La invasión de los ladrones… ¿De cuerpos?
Hace 68 años que se estrenó la película ‘La invasión de los ladrones de cuerpos’. Convertida de hoy en película de culto de la ciencia ficción, las capas de significado que posee esta producción van más allá de su finalidad estética.
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Ars gratia artis. El arte por el arte. Para el arte. Este es el lema que el arte de corriente liberal adquirió a partir del siglo XVIII. El arte con finalidad en sí mismo y en el deleite sensorial y sentimental del espectador. Sin embargo, el rasgo que diferencia al arte de las estridencias del juego estético o del reflejo banal de la realidad es su capacidad para transmitir una mirada propia, una capa de significado más profundo y fácil de diferenciar que el juego de apariencias sensoriales que recibe quien observa, escucha o lee la obra.
En el séptimo arte existen numerosos ejemplos de películas donde nada es exactamente como parece serlo. Una de las producciones que se convirtieron en un clásico moderno desde muy temprano fue Invasion of the Body Snatchers (Don Siegel, 1956), distribuida como La invasión de los ladrones de cuerpos en España y La invasión de los usurpadores de cuerpos en países como Venezuela y México. La llegada de esta película, adaptación de la novela Los invasores de cuerpos, de escritor estadounidense Jack Finney, publicada por entregas en 1954, recibió una extensa acogida entre el público de aquella década. Y no solo fue una cuestión de entre los amantes de los filmes, sino que su elevación a película de culto ha derivado en tres renovadas versiones hasta la fecha: La invasión de los ultracuerpos (1978), Los secuestradores de cuerpos (1993) y, más recientemente, La invasión (2007). ¿Qué tiene de especial esta historia y esta saga de películas?
Anticomunismo y adaptación social
El clima de la película es apacible, costumbrista, tan anodino en un inicio que ningún elemento hace sospechar que los acontecimientos que vivirá el doctor Bennell están a punto de producirse. El médico, después de impartir unas conferencias, regresa al pueblito en el que está asentado. El retrato es el típico de la segunda mitad de la Norteamérica de los años cincuenta: vidas tranquilas y un esperanzador entusiasmo postbélico. Precisamente, es este sentimiento general de seguridad y confianza en la prosperidad del nuevo mundo que emana de la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial lo que se quiebra de repente.
Según avanza la película, la angustia empieza a inundar Santa Mira. Algunos pacientes del doctor Bennell acuden a consulta sin saber si sus sospechas son fundadas o están perdiendo la cabeza: familiares, amigos y conocidos parecen ser quienes son, pero no se comportan como eran. Carecen de sentimientos, actúan mecánicamente. Su humanidad parece haber desparecido por completo. Aunque el protagonista achaca las extrañas consultas a alguna clase de histeria colectiva, la llamada de un amigo, que ha encontrado el cadáver de una persona suplantada, iniciará la investigación que desembocará en el descubrimiento un acontecimiento terrible: unas esporas están asesinando a los habitantes del pueblo, mientras los suplantan con copias genéticas de sus cuerpos.
Más allá del relato de ciencia ficción –especie alienígena llega a nuestro planeta e intenta destruir a la humanidad, muy al estilo de los Borg de la franquicia Star Trek o los clones de la más reciente Oblivion (2013)–, La invasión de los ladrones de cuerpos posee numerosas capas de significado. Por un lado, la fecha de estreno de la película coincide con la época de las purgas anticomunistas en Estados Unidos, lideradas por el senador republicano Joseph McCarthy. La década larga que duró el macartismo sembró un precedente de ignominia, señalamiento político, histerismo social y condenas de dudoso respeto a los derechos humanos, además de una conjunción de censura y propaganda que afectó muy en concreto a la industria del cine hollywoodiense. Es el caso de esta película usada como propaganda anticomunista: las esporas –las ideas marxistas– son capaces de parasitar a los felices y pacíficos habitantes del rincón más remoto del occidente capitalista y matar el pensamiento crítico, al hombre libre, representado como el cadáver. El homo sovieticus estaría representado por el sustituto que nace de las vainas extraterrestres.
Esta película se utilizó como propaganda anticomunista durante la época de las purgas anticomunistas en EEUU
Pero hay significados mucho más sutiles con los que los creadores del filme nutrieron la trama. El condicionamiento psicológico, en marcado auge con las tesis del psicoanálisis, y el desarrollo de la publicidad y la propaganda bélica, con el legado de Joseph Goebbels como una referencia evidente, amenazan la capacidad analítica y reflexiva de cada ser humano. Como advirtió con acierto León Tolstói en El reino de Dios está en vosotros, los gobiernos y poderes económicos iban a destinar los siglos venideros a dictar los patrones que habrán de regir la vida de hombres y mujeres a partir de la continua creación de falsa moral, es decir, de dictados estéticos, sin genuino contenido ético. Este proceso, que se aceleró en Occidente después de la Segunda Guerra Mundial, fue imbuyendo nuevas y sutiles formas de inducir ideas, sentimientos y predisposiciones en la población a través de diversas técnicas comunicativas. Como sabemos, el individuo que aspira a la libertad de pensamiento debe destinar sus esfuerzos al análisis y la diferenciación de los hechos. El proceso de influencia mediante estos mecanismos, casi siempre sutiles, disuelve el carácter individual del ser humano como constructor de la sociedad hacia la conversión idéntica de seres humanos, asépticos, que siguen las tendencias sociales ajenos de sí mismos, con una inconsciencia casi absoluta.
El humano suplantado carece de sentimientos y de conciencia que no sea de colmena
Este proceso queda denunciado en La invasión de los ladrones de cuerpos: no es importante la carcasa o vehículo, que es clonado por las esporas, sino la esencia que contiene en su interior, el espíritu, la mente. Por ese motivo, el humano suplantado carece de sentimientos y de conciencia que no sea de colmena, es decir, dictada desde una mente exterior. Aunque cubierto de una capa de ciencia ficción y fantasía, el debate sobre el precio de una excesiva adaptación del individuo a la sociedad sigue planteando preguntas incómodas.
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