Opinión

A vueltas con la Ley Trans

En la pretensión por controlar la conversación pública asistimos a toda una serie de falacias sobre la transexualidad por parte de distintos bandos. Pero ¿hay espacio para articular cualquier duda razonable sobre la nueva legislación?

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03
noviembre
2022

Rara vez un anteproyecto de ley ha provocado una discusión social tan intensa, engorrosa e incendiaria como la popularmente llamada «Ley Trans». La tramitación de la norma ha supuesto incluso un enfrentamiento dentro del propio gobierno de coalición: mientras la ministra de Igualdad, Irene Montero, saca pecho en cada intervención pública e insiste en que la propuesta «será ley», una parte importante del PSOE –azuzada por Carmen Calvo y acólitas– reclama una revisión mientras advierte de que el proyecto vulnera los derechos de las mujeres (cisexuales). La controversia ya ha provocado bajas en el propio PSOE: la que fuera la primera parlamentaria trans en España y todo un icono en el activismo trans, Carla Antonelli, abandonó el partido hace unos días como protesta ante el retraso en la tramitación. 

Como he manifestado en otros foros, el texto tiene aciertos y errores, y convendría someterse a revisión. Sin embargo, por razones de espacio, no es mi objetivo desgranar sus pros y contras. Ahora bien, considero importante resaltar algunos aspectos que, en la conversación pública, ya sea de forma interesada o no, se están descuidando o ignorando.

En primer lugar, quiero hacer hincapié en que la «Ley Trans» fundamenta sus reclamaciones en el respeto y protección de los derechos humanos de las personas trans. Sin duda, esta demanda es legítima, deseable e imprescindible para el desarrollo de las personas en lo que concierne a su libertad y dignidad, así como para la mejora de la convivencia social, evitando situaciones de discriminación e injusticia. Esta reivindicación no es nueva. De hecho, podemos encontrar que un gran número de normas internacionales, nacionales y regionales ya recogen que ninguna persona puede recibir tratos crueles y degradantes, así como no ser discriminada por motivos de raza, religión, origen social o de cualquier otra índole. 

La defensa de los derechos humanos no debería exponerse como una cuestión de bandos: cabría no olvidar que estos son universales e inherentes a cada persona, independientemente de su nacionalidad, sexo, género, origen, religión o cualquier otra condición. Sin embargo, resulta ciertamente deshonroso para la reivindicación social observar cómo aquellos que defienden a pies juntillas el anteproyecto de ley y aquellos que se presentan como sus principales detractores están socavando los valores y principios que dan valor a una vida en sociedad. 

«La defensa de los derechos humanos no debería exponerse como una cuestión de bandos: son universales e inherentes a cada persona»

En ese sentido, quiero llamar la atención sobre cómo el derecho a la libertad de expresión se está viendo restringido. Alcanzar un consenso sobre esta ley es una necesidad y una cuestión de justicia, pero ello no justifica la censura a sectores críticos o la actitud de vanagloriarse por ello. Una ciudadanía ejemplar y responsable resuelve los conflictos en los límites de la ley y los derechos humanos, sin excepciones. Sin embargo, lo que observamos de un tiempo a esta parte es una competición por el control del discurso y una creciente obsesión por silenciar los matices. 

El ambiente resulta cada vez más asfixiante. La mera duda ante algunos planteamientos del anteproyecto trans, como los referentes a la competición deportiva, la autodeterminación de género de los menores sin la necesidad de someterse a procedimientos clínicos o la preocupación por el uso incorrecto que el texto hace de algunos términos –por ejemplo, utilizando como sinónimos la identidad sexual y la identidad de género– es considerado por una parte importante del activismo trans como un acto de odio y transfobia. 

En este contexto, el dimorfismo sexual –que evidencia la existencia de diferencias fenotípicas entre sujetos de la misma especie pero de diferente sexo– o la creciente evidencia sobre el dimorfismo sexual pregonadal corren el riesgo de convertirse en ofensas para un sector de la población. Esta tendencia es triste y delirante ya no solo por la imposición del veto, sino también porque funciona como una sospecha moral sobre las personas y su profesionalidad. Resaltar el conocimiento científico y actuar en consecuencia no debería señalarse como discurso de odio. 

Por otro lado, en la pretensión por controlar la conversación pública se recurren a toda una serie de falacias sobre el fenómeno de la transexualidad. Las apelaciones a «lo natural» o «la naturaleza» suelen ser bastante frecuentes en la retórica o cuando se pretende dar cierta legitimidad a un discurso. A través de esta trampa argumentativa, se considera que una cosa o fenómeno es virtuoso, deseable o válido porque está en la naturaleza. Aparentemente, estos argumentos aportan solidez y cierta apariencia de verdad. 

El uso de esta falacia fue bastante recurrente en los meses previos a la legalización del matrimonio igualitario en España. Basta echar un vistazo a las columnas de algunos diarios de la época para observar cómo se defendía que la unión entre personas del mismo sexo no podía convertirse en un derecho al considerarse «antinatural»; dicho de otra forma, se equiparaba lo moral con lo natural, como si esta última condición hiciera a algo bueno y ético. Se buscaba imponer una visión única y absoluta de la familia, como si al margen de las uniones heterosexuales y la familia natural no existiera el amor o no pudiera igualarse en derechos la unión entre dos mujeres o dos hombres. Desgraciadamente, esta idea sigue estando vigente en algunos sectores ultraconservadores. Georgia Meloni, primera ministra italiana, es un buen ejemplo de esto: qué lástima que aún no sepa que el comportamiento homosexual es bastante común entre algunas especies.

«Las tramposas apelaciones a «lo natural» suelen ser bastante frecuentes cuando se pretende dar cierta legitimidad a un discurso»

En la actualidad, las apelaciones sobre la naturaleza también se han manifestado a propósito del anteproyecto de la ley trans, pero estas referencias, a diferencia de lo que pasaba hace unos años con el matrimonio igualitario, ya no se localizan en un único polo ideológico: tanto sectores ultraconservadores como grupos que se definen como feministas y progresistas comparten hoy tesis con respecto a lo que consideran el sexo biológico, así como una actitud de rechazo y desconfianza hacia las personas trans. 

La sexualidad no viene con libro de instrucciones, aunque la ciencia haga un enorme esfuerzo por desafiar temas que se han considerado históricamente tabú. La transexualidad existe y no volverá a ningún armario por mucho que algunos sectores se empeñen en utilizar a las personas trans como chivos expiatorios y culpables de un sinfín de fobias sociales como el «borrado de mujeres». Elegir la guerra cultural para abordar este tema manifiesta una falta de compromiso social, pero también un desprecio hacia la evidencia científica. La verdad no se sostiene a través de creencias morales o autoritarismos políticos. Un mensaje, este, sobre el que deberían reflexionar los dos polos sociales que mediatizan esta discusión. 

Necesitamos volver al debate constructivo y profundizar en las realidades trans. En esta tarea es imprescindible no abandonar los aspectos epistemológicos y conceptuales, sobre todo si nos interesa entendernos, no caer en el relativismo y asimilar que el hecho sexual humano difícilmente se puede comprender en su totalidad sin el calificativo de «diversidad».  

Al margen de quien se ofenda, comparto lo siguiente: existen niñas con pene y niños con vulva. El sexo biológico no se reduce a la genitalidad. Género y sexo no son términos análogos, como tampoco lo son identidad sexual e identidad de género o disforia de género e incongruencia de género. La infancia y la adolescencia son etapas que se caracterizan por una buena salud física, si bien también con un mayor riesgo psicosocial. La incongruencia de género en la adolescencia a menudo se presenta con una comorbilidad psiquiátrica asociada. Por ejemplo, los jóvenes trans tienen tasas de depresión, ansiedad, ideación suicida e intento de suicido más altas. El apoyo social a menudo se presenta como un factor protector ante el riesgo de suicidio. Por ello, la educación para la salud y las intervenciones psicosociales no deberían plantearse como ejercicios de adoctrinamiento. 

«El sexo biológico no se reduce a la genitalidad: existen niñas con pene y niños con vulva»

La hormonación no es inocua y todavía hoy, como apuntan muchos estudios, se desconoce qué riesgos puede suponer para la salud a largo plazo. Por cuestiones éticas, no se debería favorecer una medicalización irreflexiva y sin valoración inicial, así como tampoco considerar la mera exploración razonada como una forma de transfobia. Necesitamos de objetividad, y no de teoría queer, para garantizar el acceso a la salud y la igualdad ante la ley. A corto y medio plazo, los tratamientos hormonales pueden reducir los niveles de ansiedad y depresión de las personas trans. En jóvenes trans, el tratamiento hormonal para frenar la pubertad se ha relacionado con una disminución del riesgo de suicidio. La aceptación y el apoyo social también puede mejorar la salud mental de los adolescentes trans.

Por pocas que sean o puedan ser, hay personas que manifiestan su desistimiento o cese de la identidad sexual inicialmente expresada o autodeterminada. Paradójicamente, este abandono no siempre se acompaña de un arrepentimiento y, por ello, no debería señalarse específicamente como un fraude de ley. Se hace necesario diferenciar entre desistimiento cuando hay un error o confusión en la autodeterminación sexual y la destransición. Hay quien afronta la destransición por intolerancia a los tratamientos médicos (hormonales o quirúrgicos), por una pérdida del apoyo social o por el desengaño que siente ante expectativas no cumplidas, pero ello no supone un cambio en su autopercepción sexual. Ahora bien, ante la falta de factores predictivos sobre la destransición resulta fundamental que se asegure una atención integral y una actuación prudente desde los equipos multidisciplinares. 

Muchas personas trans, por su condición, sufren el estigma a lo largo de su vida. Como sociedad, debemos considerar la importancia de educar en la diversidad y la tolerancia. Todo esto importa y debe tener cabida, sin censura ni hostigamiento, en el debate social. Si no hacemos las preguntas de forma correcta, no solo es que las personas trans se vuelvan invisibles, es que nuestra sociedad se convierte asimismo en un poco más ignorante. 

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