Opinión

Todo lo que ‘es’, es extraordinario

Decía Hannah Arendt que la impredecibilidad del futuro se atemperaba con la promesa. La facultad de prometer, de comprometerse, de llegar a acuerdos, es lo que permite que el ser humano exista en el mundo de forma extraordinaria.

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13
julio
2021

Hace escasas semanas recibí la llamada de un amigo de mi época de instituto. Había volado a España en una visita urgente para estar con su madre, cuyo estado de salud presagiaba un final inminente. Días después, cuando ya mi amigo había volado de vuelta a Alemania, fallecía. Tuve oportunidad de verle y agradecerle que, a pesar de su visita relámpago, me llamara. Dimos un paseo por una de esas largas playas de Asturias, mientras el sol se escondía por el poniente, conversando sobre el misterio de la vida y de la muerte.

Aún recordaba la última vez que nos habíamos visto y que me habló, con la pasión de la que siempre hizo gala, de los átomos más calientes del universo, asunto en el que estaba trabajando junto al grupo de físicos que dirigía en el instituto Max Planc de Física Nuclear en Heidelberg. Le escuché atentamente mientras me hablaba de la inmensidad del universo observable, de su inicio, una densa masa que contenía toda la materia, toda la energía, el espacio y el tiempo que en un momento dado explosionó permitiendo que energía y materia se expandieran bajo unas determinadas leyes en el espacio y en el tiempo con una velocidad incomprensible.

«La capacidad de acción del ser humano llega al máximo con dos acciones excepcionales: el perdón y la promesa»

En el minuto cero del universo conocido, a partir de unas 2 billones de galaxias, entre millones de estrellas, apareció un pequeño planeta de una estrella también pequeña, amenazada por lluvias de asteroides, con múltiples formas de vida y el 95% de las sustancias químicas que las conforman compuestas de carbono, elemento base de la química orgánica –la «química de la vida»–. «Todo es extraordinario, Luis», concluyó mi amigo. «Todo resulta increíble, y obedece a un orden interno que el ser humano trata de comprender y explicar desde la ciencia».

Sin proponérnoslo –y a instancias mías– la conversación prosiguió en un terreno más filosófico. En una infinidad de especies vegetales y animales compartiendo un 95 % de sustancias químicas, surge una con capacidad de preguntarse sobre su propia existencia mortal. ¿Por qué nosotros?

No solo la ciencia. También desde el mito y desde la religión el ser humano ha tratado de contestar a la pregunta de quiénes somos, de dónde venimos y que hay, si es que hay algo, después de la muerte. Agujeros negros, universos múltiples. ¿Qué es el cielo de las religiones? ¿Otro universo, con otro espacio y otro tiempo? Si todo lo que vemos y lo que conocemos es extraordinario, ¿por qué no?

¿Por qué el ser humano, cada uno de nosotros, es algo más que carbono? ¿No es ese ‘algo más’ lo que nos hace, precisamente, ‘humanos’? Coincidiendo con esos días en que me encontré con mi amigo, estaba leyendo Humano, más humano el último libro del filósofo Josep Maria Esquirol que nos enfrenta a los avances de la ciencia y a los retos del transhumanismo, proponiéndonos no intentar llegar a ser el superhombre propuesto por Nietzsche (de hecho, el título guarda analogía con el de Nietzsche Humano, demasiado humano).

«Hacernos cargo de lo que decimos o hacemos, de cumplir, es la esencia de la civilización y la ética»

Pero la propuesta de Esquirol supone recorrer el camino inverso al planteado por el filósofo alemán. No aspirar a llegar más allá de lo humano porque se corre el riesgo de perder humanidad. Al contrario de Nietzsche, el filósofo catalán trata de hacernos comprender que el horizonte de la humanidad no se encuentra más allá de la misma, sino dentro, en nuestra propia debilidad. «En la debilidad, en la vulnerabilidad late el pulso de la verdad», escribe Esquirol en una interpretación libérrima de lo que escribiera ya San Pablo en la segunda Carta a los Corintios: «Cuando soy débil entonces soy fuerte».

Esquirol nos habla de lo extraordinario, de lo increíble. El universo, el mundo, la luz, los mares, la diversidad vegetal y animal, cada persona, es un hecho increíble. El autor apuntala su tesis trayendo a colación a Hannah Arendt que, en su libro más conocido, La condición humana, explica que la capacidad de acción del ser humano llega al máximo con dos acciones excepcionales: el perdón y la promesa. El perdón, porque es la manera más humana de enfrentarnos a la irreversibilidad de las acciones pasadas, y la promesa porque es la manera de hacer frente a la inseguridad respecto de nosotros mismos en el futuro.

Según Arendt, la inseguridad y la impredecibilidad del futuro –que tienen que ver con el hecho de que nadie puede ni confiar plenamente en sí mismo, ni pronosticar enteramente las consecuencias de sus actos– se atempera con la promesa. Promesa y confianza en ‘el otro’, que promete, son precisamente la base de la sociedad, del contrato social, de todo pacto humano. La promesa y la confianza que la misma genera está en el origen de toda relación que comienza y son la base del progreso de la humanidad.

También la religión tiene su centro en la promesa (la promesa de un cielo, de una tierra nueva) y en la confianza, del latín con-fidare. Y también la confianza es la base de la ética, pues sin confianza en el otro no hay espacio para la ética.

La facultad de prometer, es la facultad de comprometerse, de obligarse. Dice nuestro decimonónico Código Civil: «El contrato existe desde que una o varias personas consienten en obligarse, respecto de otra u otras, a dar alguna cosa o prestar algún servicio». La capacidad de hacernos cargo de lo que decimos o de lo que hacemos, de cumplir lo comprometido, es la esencia del contrato, de la civilización y de la ética. O, como escribe, Esquirol de nuestra «mismidad». No el avance científico sin compromiso, sin barreras, sino la capacidad de comprometernos y de hacernos responsables de nuestros actos, en nuestra debilidad.

Me despedí de mi amigo físico y me quedé pensando en lo extraordinario e increíble que resulta no ya que el ser humano sea, sino que sea tal cual ‘es’.

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