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Albert Domènech

La cultura de la mediocridad

«Si te enfrentas a un mediocre tienes todos los boletos para salir trasquilado. ¿Sabes por qué? Porque ellos jamás tienen nada que perder. Tu sí», señala el periodista Albert Domènech en su libro.

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29
mayo
2025

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Si te hablo de mediocres, estoy convencido de que la primera idea que te viene a la cabeza es la de una persona que no destaca por nada, aquello que popularmente conocemos como gente del montón, sin ningún mérito. Pero en la acepción que te propongo, como irás viendo y sufriendo, he ido tuneando esta especie con su evolución, por lo que nos ha quedado un modelo de personaje algo más completo. Un mediocre no solo es alguien del montón, sino un tipo que puede ser competitivo y servil que hará lo imposible para que otros no le pasen por delante. Tiene características y estratagemas propias, se organiza con otros para adularse y protegerse entre ellos, y puede tener diferentes niveles de toxicidad —algunos muy elevados—, con un especial impacto sobre tu salud mental.

Tu vida no está en juego, pero sí tu salud mental. Y es que la primera lección que debes aprender ya es esta: si te enfrentas a un mediocre tienes todos los boletos para salir trasquilado. ¿Sabes por qué? Porque ellos jamás, nunca, mai, never… tienen nada que perder. Tu sí.

Quizás hayas leído muchas cosas sobre las personas con rasgos narcisistas o los psicópatas. No los que van enmascarados y con una destral en una película de terror, sino los que presentan un cuadro de comportamientos perversos. No te preocupes, que estos también salen retratados en el libro; aunque a mí me apetecía buscar un término algo más común en nuestro día a día para, entre otras cosas, ser justos con algunas personas nefastas y con un veneno más suave, con las que sin duda convives, pero que no llegan a la maldad de los malotes del grupo. Así que me quedo con el término mediocre, que nos permite llegar a un conjunto más grande de personajes y que representa algunas actitudes muy típicas de nuestro maravilloso país donde la principal ley que empieza a imperar no es otra que la ley del mínimo esfuerzo.

Un mediocre tiene características y estratagemas propias y puede tener diferentes niveles de toxicidad

Quizás no fueron bautizados con el nombre artístico de mediocres (del latín mediocris), pero los primeros individuos con cerebro en forma de pandero ya apuntaban maneras. De la mano de la raza humana, los mediocres han ido evolucionando con el paso de los siglos, hasta el punto de que no solo se han multiplicado, junto con los panes y los peces, sino que también se han perfeccionado para poder sobrevivir en el ecosistema actual, e incluso podérselo cargar desde dentro a ritmo de cagada sobre cagada, el villancico trasgresor del siglo XXI.

Detrás de un mediocre suele haber otro mediocre, como vemos de manera especial en el ámbito empresarial. Entre ellos se entienden porque hablan el mismo lenguaje y se miran en los mismos espejos cóncavos y deformados; pero si se protegen es por otra razón más efectiva. Saben que un mediocre nunca puede descabalgar a otro mediocre porque no le resulta competencia.

Y así es como hemos terminado construyendo un sistema eminentemente piramidal de la mediocridad con una acumulación importante de mugre en la parte superior que va descargando su bilis hacia abajo; precisamente donde se encuentran aquellos que quieren cambiar el mundo pero que, en muchas ocasiones, no lo pueden hacer porque hay un tapón inquebrantable de sinvergonzonería. Los mediocres no tienen ni la necesidad de disimular: saben que si algo tiene la banca… es que siempre gana.


Este texto es un extracto de ‘Cómo librarte de los mediocres que quieren joderte la vida’ (La esfera de los libros, 2025), de Albert Domènech. 

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