Pensamiento

El origen del humanismo

El humanismo tiene su origen en el siglo XIV, periodo de cambios decisivos en la Europa medieval. Sin embargo, este movimiento cultural, filosófico y científico hunde sus raíces en la Antigüedad y en la necesidad humana de alcanzar el conocimiento.

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16
mayo
2024

El humanismo, como movimiento filosófico y cultural, tuvo un origen bien definido: la recuperación de la cultura clásica en los monasterios y en la Escuela Palatina de Aquisgrán durante el llamado «humanismo carolingio», Petrarca, las escuelas italianas, los traductores de Toledo y Calatayud y la llegada de diplomáticos y eruditos venidos de Constantinopla. Pero sin la aportación de las obras traídas de Oriente, la riqueza literaria y la variedad de ideas que transmitieron a sus alumnos, el humanismo en Occidente nunca habría desembocado en el poderoso legado que sigue definiendo a Europa hasta nuestros días.

Aquellos náufragos de la historia llegaron a tierras italianas como diplomáticos en busca de acuerdos políticos que cambiasen el funesto destino que les esperaba a los últimos vestigios de Roma. En esa labor de rescate cultural, eruditos como Manuel Crisoloras recorrieron ciudades como Florencia, Milán, Venecia y Pavía donde fundaron sus escuelas bajo el mecenazgo de grandes clanes familiares, como los célebre Medici, y contribuyeron a la financiación para traer copias de las obras que conservaban los bizantinos.

No obstante, el humanismo, como actitud vital y filosófica, emana de la propia necesidad de alcanzar el conocimiento. En todas las grandes civilizaciones se encuentra una perspectiva humanista. Confucio, y desde otra perspectiva, Mozi, hicieron descender la mirada de los antiguos chinos desde el cielo hasta sus iguales. En las Analectas, el sabio oriental responde a su discípulo Zilu una frase reveladora sobre su doctrina: «Si no eres capaz de servir a los hombres, ¿cómo podrías servir a los espíritus?».

Las cuestiones humanas, la defensa de la razón, el estudio de una ética y de una moral cada vez más desprendidas de los preceptos religiosos fue cobrando trascendencia. En India, tanto las doctrinas filosóficas védicas, yoguis y budistas poseen un marcado componente psicológico: la razón y la contemplación se erigen como herramientas clave para alcanzar la liberación y la iluminación del ser del samsāra. Y regresando al Mediterráneo, epopeyas como el mesopotámico Poema de Gilgamesh o la Ilíada comienzan a situar al ser humano en el centro de su perspectiva epistémica. La filosofía griega, de hecho, nace con una confianza innegablemente humanista: el cosmos posee leyes que lo rigen al margen del caprichoso arbitrio de los dioses, y la razón humana se basta para discernir estos principios. Con Tales de Mileto se inauguró el análisis discursivo de la realidad, donde el diálogo, primero entre maestro y discípulo, después en forma de conversación, como en el caso de Sócrates, situaron los asuntos humanos en el centro tanto de las cuestiones sociales como las de naturales.

Sin la aportación de las obras traídas de Oriente, el humanismo en Occidente nunca habría desembocado en el legado que sigue definiendo a Europa hasta nuestros días

Precisamente, con Sócrates la filosofía desplaza el foco de su interés al estudio de la naturaleza humana: la palabra y el lenguaje, la mente, el intelecto, la esencia. Desde Platón y Aristóteles, unas sociedades altamente ciudadanas, donde la política y las relaciones de poder en la urbe vertebraban la vida de griegos y romanos, el estudio del conocimiento se dividió en dos líneas unidas por una misma fe en el valor del individuo a la hora de reconocer verdades universales: por un lado, el estudio de los asuntos humanos (Cicerón, Séneca, Lucrecio, Epicteto, Marco Aurelio y un largo etcétera); por el otro, el estudio de la filosofía natural, la cual incentivó la medicina (Dioscórides, Galeno, etc.), la física y la alquimia, precursora de la futura ciencia química. También, en el seno del catolicismo, mediante la patrística y el neoplatonismo, así como en el pensamiento de autores como Agustín de Hipona y Tomás de Aquino. Como declaró el romano Publio Terencio Afro en la comedia Heautontimorumenos («quien a sí mismo se atormenta»), «soy un hombre, nada humano me es ajeno». Estas palabras fueron escritas en el siglo II a.C.

Los primeros humanistas

Regresando a la Edad Media, la labor de los eruditos bizantinos, junto con el compromiso de los mecenas italianos, cultivó una semilla mayor que la que muy probablemente tenían en mente. Si aquellos hombres deseaban rescatar el legado grecorromano, el acceso al fastuoso legado antiguo y a las posteriores ideas que se habían ido gestando en los territorios orientales romanos germinaron en el futuro Renacimiento. En las escuelas de aquellos inmigrantes se educaron figuras de clave de la filosofía, de la política y de la ciencia del siglo XIV como Coluccio Salutati, Leonardo Bruni, Ambrosius Traversarius, Guarino Veronese y Palla Strozzi, entre tantos otros, quienes, a su vez, desarrollaron ideas y principios humanistas que fueron transformando la sociedad de su época y generando una serie de corrientes culturales, artísticas y filosóficas donde el ser humano se había convertido en su propia medida de todas las cosas.

En la península ibérica, el acceso a las traducciones árabes y al contacto entre el trabajo de los reinos ibéricos y de tierras italianas trajo consigo una escolástica más rica y discursiva que la que se practicaba en otros rincones de Europa desembocando en el futuro Renacimiento español a través de la Escuela de Salamanca.

En una corriente más laica, Dante y su Comedia y Boccaccio antes y después Petrarca, considerado este último el padre del humanismo, armonizaron en su extensa obra el legado grecolatino con las ideas cristianas durante los siglos XIII y XIV. El petrarquismo fue de una trascendencia semejante que influyó en sus contemporáneos y en los eruditos de los siguientes siglos, en la eclosión del Renacimiento y, más adelante, de la Ilustración.

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