El científico que investigó la reencarnación
El médico y director del departamento de Psiquiatría de la Universidad de Virginia Ian Stevenson dedicó décadas de trabajo a desvelar qué hay de real y qué de ficticio en los recuerdos que algunas personas tienen de sus supuestas vidas pasadas.
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Hace unas décadas, el periodista Tom Shroder, exeditor jefe del Washington Post, se cruzó con un psiquiatra. Era un médico reputado y valorado en la comunidad médica, Brian Weiss, que había escrito un inesperado libro. Weiss había estado tratando durante algún tiempo a una mujer sin éxito, hasta que en una sesión de hipnosis su paciente logró recordar lo que aparentemente era una de sus vidas pasadas y hacerlo le permitió desbloquear sus traumas. ¿Se confirmaba entonces desde la psiquiatría que la reencarnación era una realidad?
Shroder aplicó las normas básicas del periodismo a la historia y no acabó realmente convencido, pero aquel libro le sirvió para entrar en un bucle de lecturas y llegar hasta Ian Stevenson. Stevenson llevaba mucho tiempo investigando la reencarnación con un método científico, publicando estudios y recolectando datos y muestras sobre el tema. Era médico, director del departamento de Psiquiatría de la Universidad de Virginia y no daba nada por sentado. «Stevenson no decía haber investigado solo unos cuantos casos, sino más de 2.000 y en todo el mundo», escribe el periodista.
El olfato periodístico de Shroder se activó y empezó a hablar con Stevenson y hacer seguimiento de sus investigaciones. Incluso, le pidió que le dejase acompañarlo en su trabajo de campo, para ver de primera mano qué hacía y cómo. El científico aceptó y, a finales de los años 90, Shroder siguió sus pasos en el Líbano y la India, entrevistando a personas que recordaban sus vidas pasadas (o eso decían).
El exeditor del Washington Post acompañó al científico en el Líbano y la India, entrevistando a personas que decían recordar sus vidas pasadas
El fruto de esa observación es Almas ancestrales, un ensayo periodístico que Errata Naturae acaba de publicar en España, una exploración sobre lo que no sabemos sobre la muerte y lo que Stevenson intentaba hacer. Aunque el periodista ganador del Premio Pulitzer no consigue confirmar si la reencarnación es o no realidad (al fin y al cabo, él hace periodismo: expone los hechos, tanto los puntos fuertes como los débiles de lo que está viendo), muestra que sí que se puede hacer ciencia sobre temas que a priori parecen demasiado etéreos. Al llegar a la página final, lo que queda claro es que Stevenson no es un charlatán decidido a convencer a los incautos de cualquier cosa, sino un científico que aplica el método científico a un tema peliagudo.
La historia de Stevenson
El investigador nació en Montreal en 1918 y realizó sus estudios en Medicina. Su madre formaba parte de los seguidores de la teosofía, un movimiento que unía un poco de ciencia y mucho de misticismo durante la Belle Époque. Aquella había sido una época fascinada con las historias de fantasmas, espíritus y las fronteras de lo posible y lo imposible, pero también con cómo las nuevas herramientas (como la fotografía) podrían demostrar o no todo aquello. Esto hizo que la casa de Stevenson estuviese repleta de libros sobre toda clase de materias. En esa misma línea, él fue uno de tantos que experimentaron a mediados de siglo con los alucinógenos.
Todo esto quizá le hizo ser más abierto a tocar temas que, aparentemente, no encajaban en el universo científico de la segunda mitad del siglo XX. En los años 60 y 70, cuando era ya el máximo responsable de Psiquiatría en una universidad de prestigio, empezó a investigar la reencarnación usando el método científico, haciendo seguimiento de casos y comparando resultados (e investigando si los recuerdos de esas personas tenían base en la realidad). «Esa era precisamente la diferencia entre los casos de Stevenson y los de Weiss. Los primeros eran comprobables, los segundos no», escribe Shroder.
El periodista acompañó al investigador a hacer trabajo de campo a lugares en los que existen grupos que, por sus creencias religiosas, creen en la reencarnación. Es ahí donde aparecen las personas con recuerdos más vívidos sobre sus supuestas experiencias pasadas. Shroder se pregunta si esto es por una «manifestación del deseo de la comunidad» o si, por el contrario, en otros lugares ocurre menos porque al no creer en la reencarnación no se identifica como tal (Stevenson también investigó casos en lugares como Estados Unidos, fuera de comunidades religiosas que creen en la reencarnación).
Lo interesante, suma el periodista, es que las historias investigadas no son grandiosas, no reportan nada a la persona que las recuerda. A diferencia de las historias de la gente que dice haber sido Napoleón o alguna princesa antigua, entre el 50 y el 60% de las reminiscencias de vidas anteriores de la muestra de Stevenson se conectaban con muertes violentas y con experiencias traumáticas.
Stevenson investigaba esto no solo por adentrarse en un misterio científico, sino también porque se planteaba si, de ser esto cierto, tenía un efecto sobre la vida de las personas. Esto es, si las rarezas, los traumas o los problemas de la existencia y hasta de salud se conectaban con ecos de las vidas pasadas.
Por supuesto, la investigación sobre la reencarnación también abre otras preguntas, como la de qué es el alma y si existe algo como tal. «A principios del siglo XX se llevaron a cabo algunos experimentos al respecto, pero nunca se detectó nada», le explica Stevenson al reportero. Entonces, la ciencia intentó medir los cambios de peso en la muerte de un hombre para detectar si lo dejaba el peso del alma.
Stevenson murió en 2007, cuando tenía 88 años y llevaba décadas investigando sobre qué ocurría tras la muerte. Como recuerda el obituario que le dedicó The New York Times, cuando le preguntaban si realmente él creía en esto, él respondía que era «públicamente circunspecto», aunque dejó un experimento en marcha que solo podría solventarse si, en efecto, se reencarnaba en otra persona.
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