Seis pensadores sobre el espacio público
Desde la antigüedad hasta nuestros días, la cuestión entre la dimensión individual y colectiva y el espacio que ocupa lo público respecto a los límites de la vida privada siguen constituyendo un aspecto clave para el progreso de la sociedad.
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Desde la antigüedad hasta nuestros días, la cuestión entre la dimensión individual y colectiva y el espacio que ocupa lo público respecto a los límites de la vida privada siguen constituyendo un aspecto clave para el progreso de la sociedad.
A continuación, una selección de pensadores que han contribuido desde las particularidades de su época a la consolidación del concepto de espacio público.
Sócrates
En plena efervescencia de la democracia griega, Sócrates defendió un espacio público de absoluta libertad en la palabra. Su mayéutica se expresó en las calles y plazas de Atenas. Su pensamiento, recogido fundamentalmente en los diálogos de su discípulo Platón, sigue el modelo cívico griego y defiende a un individuo dialogante, preocupado por los asuntos de la polis y de la comunidad, participativo en el hacer político y capaz de comunicarse sin temor en el espacio público, tanto físico como institucional, a través de su oratoria y de su reflexión.
Hildegarda de Bingen
Para la mística alemana Hildegarda de Bingen (s. XI y XII), el espacio público debía ser un canal para conectar la iluminación divina en un mundo gobernado por las necesidades materiales. El ámbito público se encontraba partido en dos: por un lado, las calles, las plazas y los mercados, lugar de encuentro con el vulgo, que requería del relato y de una oratoria sencilla; por el otro, los salones y las audiencias en los palacios de reyes y nobles, que exigían mesura y persuasión con palabras escogidas y dirigidas a unos oídos muy concretos. Ambas esferas eran esenciales para Hildegarda, pues el contacto con el pueblo llano permitía la comunión de la influencia divina, la escucha de las dificultades, agravios y sufrimientos de las clases desfavorecidas. Y gracias al contacto directo con la calle y los salones nobiliarios podía reducirse la brecha, ejercer influencia política y procurar acercar el reino de Dios, de igualdad y apoyo mutuo, entre todos los seres humanos, sea cual sea su clase social.
Lallesvari
En la India del siglo XIV, el espacio público se dividía en tres dimensiones: la palaciega, la popular –calles y plazas– y a través de la relación maestro-discípulo en el ascetismo. La influencia de la filósofa cachemira se produjo precisamente en este tercer ámbito. Se entregó a la meditación y a la búsqueda de iluminación desafiando el rol sumiso destinado a las mujeres. Con el tiempo, Lallesvari se convirtió en un referente para sus iguales, siendo respetada por musulmanes, hindúes, yoguis y budistas. Una muestra de su reivindicación de igualdad para hombres y mujeres en el espacio público, en cualquiera de sus tres dimensiones, quedó reflejada en uno de sus poemas, que parece recitado para sí misma, a modo de consejo contra sus numerosos detractores: «Lo más sabio es hacerse el tonto, con ojos de lince, hacerse el ciego/ ser de oídos agudos, ser a la vez sordo/ pulido, quedarte extinto entre los extinguidos./ Sobrevive».
Elizabeth Cady Stanton
Esta pensadora feminista, además de pionera del abolicionismo, defendió la igualdad de todos los ciudadanos en el espacio público por encima de leyes y de prejuicios. En especial, protegió el derecho de las mujeres a la libre movilidad por el territorio sin necesitar permiso marital, además de una igual participación en los asuntos públicos de la sociedad de la segunda mitad del siglo XIX. Los discursos y contribuciones al movimiento sufragista del que la filósofa norteamericana formó parte resultaron decisivos para la aprobación del derecho femenino al voto en Estados Unidos en 1919.
Hannah Arendt
En obras tan memorables como La condición humana, la pensadora alemana reconstruyó la dicotomía oikos (casa) y polis (ciudad). Mientras que en la casa el individuo sacia sus necesidades y establece su vida alrededor de la familia, el espacio público permite la expresión elevada del ser humano en tanto «animal político», haciendo referencia a Aristóteles. Hay múltiples conceptos opuestos en el pensamiento de Arendt, pero todos están relacionados con una misma cuestión: la esfera de lo individual debe restringirse frente a la pública, ya que tan solo cuando la persona se reconoce como sujeto político, como ciudadana, se ve obligada a abandonar su egoísmo individual y a centrarse en aquellos rasgos que favorecen a todos los miembros de la sociedad. Cuando el espacio público se cuida desde la igualdad y el civismo es cuando es posible la paz social y la genuina libertad.
Jürgen Habermas
El filósofo y sociólogo alemán comenzó su exploración del espacio público con su ensayo Historia y crítica de la opinión pública. En su particular reconstrucción de la doctrina marxista, Habermas sostiene que la noción del «espacio público» conforme la comprendemos hoy en día en Occidente emana de la Ilustración. Además, esta noción ha sido modelada por la sociedad burguesa e industrial. Tanto en este ensayo como en su obra posterior a través de su «teoría de la acción comunicativa», rechaza la noción ateniense de la polis ya que el «espacio público» debe emanar libremente de la espontaneidad de las interacciones sociales sin que medie la acción gubernamental. Lo genuinamente público para Habermas sucede con «naturalidad», fluyendo en la propia actividad cívica. Las imposiciones en el discurso desde los poderes públicos, también desde sus «intelectuales», amenaza con pervertir el espacio público. Por tanto, no hay intelectuales ni voces privilegiadas en el espacio público natural. Tampoco son deseables para construir verdadera libertad e identidad en igualdad dentro de la sociedad.
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