Opinión

La machosfera

Elevar «Zorra» de Nebulossa a la categoría de canción-protesta resulta grotesco. Mientras haya una sola mujer que se sienta humillada por un «zorra» al viento, no habrá resignificación que valga. Empoderador sería acabar de una vez por todas con ese término, no llevarlo a gala.

Artículo

¿QUIERES COLABORAR CON ETHIC?

Si quieres apoyar el periodismo de calidad y comprometido puedes hacerte socio de Ethic y recibir en tu casa los 4 números en papel que editamos al año a partir de una cuota mínima de 30 euros, (IVA y gastos de envío a ESPAÑA incluidos).

COLABORA
15
febrero
2024

Artículo

A Samuel Luiz lo mataron al grito de «Maricón de mierda». Era el primer fin de semana que se reabría el ocio nocturno tras el cerrojazo de la pandemia y había ganas de fiesta en el paseo marítimo de la Playa de Riazor. Sus asesinos y los cómplices de estos, siete hombres y una mujer, le dieron patadas y puñetazos con una «crueldad extrema», según la Fiscalía, hasta que Samuel, a sus 24 años, murió.

Se celebraba la semana del Orgullo. Ese año las reivindicaciones se enfocaban en conseguir una ley integral trans. Para entonces, la palabra maricón estaba ya más que naturalizada dentro del colectivo LGTBIQ+. Se había despojado del carácter peyorativo que le espetaron a Samuel, y se ha venido usando (no descubro nada nuevo) como apelativo divertido, cariñoso, habitual. El universo gay se había apropiado del término. Pero la reapropiación del insulto no implica necesariamente una resignificación del mismo. Para eso hace falta tiempo, educación y que el sentido de la palabra, de manera mayoritaria al menos, se desprenda de cualquier cariz negativo. Que las estructuras de fondo que sostienen el agravio se desmoronen.

No ha pasado con la palabra maricón. El año pasado aumentaron (de nuevo) los delitos de odio en nuestro país un 33% respecto al año anterior, siendo los incidentes por la orientación sexual o la identidad de género los segundos en número, tras el racismo y la xenofobia. Y en esos incidentes, la palabra maricón estaba presente.

Más bien lo que ha pasado es que el colectivo se ha adaptado al insulto. Dentro del grupo no tiene valor como ofensa, pero fuera de él, sí. ¿Es eso una victoria?

Zahara, en una entrevista en Carne Cruda, hablaba de cómo duele la palabra «puta» y cómo, cuando se la arrojaron a los 12 años, condicionó irremediablemente su manera de relacionarse con los chicos.

La tentación de darle la vuelta a la tortilla y cambiar el significado es potente. ¿A qué mujer no la han llamado puta o zorra alguna vez?

«Zorra» no es una palabra que empodere a ninguna mujer: es un insulto que empodera al maltratador de turno

El debate sobre la canción de Nebulossa en Eurovisión me resulta tan artificial como estéril para el feminismo. El planteamiento de por qué una mujer que sale hasta las tantas o tiene una vida sexual muy activa es una zorra y un hombre un macho ibérico es más antiguo que el hilo negro. No quiero decir con ello que sea algo superado, ni mucho menos, pero no es un tema que el dúo valenciano haya puesto sobre la mesa de manera virginal. Hasta la mismísima Madonna lo hizo en «Madame X».

El videoclip que homenajea a Manuela Trasobares, la primera concejal trans de nuestro país, me da una pista de por qué puede haber ciertas corrientes del feminismo que se han situado frente a la participación, incluso, de este grupo en Eurovisión con la canción de marras. Pero más allá de rencillas y disputas enquistadas, lo que se manifiesta aquí es una hipocresía salvaje aderezada con tacticismo político y un puñado de campaña de marketing.

«Zorra» no es una palabra que empodere a ninguna mujer. En todo caso es un insulto que empodera al maltratador de turno, al acosador agazapado, al agresor sexual hambriento, al machista siempre dispuesto. Pretender su resignificación es un ejercicio como poco ingenuo… y a estas alturas empiezo a pensar que bastante interesado.

La canción se presenta en un festival, Eurovisión, que trasciende lo musical. Se ha convertido en una de las grandes citas para el colectivo LGTBIQ+, en un gran altavoz, con participantes que se han erigido en verdaderos íconos. Y Eurovisión, también, es una cita con el petardeo y lo frívolo.

Elevar «Zorra», de Nebulossa, a la categoría de canción-protesta resulta grotesco. La pretendida reivindicación de la libertad de la mujer, coreada por dos hombres enfundados en la esclavitud estética de corsés y tangas imposibles, es la esencia de la paradoja. Hay más en este tema de revival liberador del repertorio de Alaska y McNamara, por provocador, que de Mari Trini, Cecilia o Rigoberta Bandini, por canción-protesta de autor. Provocadora, sí. Pegadiza, también. Eurovisiva, vista la trascendencia en Spotify y YouTube, sin duda. Resignificadora y empoderadora, de ninguna manera.

Empoderador sería acabar de una vez por todas con ese término, no llevarlo a gala. Enarbolar la bandera de «soy una zorra ¿y qué?» es dar validez a las acepciones machistas que, durante siglos, la machosfera ha querido darle al término y que ahora se frota las manos. No solo nos lo han colado, sino que, además, vamos de empoderadas de la vida llamándonos a nosotras mismas zorras.

Más de uno de cada cinco jóvenes cree que insultar a su pareja, o empujarla, o, incluso, golpearla tras una discusión no es maltrato

«El feminismo es divertido», decía el presidente del Gobierno refiriéndose a la canción, colocándonos en el falso dilema de o «Zorra» o «Cara al Sol». Empoderamiento de cartón piedra o fascismo. Incluso elevaba el tono de voz, como si nos lo comentase, copa en mano en un garito cualquiera. Y me venían a la mente aquellos alumnos del Colegio Mayor Elías Ahúja de Madrid, que, a sus compañeras del Santa Mónica, les gritaban como primates desde las ventanas: «Putas, salid de vuestras madrigueras como conejas. Sois todas unas ninfómanas. Os prometo que vais a follar todas en la capea». Se armó la mundial. Ellos se defendían diciendo que era una tradición y un juego universitario inofensivo de novatos a novatas, pero el asunto acabó llegando a la Fiscalía. El debate político se inflamó y se llenó de grandes condenas. Ahí no había discrepancias en la papeleta sino, más bien, una competición para ver quién condenaba más fuerte. Y muchas alumnas del Santa Mónica (las que no lo habían denunciado, claro), salieron a socorrer a sus compañeros y vecinos: «Son nuestros amigos, nos dan mucha pena, era broma».

Y la cosa no es de risa. Más de uno de cada cinco jóvenes cree que insultar a su pareja, o empujarla, o, incluso, golpearla tras una discusión no es maltrato. Dependerá, entienden algunos, del contexto en el que las llamen –nos llamen– zorras. Si el ambiente, como el feminismo del presidente, es o no divertido. Como si no hubiésemos asistido ya a manadas de depredadores o jugadores de fútbol disfrutando –ellos– del sexo y el insulto, convencidos del placer de la violada. Diputados que dejan el ideario en el despacho y aporrean puertas al grito de «ábreme, zorra».

No nos entretengan a las mujeres con debates estériles y artificiales, con más marketing «de postal» detrás que conciencia feminista. Mientras haya una sola mujer que se sienta humillada por un «zorra» al viento, no habrá resignificación que valga.

 

ARTÍCULOS RELACIONADOS

Yo tampoco soy una «zorra»

Carmen Domingo

El grupo Nebulossa representará a España en Eurovisión con la canción «Zorra» y la polémica no se hizo esperar.

COMENTARIOS

SUSCRÍBETE A NUESTRA NEWSLETTER

Suscríbete a nuestro boletín semanal y recibe en tu email nuestras novedades, noticias y entrevistas

SUSCRIBIRME