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Pensamiento

Laura Martínez e Irene Ortiz

Sobre la felicidad

Para analizar la felicidad en siglo XXI es útil retroceder un par de siglos, al mundo clásico, para comprender cómo los filósofos de la época entendieron este concepto.

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19
junio
2025

La preocupación por alcanzar la felicidad parece una de esas cuestiones que nos acompañan desde siempre. Podríamos llegar a afirmar que se trata de algo instintivo en el ser humano. Pero de un tiempo a esta parte, da la sensación de que se nos ha impuesto la obligación de encontrarla a toda costa y a cualquier precio.

Según el filósofo Josep María Esquirol en la obra La penúltima bondad, en la sociedad actual «parece que haya que buscar la felicidad como quien busca setas. Como si la felicidad fuera algo que se pudiera encontrar de golpe, o como si fuera un estadio en el que, una vez alcanzado, uno pudiera instalarse ahí para siempre».

Por otro lado, la socióloga Eva Illouz y el psicólogo Edgar Cabanas, autores de Happycracia, opinan que la misma definición de felicidad se ha transformado. Ya no creemos «que sea algo relacionado con el destino, con la suerte, con las circunstancias o con la ausencia de dolor; tampoco la entendemos como la valoración general, en retrospectiva, de toda una vida, ni como un vano consuelo para los necios y pobres de espíritu».

Ante las múltiples definiciones que nos podemos encontrar de este concepto, surgen las siguientes preguntas: ¿qué nombramos cuando decimos «felicidad»? ¿Existe una única felicidad a la que todos tendríamos que optar o hay muchas formas de ser felices? ¿Es la felicidad una cuestión enteramente subjetiva o, por el contrario, existen unos requisitos que permiten que los seres humanos seamos felices?

¿Qué nombramos cuando decimos «felicidad»?

El protagonista de Memorias del subsuelo, de Fiódor Dostoyevski, se pregunta qué sería mejor: «¿Una felicidad barata o unos sufrimientos elevados?». Esta cuestión se inscribe en una larga tradición. La felicidad barata es aquella de la que disfrutan las personas corrientes que no dedican mucho tiempo a pensar el mundo; los sufrimientos elevados, por el contrario, solo los tienen aquellos que dedican su vida a la reflexión y, según Dostoyevski, representan un número mucho menor que los primeros.

Muchos han sido los pensadores que han reflexionado sobre el concepto de la felicidad, sobre esta dicotomía entre una felicidad falsa/auténtica o sobre aquello que la rodea. ¿Estamos genéticamente programados para (no) ser felices? ¿Cómo logramos alcanzar la felicidad? ¿En qué errores caemos a la hora de afrontar su búsqueda?

Con esta obra buscamos traer el concepto al presente y analizar la felicidad en siglo XXI. Pero, para ello, antes tendremos que retroceder un par de siglos, al mundo clásico, al origen, para comprender cómo los filósofos de la época entendieron este concepto. Veámoslo.

Origen de la felicidad: el concepto en la filosofía clásica

La felicidad, nos enseña Sócrates, se alcanza a través de la virtud. En los recuerdos de Sócrates que Jenofonte narra en sus Memorabilia, el filósofo dialoga con Aristipo, uno de sus discípulos. Según Jenofonte, Sócrates distinguía entre una felicidad aparente, a la que se accedía «por un camino fácil y corto», y una basada en el ejercicio de la virtud. Sócrates cuenta a Aristipo la historia sobre la educación de Heracles.

En pocas palabras, Maldad y Virtud ofrecieron su ayuda a Heracles para alcanzar la felicidad. La Maldad le ofreció un camino corto y rápido, mientras que la Virtud demandó compromiso y trabajo. Sócrates muestra a Aristipo que el primer tipo no es tal, sino que es en la que se recrean los hombres vulgares (aquellos que comen antes de tener hambre y beben antes de tener sed). El segundo tipo, que guía la virtud, se aproxima a los dioses y, a través del esfuerzo continuado, permite conseguir «la felicidad más perfecta». Así, el fin último de todo esfuerzo es la felicidad.

En los mismos recuerdos de la figura de Sócrates transmitidos por Jenofonte, encontramos a Sócrates reprochando a Antifonte que piense que la felicidad es «molicie y derroche», pues la felicidad tiene que ver, más bien, con no necesitar nada que uno mismo no pueda darse. Esto no quiere decir, como veremos con los estoicos, renunciar a todo para no aceptar más compromiso que el de una pobreza absoluta, sino, por el contrario, «necesitar lo menos posible»: poder distinguir entre necesidades humanas y deseos.

En otro de los recuerdos que Jenofonte nos transmite de las conversaciones entre Iscómaco y Sócrates, parece que tiene que ver con la capacidad racional del ser humano para elegir entre las posibilidades que tiene a su disposición. Si algo nos enseña el intelectualismo socrático es que aquellos que no obran correctamente no son ni sabios ni sensatos pero, sobre todo, como se nos transmite en Gorgias, aquellos que cometen injusticias no pueden ser felices —independientemente de si son castigados o no—.

El injusto jamás puede ser feliz porque la felicidad depende del ejercicio de la moderación y de la justicia. En última instancia, la pregunta a la que responde Sócrates en Gorgias cuando plantea el engarce entre la felicidad y el ejercicio de la virtud no es otra que la antigua, pero nunca superada, cuestión sobre cómo vivir.


Este texto es un extracto de ‘Felicidad’ (Filosofía & Co, 2025), de Laura Martínez Alarcón e Irene Ortiz Gala. 

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