Seis maneras de definir al ser humano
¿Quién eres? ¿Qué quieres? Svende Brinkmann, ganador del prestigioso premio Rosenkjaer Prize, intenta resolver a través de su novela ‘El viaje de Andrés’ (Nuevos Emprendimientos Editoriales) la eterna aventura de comprender la existencia humana.
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El esencialismo es un pensamiento sobre el ser humano que afirma que estamos definidos por un rasgo determinante. El esencialismo puede ser biológico, y según él, el elemento determinante es nuestro genoma o nuestro cerebro. Pero también existe un esencialismo religioso, que señala que la esencia humana es el alma inmortal. En todo caso, el esencialismo parte de que el hecho de ser humano entraña algún elemento concreto que se da en todo momento y en todo lugar, y que es determinante para la vida.
En cambio, el existencialismo es el punto de vista de que lo que nos es dado no es tan importante como las decisiones que tomamos y los valores que creamos. La formulación clásica del existencialismo de Sartre dice que la existencia precede a la esencia, es decir, que el ser humano se crea a sí mismo a través de sus actos. No hay ningún dios ni naturaleza humana que determine la vida, que en principio es absurda y sin sentido, pero a la cual las decisiones libres del individuo pueden conferir significado.
El esencialismo suele ver al humano como un ser al cual se pueden hacer entender las condiciones dadas que forman la vida. La vida es un don que no hemos creado nosotros mismos: es algo que recibimos y debemos cuidar. Para el existencialismo, en cambio, el ser humano es una especie de malentendido. Los existencialistas defienden que el ser humano puede crearse a sí mismo con libertad, pero por eso tanto la vida como el mundo están vacíos inicialmente. Por eso los existencialistas se refieren a la nada tan a menudo.
«La vida es un don, sí, pero no disponemos de instrucciones claras sobre cómo relacionarnos con la existencia»
Creo que ambas posiciones, que a menudo son caracterizadas como opuestas, presentan problemas si nos las tomamos al pie de la letra. Por un lado, no sólo nos define lo que nos es dado. Por otro, tampoco nos define únicamente nuestro libre albedrío. Pero ambas posturas tienen algo de cierto, y a lo largo del libro he intentado argumentar que, de hecho, sí existe algo que nos es dado y es determinante para el ser humano. Se trata de un rasgo básico humano derivado tanto de la biología como de la razón, los sentimientos, la sociabilidad y la transcendencia, ámbitos que, por supuesto, no siempre se pueden distinguir claramente unos de otros. En eso el esencialismo tiene razón, pero es importante destacar que me refiero a un esencialismo múltiple o plural, ya que no hay una única cosa que nos convierta en humanos, sino una serie de propiedades relacionadas entre ellas que nos son dadas y ante las cuales debemos posicionarnos. También he intentado argumentar (pero menos abiertamente) que nuestras decisiones, nuestra responsabilidad y aquello con lo que podemos relacionarnos, el modo en que nos relacionamos con nosotros mismos (pensemos en la definición del ‘yo’ que hace Kierkegaard), nos hacen humanos. En eso tiene razón el existencialismo.
La posición entre el esencialismo y el existencialismo parte de la idea de que el ser humano es un ser definido por cómo se relaciona con lo que le viene dado. Hay algo que nos viene dado (como dice el esencialismo), pero lo que no es justo el modo en que nos relacionamos con ello (como marca el existencialismo). La vida es un don, sí, pero no disponemos de instrucciones claras sobre cómo relacionarnos con este don en forma de existencia.
No sé cómo debería llamarse esta postura intermedia (la que defiende que la vida es tanto un don como una misión), pero podemos llamarla filosofía existencial, porque trata de elementos básicos (dados) de la vida humana que a veces se consideran existenciales (por ejemplo, así lo hace Heidegger). Según este pensamiento filosófico existencial, no sólo creamos nuestra vida nosotros mismos, sino que participamos en la decisión de cómo relacionarnos con aquello que ha sido creado y nos ha sido dado. Y parte de lo que nos es dado es, precisamente, que no podemos rehuir relacionarnos con nosotros mismos y las condiciones humanas. Y aquí también es donde radica la responsabilidad sobre la que tanto hincapié hicieron filósofos como Jonas y Løgstrup: somos responsables de aquello que podemos controlar, y es una responsabilidad que no podemos rehuir, ya que existe con anterioridad al momento de toma de decisiones.
«Deberíamos centrarnos menos en nosotros mismos y más en la humanidad»
Esta responsabilidad y otras condiciones para la vida constituyen una especie de horizonte existencial que debemos aprender a comprender y gestionar. Y eso es algo que no ocurre por sí solo, sino mediante la participación en las comunidades educativas y formativas que son familias, escuelas y otras instituciones sociales. La idea básica de este libro es que un aprendizaje humano general debe primar ante lo que hoy en día conocemos como desarrollo personal. En griego, este aprendizaje general se llamaba paideia, y englobaba capacidades y propiedades corporales, psíquicas y culturales que en tanto que humanos deberíamos apropiarnos. Así, lo general y lo común pasan por delante de lo individual y personal. Está bien «autorrealizarse» como individuo único, pero no que ello ocurra a costa de los valores y obligaciones generales de los que también se deriva la ética.
En el dintel de la puerta del templo de Apolo en Delfos, en la antigua Grecia, se podía leer «conócete a ti mismo», algo que hoy en día muchos interpretan como un llamamiento al autodescubrimiento individual, al desarrollo personal y a la autorrealización. Sin embargo, yo creo que originalmente significaba que uno tenía que conocerse a sí mismo como ser humano antes de entrar en el templo, es decir, verse como un ser mortal entre otros.
Y como Kierkegaard dijo, la ética también consiste en lo general. Se puede encontrar una ética en el reconocimiento de que la humanidad que trata este libro también engloba una igualdad, un reconocimiento de que todos los hombres son creados iguales, como dice la declaración de independencia de Estados Unidos. Esto, por supuesto, no significa que todos los seres humanos sean igual de listos, hábiles o ingeniosos; sino que tienen la misma dignidad y valor. La idea básica del humanismo que conocemos desde la Antigüedad y que se reforzó durante el Renacimiento y la Ilustración –y debemos conservar y reinterpretar en esta época llamada ‘poshumana’ en la que vivimos. Debemos continuar preguntándonos qué es ser humano. Si me permitís que termine con un consejo, diré que deberíamos centrarnos menos en nosotros mismos y más en la humanidad.
Este es un fragmento de ‘El viaje de Andrés: una novela de aprendizaje que recoge las seis maneras de definir al ser humano’ (Nuevos Emprendimientos Editoriales), por Svend Brinkmann.
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