Cultura

Un lugar en el Sol, un dilema moral

‘Un lugar en el Sol’ es uno de los melodramas más aclamados de la historia del cine. Setenta años después, el dilema planteado por la película continúa agitando las conciencias del espectador. ¿Hasta qué límites puede llegar una persona para alcanzar sus sueños?

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16
febrero
2023
Fotograma de ‘Un lugar en el Sol’.

¿Qué seríamos capaces de hacer por amor o por alcanzar una situación socioeconómica deslumbrante? De hecho, ¿qué haríamos si ambos fuesen deseos emparejados que ni podemos ni queremos soterrar? 

Obviamente no hemos venido a esta vida para anclarnos al conformismo, pero en ocasiones confundimos nuestro afán de superación y nuestra búsqueda de la felicidad con agentes externos de los que terminamos dependiendo. Y la cobardía ante las dictatoriales reglas sociales es mala consejera.

Algo así le ocurría a George Eastman en Un lugar en el Sol, una de las obras más celebradas del séptimo arte. Y el hecho de que hablemos de una obra maestra del celuloide tiene mucho que ver con que a George Eastman le interpretaba un descomunal Montgomery Clift. Para echar más leña al fuego, una de sus partenaires era Elizabeth Taylor, que con su arrebatadora belleza y la sabiduría actoral que llevaba acumulando desde los nueve años anteriores, incendiaba la pantalla y los deseos del atribulado protagonista.

En ocasiones confundimos nuestro afán de superación y nuestra búsqueda de la felicidad con agentes externos de los que terminamos dependiendo

George Eastman, un joven carente de recursos económicos, logra un empleo por mediación de un pariente lejano –un acaudalado industrial– en una fábrica propiedad de este. En la fábrica, otra joven trabajadora, Alice Tripp, magníficamente interpretada por Shelley Winters, queda deslumbrada por Eastman y ambos inician un noviazgo. 

Un golpe del destino hace que Eastman sea invitado por su empleador a una velada social en que hace acto de presencia la bellísima Angela Vickers –interpretada por Elizabeth Taylor– con la aparente y exclusiva intención de enloquecerle de amor. Eastman entra entonces en el fastuoso mundo de la alta sociedad llevado de la mano por una mujer que le desordena los sentidos. Todo se pone patas arriba cuando comienza a soñar con una vida que hasta entonces no hubiese podido imaginar. A pesar de todo, Eastman continúa su noviazgo con Alice, que queda embarazada, sin dejar de plantearse qué puede hacer para finalizar esa relación y entregarse a los brazos de la mujer realmente amada. Cabe recordarlo: la fecha es 1950 y el país Estados Unidos, una sociedad estrictamente regida por las formas y las apariencias. El drama está servido: la ambición de Eastman por alcanzar su lugar en el Sol le llevará a sortear todos los obstáculos de la manera más fatídica.

Un lugar en el Sol llegó a las pantallas de cine de la mano de su director George Stevens, en 1951. La base para tan magistral melodrama la estableció el escritor Theodore Dreiser cuando, en 1925, publicó la novela An American Tragedy, basada en un escabroso suceso real que sacudió a la sociedad norteamericana de aquellos años. Reconocida a día de hoy como una de las cumbres del cine, la cinta agitó no pocas conciencias y creó una suculenta polémica con su descarnada exposición de hasta a qué límites podían conducir las ansias por alcanzar el famoso «sueño americano».

Taylor y Clift, además de una gran amistad, cosecharon durante el rodaje un vendaval de belleza, pasión y deseo que aún estremece a quienes deciden asomarse a esta maravillosa película. Un relato duro, trágico y en ocasiones doloroso que, no obstante, desprende elegancia y belleza a lo largo de todo su metraje. Y el magnetismo de ambos protagonistas, junto al buen hacer del director, lograron que quedase sepultada en el olvido la primera versión que de la novela de Dreiser dirigió Josef von Sternberg en 1931.

El epicentro de ambas obras, así como de la citada novela, se encuentra dominado por la pulsión autodestructiva que anima a más de una persona llevada por su sueño a alcanzar un lugar en el Sol a la vez que es incapaz de afrontar los propios sentimientos (subvirtiendo de paso, eso sí, el orden social circundante). El deslumbramiento de la belleza, el de lo inalcanzable, como motor de un desenlace fatal. 

No procede, en este caso, ejercitar el ya monótono ejercicio del spoiler: Un lugar en el Sol merece un lugar en la memoria de todo aquel que aún goza del cine cuando es casi una obra pictórica en movimiento, a la par que bisturí de los más oscuros deseos del ser humano. Más vale invitar a sumergirse en las mareas turbulentas de uno de los más vigorosos y hermosos dramas que nos ha regalado la gran pantalla. Volvamos a cuestionárnoslo: ¿qué seríamos capaces de hacer por amor o por el brillo de las monedas?

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