosexual y homosexual no son extremos opuestos de un espectro, aunque a la gente le resulte extraordinariamente difícil reconocerlo»

¿Es igual un orgasmo de un hombre que el de una mujer?

Kinsey observó ya en los años 40 que el orgasmo masculino, la eyaculación y la erección eran fenómenos muy diferentes. Se podía eyacular sin orgasmo ni erección –como hacen muchos soldados bajo el fuego–, del mismo modo que se podía eyacular sin ninguna sensación de orgasmo. Tendemos a suponer que todo esto forma parte del mismo proceso fisiológico básico, pero no es así. El orgasmo femenino es aún más complicado, y a partir de los años 60 muchas escritoras del movimiento feminista intentaron ir más allá del reduccionista binario clítoris-vagina. Exploro esto en detalle en el libro y estaba especialmente interesado en cómo muchas mujeres evitan el orgasmo debido a sus peligros. Me refiero a los peligros de una pérdida de sí mismas, de los límites.

Otro punto que analiza en el libro es la sexualidad. ¿Qué papel juegan conceptos como el de la heterosexualidad y la homosexualidad a día de hoy?

Heterosexual y homosexual no son extremos opuestos de un espectro, aunque a la gente le resulte extraordinariamente difícil reconocerlo. La heterosexualidad puede definirse como un conjunto de defensas para protegerse del miedo a ser uno mismo un objeto sexual, lo que significa que se trata de un esfuerzo constante a lo largo de toda la vida por mantenerse y no de una única decisión o elección en el pasado. Pero hay tantos tipos diferentes de heterosexualidad que deberíamos ser muy cuidadosos a la hora de pensar en esto. En cuanto a la homosexualidad, hay tantos tipos de interacciones, deseos, amores y prácticas entre personas del mismo sexo que el término es demasiado reductor y en muchas partes del mundo sigue siendo portador del estigma de su historia política. Todo el concepto de orientación sexual me parece bastante problemático, pero por supuesto que puede ser necesario utilizarlo en las batallas para reducir el estigma social y la violencia.

«Curiosamente, el preludio del consentimiento en la práctica sexual actual procede del BDSM»

¿Y el del consentimiento?

El consentimiento es un concepto complejo, ya que es bien sabido que alguien puede decir «sí» a algo que no desea hacer. La mayor parte de nuestra vida consiste en hacer cosas que no queremos hacer, así que estamos programados para consentir. Necesitamos la aprobación del otro, quizá para garantizar nuestras condiciones básicas de vida humana, o para asegurarnos que seguimos siendo queribles. Pero solo podemos decir «sí» de verdad si sabemos que podemos decir «no». Curiosamente, el preludio del consentimiento en la práctica sexual actual procede del BDSM, que introdujo el ritual básico de mantener una conversación sobre lo que estaba bien y lo que no antes de empezar el sexo. Hoy en día, el consentimiento puede, por supuesto, sexualizarse en sí mismo, como vemos en la primera escena de sexo de Normal People, donde preguntar qué está bien se entremezcla con los actos sexuales.

Lo que está claro es que el sexo nunca es una sola cosa, ¿no? Como en la vida, los mismos actos pueden tener diferentes significados dependiendo de quién esté involucrado.

El sexo nunca es solo sexo, ya que hay mucho más en juego: castigo, amor, venganza, fantasía, intimidad, odio, etc. Es cierto que la cultura popular hace hincapié en la idea de que el sexo es puramente una fuente de placer, una mercancía a la que se puede acceder y luego pasar página. Sin embargo, el dolor, la angustia y la pena que a menudo le siguen demuestran que el sexo nunca puede estar totalmente desconectado de las relaciones humanas. Comenzamos la vida en una conexión íntima con otro cuerpo más poderoso cuando somos bebés y en el sexo intentamos reescribirlo, invertirlo o reconectarnos a él, o todo ello a la vez. El sexo implica un complejo juego de diferencias de poder, reconfigurando las de la infancia y la niñez. Y, por supuesto, tenemos relaciones sexuales con otras personas, por lo que entramos en contacto con sus propias historias, fantasías, preferencias, elecciones, que pueden tener un gran efecto sobre las propias. Por tanto, cada encuentro sexual es diferente, aunque a primera vista parezcan iguales.

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