Reflexiones sobre el desastre de Valencia
Las lluvias torrenciales y las inundaciones que han tenido lugar en Valencia han originado una de las peores catástrofes en nuestro país desde los años 60. Algunos de los miembros del Consejo Editorial de ‘Ethic’ reflexionan sobre este desastre natural que ha dado lugar a una importante crisis institucional debido a la gestión de los acontecimientos.
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Las lluvias torrenciales y las inundaciones que han tenido lugar en Valencia han originado una de las peores catástrofes en nuestro país desde los años 60. Los consejeros editoriales de Ethic Victoria Camps, Eduardo Madina, José Antonio Marina, Fernando Savater, Elena Pisonero, Alberto Andreu y Elena Herrero-Beaumont reflexionan sobre los efectos de un desastre natural que ha derivado en una grave crisis institucional debido a la gestión de los acontecimientos.
Victoria Camps, filósofa y consejera permanente del Consejo de Estado
«El cuidado, la ayuda, el acompañamiento no deben acabar los días en los que esto deje de ser noticia en los medios de comunicación»
Esta indignación se ha visto bastante compensada cuando la gente ha visto que no solo la sociedad civil se volcaba en ayudarles, sino que toda la maquinaria del Estado empezaba a coordinarse y actuar conjuntamente para poner los efectivos y medidas necesarias para paliar los efectos de esta situación. Esto durará muchísimo: recomponerlo es una cuestión de años y no hay que bajar la guardia. El cuidado, la ayuda, el acompañamiento no deben acabar los días en los que esto deje de ser noticia en los medios de comunicación. Debe continuar. Por un lado, llevando a cabo todo lo que se está prometiendo y haciendo que se cumpla de una forma efectiva. Una de las quejas en estas grandes catástrofes, cuando al cabo de un año se pregunta a los afectados, es que no se hizo lo que se prometió y la sensación de abandono e insatisfacción persiste. Por otro lado, cada vez que hay una catástrofe –tenemos el ejemplo reciente de la pandemia– decimos que tenemos que aprender de ello, porque es un imprevisto. Pero no es tan imprevisto y menos en este caso: siempre ha habido gota fría en Valencia; no con estas dimensiones, pero las posibilidades de lluvias torrenciales e inundaciones han existido siempre.
Prevenirlo es absolutamente necesario. Primero, para ver qué se ha hecho que no se debería hacer y no seguir haciéndolo, como construir zonas inundables. Cuando pasa el peligro la gente se olvida y se sigue construyendo en zonas de riesgo. Segundo, ver qué se podía haber hecho que no se hizo. En Miami, zona de huracanes, todo el mundo sabe cómo tiene que actuar; aquí en Valencia parece que nadie sabía qué tenía que hacer. Concienciación y educación; eso también es cuidado y prevención.
Eduardo Madina, director de Estrategia de Harmon
«La gestión política ha quedado marcada por la descoordinación entre los distintos niveles del Estado»
Es difícil entender cómo no se ha declarado el estado de alarma desde el primer día. Es evidente que nos encontramos ante la mayor tragedia derivada de un fenómeno natural vivida en España en muchas décadas. Una vez más, la gestión política ha quedado marcada por la descoordinación entre los distintos niveles del Estado. La declaración del estado de alarma no es incompatible con la coordinación. De hecho, tanto lo uno como lo otro deberían convivir bien juntos.
El gobierno central y el autonómico, junto a los ayuntamientos de las localidades afectadas, deberían coordinarse bien ante una tragedia de estas dimensiones. Sin embargo, tan solo han transcurrido unos días y la conversación política es una conversación sobre competencias; es decir, sobre culpabilidades dentro de un juego de reproches mutuos.
La política no ha estado a la altura. Es difícilmente discutible que esto, por desgracia, sea así. Es de esperar que de aquí en adelante, después de este inmenso drama que se está viviendo en la Comunidad Valenciana y en Castilla-La Mancha, España sepa sacar conclusiones y mejore la eficiencia de las emergencias nacionales que puedan darse en el futuro.
José Antonio Marina, filósofo y pedagogo
«Gobernar un Estado compuesto, como el nuestro, impone un estilo nuevo de gobernanza»
El espectáculo de la solidaridad es conmovedor. Sin embargo, como señaló Rousseau, el gran progreso se da cuando la compasión es sustituida por un deber. La ayuda pierde entonces naturalidad, pero obtiene firmeza y reciedumbre moral. Una vez que el sentimiento ante la tragedia desaparezca, es el deber lo que hará perseverar.
¿Qué vamos a aprender de esta catástrofe? Nada. No se aprende de la experiencia a no ser que se quiera aprender de ella. Eso sucedió después de la inundación de Turia de 1957. Como consecuencia se desvió el curso del río, lo que salvó muchas vidas. Me gustaría descubrir lo que deberíamos aprender de la catástrofe actual. Lo primero, a no olvidar. Pero, además, en esta ocasión me gustaría que aprendiéramos el papel del Estado. Gobernar un Estado compuesto, como el nuestro –con nivel central, autonómico y local, más el papel de las diputaciones– impone un estilo nuevo de gobernar, que técnicamente se llama «gobernanza». Creo que estamos de acuerdo en que la fragmentación de las administraciones, la colaboración entre ellas y, por lo tanto, la cogobernanza (y su consecuencia, la cosoberanía) es una buena solución, pero imposible de llevar a cabo si los políticos no aprenden a gobernar así. La mala gestión de la DANA actual muestra que no saben hacerlo. Por eso, mi petición es: si piensan que la cogobernanza es la mejor solución, aprendan a cogobernar. Lo pésimo es la corrupción de lo bueno. Como estamos viendo en gran parte del mundo, la ineficiencia de la democracia provoca la nostalgia del autoritarismo, el rechazo de la cogobernanza y la sumisión a un líder fuerte.
Fernando Savater, filósofo y escritor
«Tenemos un país parcelado y cuando ocurre una tragedia como esta te das cuenta de que los países tienen que estar unidos»
Comprendo la indignación social. Se trata de gente que lo ha perdido todo y que, además, [tiene que ver cómo] el Gobierno les dice que si necesitan algo lo pidan, como si no se viera claramente lo que necesitan. Entiendo que eso despierte indignación y se vuelque contra las autoridades. Hay una norma de obligado cumplimiento para el Gobierno: ante catástrofes de tales o cuales características hay que declarar inmediatamente el estado de alarma. Sánchez tenía la obligación de haber declarado el estado de alarma inmediatamente y por no molestar a las autonomías [no lo hizo].
El problema es que tenemos un país parcelado y cuando ocurre una tragedia como esta te das cuenta de que los países tienen que estar unidos. La parcialización se combate quitándole a las autonomías todo poder que les compare con el Estado, que es la obsesión que tienen algunas. Cuando hay una necesidad es el Estado el que pone las normas para todo el país, [porque] el Estado es la vértebra fundamental del país. La única figura que sale reforzada –a un precio muy alto– es la del rey, precisamente porque ejemplifica esa unidad.
No se puede prever algo de esta magnitud, pero se pueden tomar medidas –que están planeadas desde hace años, pero por desidia se van dejando– para disminuir las posibilidades de la catástrofe. Y se pueden disminuir los efectos, porque [esto] es una cosa recurrente: siempre ha habido riadas en la zona mediterránea.
Elena Pisonero, economista y presidenta de Taldig
«Hay que definir escenarios, identificar futuros y aspirar a ellos»
Tendemos a no valorar lo que no vemos. Esta desgracia que estamos viviendo nos permite visualizar lo que la mayoría no quería ver: la consecuencia de no actuar conociendo el impacto de nuestras acciones humanas. Si seguimos manteniendo el mismo modelo de organización del territorio y de impactos de las actividades económicas, las consecuencias son exponencialmente crecientes. [Estos sucesos] ya no pasan cada cincuenta años, ahora pasan cada cinco o cada tres y con un impacto devastador que ha superado todas las previsiones. Nunca hasta ahora se han podido informar mejor [gracias a] la tecnología y a tener la posibilidad de generar escenarios para visualizar lo que puede ocurrir. No se trata tanto de proyectar comportamientos del pasado, que ya sabemos que nos llevan a la catástrofe, como de anticipar posibles escenarios en función de los datos que tenemos y empezar a simular opciones. La inacción no es una opción, [porque] el coste es la supervivencia.
Estamos en un punto de no retorno y por eso tenemos la crisis que se ha producido en Paiporta con la visita de las autoridades: la rabia, la impotencia, la desesperación de encontrarte ante la máxima tragedia y la ineficacia de la respuesta oficial. Tenemos que tomar conciencia de que esto requiere un cambio radical en la formulación de políticas. Ahora, no nos equivoquemos, cargarnos las instituciones que tenemos no garantiza más que el caos. Hay que definir escenarios, identificar futuros y aspirar a ellos. Necesitamos cambiar los presupuestos públicos y centrar los interese donde están, no donde interesa. Y para eso son necesarios pactos de Estado.
Alberto Andreu, economista y profesor asociado de la Universidad de Navarra
«No hay obligación legal de las empresas para ayudar, pero sí suele haber una responsabilidad moral»
Las empresas, como las personas, forman parte de la comunidad. Y cuando un desastre como esta DANA sacude tan fuerte a la comunidad en la que actúa, es muy normal que reaccionen; muchos directivos y empleados también están afectados por ese mismo desastre. Cada uno reacciona con lo que tiene: desplegando sus mejores técnicos para reparar los daños (casi todas las compañías de infraestructuras están trabajando a tres turnos para que todo vuelva a funcionar lo antes posible), poniendo a disposición de los afectados su cadena de valor (logística, sistemas), donando dinero. La mayoría de las veces sale a relucir el «espíritu de hacer algo», muy propio del mundo empresarial. No hay obligación legal, pero sí suele haber una responsabilidad moral. Las más de las veces, por la necesidad de ayudar cuando se necesita; las menos, por no quedar mal, por el «qué dirán de nosotros si no hacemos nada».
Lo mismo que hacemos las personas: donamos, ponemos nuestras capacidades a trabajar o vamos a ayudar, como lo han hecho miles de personas de Valencia y de toda España.
Siempre he defendido que la responsabilidad social de una empresa no es tanto el dinero que se dona, sino la forma en la que genera sus ingresos y realiza su actividad. Pero lo que me parece claro es que, en estos casos, toda ayuda es bienvenida. Rechazarla o cuestionarla es poco práctico, además de un síntoma de una superioridad moral mal entendida que muy pocos, o casi nadie, se puede permitir.
Elena Herrero-Beaumont, directora de Ethosfera
«La debilidad de los medios de comunicación tradicionales nos lleva a un vacío ocupado por las redes sociales»
Con esta catástrofe de la DANA, muchas personas consideran que las imágenes y vídeos de familiares, amigos y conocidos que circulan por las redes sociales son más impactantes y enseñan más de lo que hacen los principales medios de comunicación. Esto evidencia la gran paradoja que vivimos en estos tiempos. Por un lado, tenemos unos medios de información más debilitados que nunca. Uno de los motivos es que solo entre un 5% y un 10% de los ciudadanos lee la prensa y que ese porcentaje va a ir a menos. ¿No leemos la prensa porque no nos la creemos o porque hay alternativas más impactantes que capturan irremediablemente nuestra atención? Por otro lado, hay más audiencia que nunca, pero no es suficiente para sostener el modelo, porque en España cuesta mucho pagar por contenido. La falta de sostenibilidad del modelo de negocio es crítica, ya que solo podremos tener empresas independientes si son económicamente sostenibles.
Esta debilidad de los medios de comunicación tradicionales nos lleva a un vacío ocupado por las redes sociales. Para muchos, estas representan mejor la realidad, porque se ven imágenes más impactantes. Pero ¿qué hacemos, como ciudadanos de una democracia constitucional, con esas imágenes? ¿De qué nos sirve ver cantidades ingentes de información vomitada sin filtro? ¿Quién nos contextualiza lo que está pasando? ¿Cuál es el resultado final de todo esto? La desinformación es el cáncer de nuestra sociedad y no existe un único tratamiento. Estamos descohesionando la sociedad y el fortalecimiento del periodismo de prestigio es clave para la cohesión social de las democracias.
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