Desigualdad

«El discurso postmoderno ha debilitado al feminismo y a la izquierda»

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16
julio
2024

Hablar con Nuria Varela (Mieres, 1967) es hablar de feminismo. Periodista de formación y profesión, ha cruzado las líneas de la política para trabajar en temas de igualdad en varias ocasiones. Fue directora de gabinete del primer Ministerio de Igualdad de la democracia española y más tarde fue directora general de Igualdad en el Gobierno autonómico de su Asturias natal. Ahora ha publicado ‘El síndrome Borgen’ (ediciones B), un ensayo sobre cómo la política expulsa a las mujeres y se sigue mostrando como un territorio vedado para que las políticas feministas florezcan, arraiguen y se reproduzcan.


En el libro señala que la lucha feminista siempre se ha visto obligada a partir de cero porque cada generación de patriarcado ha hecho tabla rasa con los derechos conquistados, ¿por qué pasa eso?

Es una estrategia, aunque sea inconsciente. El feminismo no lo estudias en ninguna etapa educativa y sales del colegio pensando que la Revolución Francesa fue buena para todo el mundo y nadie te cuenta que para las mujeres fue un horror. Que todas las mujeres en Europa salimos peor de la Revolución de lo que entramos. Cada generación tiene que descubrirlo. Esto pasa en todas las ciencias. Seguimos pensando que el dolor en el pecho es un síntoma de infarto y eso solo les pasa a los hombres. El conocimiento continúa siendo androcéntrico y con una mirada masculina. Por eso hay que hacer un gran esfuerzo para no volver a empezar en cada generación. En los medios de comunicación también ocurre lo mismo. Hay una retórica de la igualdad, pero realmente no se habla de feminismo en ningún sitio.

Y sin embargo, España tiene una de las agendas de igualdad más avanzadas del mundo, que lleva a una parte de la población a decir que nos hemos pasado, ¿por qué ocurre eso?

El movimiento feminista español es distinto y es muy potente por razones históricas. Nosotras salimos de una dictadura que tenía delitos específicos para las mujeres, como el caso del adulterio. Eso hace que el feminismo español sea muy político. Durante la transición hubo que cambiar leyes, pero también las costumbres y tradiciones. Empezamos a recibir los libros que ya se habían leído en el resto del mundo. No es casualidad que en el primer feminismo español haya tantas abogadas. De ahí que hayamos tenido un desarrollo legislativo por delante de otros países y hayamos sido pioneras. Pero eso no significa que haya calado. Una cosa es hacer leyes y otra cosa es que sean realidad. Ahora se cumplen 20 años de ley contra la violencia de género, una ley buena y pionera, pero nos hemos erradicado la violencia. Seguimos teniendo muy pocas herramientas, poco presupuesto, poca formación, poca gente especializada… Pero se ha trasladado que contamos con un montón de medios. Y lo que estamos provocando con ese manoseo del feminismo y de la retórica de la igualdad es que está surgiendo un efecto rebote de «ya está bien». Pero la realidad es que los recursos que destinamos a igualdad son escasos, el feminismo no forma parte de la educación… Es mucho más ruido que nueces.

«[En España] salimos de una dictadura que tenía delitos específicos para las mujeres, como el caso del adulterio»

Llama la atención que las proyecciones de la ONU sean tan negativas y que cualquier pequeño avance venga acompañado de un retroceso poco después

Porque lo que estamos proponiendo es cambiar las relaciones de poder entre los hombres y las mujeres. Y esas relaciones de poder tienen traducción en la forma de vida y, por supuesto, en la economía. Seguimos alimentando un sistema en el que la mayor parte del trabajo gratuito es el de los cuidados y lo hacemos nosotras. Por eso tenemos una crisis tan profunda de los cuidados, porque las mujeres no queremos seguir haciendo eso gratis. Nos han intentado convencer de que ya estamos en la igualdad. Pero no hay un solo indicador que justifique esa afirmación. En los datos de empleo, siempre sale que se incorporan más mujeres a la actividad laboral, pero nadie habla de la brecha que ya hay entre hombres y mujeres en ese trabajo remunerado. Se hace mucho hincapié en que la subida del SMI es una medida feminista porque las mujeres tienen mayoritariamente los empleos peor remunerados. Pues no. Es una medida social muy positiva por los resultados que está dando, pero no es una medida feminista. Una medida feminista sería evitar que la mayoría de las mujeres dejen de cobrar el SMI. Nos están vendiendo una igualdad que no es. Tenemos una pobreza infantil extraordinaria que no podemos reducir y va muy ligada a la feminización de la pobreza, que la inmensa mayoría de estos hogares son monomarentales.

Entonces si solo con las leyes no es suficiente, ¿qué más es necesario?

Hacen falta políticas públicas de igualdad eficaces. Las políticas públicas en España se evalúan poco y las de igualdad, nada. Hay una gran diferencia entre lo que dicen las leyes y luego la aplicación de esas leyes. La ley integral cumple 20 años. El capítulo 1 que habla de educación todavía no se ha desarrollado. Llevamos muchos años con los mismos libros de texto. Y en primaria han mejorado un poco, pero en secundaria siguen igual, huérfanos de mujeres y de perspectiva de género. Lo que hay que hacer es cumplir las leyes. Las leyes de igualdad se incumplen sistemáticamente incluso por la propia administración, que ni siquiera usa el lenguaje inclusivo.

«Las leyes de igualdad se incumplen sistemáticamente incluso por la propia administración, que ni siquiera usa el lenguaje inclusivo»

Hablas de liderazgos femeninos sin mujeres y liderazgos de mujeres que no cuestionen el rol masculino del poder. ¿Cómo es un liderazgo feminista?

Un liderazgo feminista haría políticas feministas para reducir esas brechas en las cuotas de poder. La administración española no exige formación en igualdad ni en violencia de género. En España no tenemos políticas de igualdad porque no tenemos al funcionariado formado. La mayoría del servicio de atención a las mujeres está privatizada o en ONG. Es imposible hacer puentes sin ingenieros como es imposible erradicar la violencia sin expertas en violencia de género. Al final terminamos haciendo política social. Una política feminista sería hacer políticas de prevención. Es importante atender a las mujeres víctimas de violencia machista pero antes hay que darle la vuelta a lo que nos hemos acostumbrado [a ver] como normal.

Al final del libro hablas de la sororidad como herramienta para evitar que las mujeres se vean solas ante el patriarcado y terminen renunciando, pero ¿qué pasa cuando es la lucha entre mujeres la que termina expulsando a mujeres de la política? Y pienso en Yolanda Diaz contra Irene Montero o Esperanza Aguirre contra Ana Botella.

Yo defino tres espacios. Primero, la guerra contra las mujeres o cómo las mujeres son expulsadas de la política. Segundo, contra las feministas. Y tercero, contra el feminismo. Son estadios distintos. Obviamente, hay mujeres tan patriarcales y machistas como hombres. De hecho, la mayor parte de mujeres en el poder pertenecen al ámbito ideológico conservador porque mientras las mujeres no hagan política feminista no molestan demasiado. Sí lo hacen cuando hacen feminismo y hacen políticas para ayudar a otras mujeres. En el caso de Yolanda Díaz e Irene Montero, ninguna de las dos tiene un modelo feminista, tienen un discurso feminista pero no hacen políticas feministas.

Los liderazgos femeninos son más frágiles y es habitual ver a mujeres que asumen liderazgos en momentos de crisis, como Inés Arrimadas, Yolanda Díaz, Ione Belarra… ¿Solo llegan cuando la situación es casi insalvable?

Hay una mecánica que la podemos ver en todo el mundo. De hecho, la ONU dice que no es algo casual, sino sistemático. El poder está diseñado de tal manera que mete a las mujeres en un ciclo muy corto donde las coge y las expulsa para que no permanezcan ahí. Cuando hay una guerra de poder entre hombres es en una situación de igualdad en la que los dos contendientes tienen sus estructuras de respaldo, pero con las mujeres no es lo habitual. En el caso de Mónica Oltra, la machacan y son sus propios aliados y compañeros quienes le piden que dimita. Eso no le pasó a Pedro Sánchez. Esa es la gran diferencia en la violencia política contra hombres y contra mujeres. Por eso hay hombres octogenarios en política y las mujeres siembre baten récords de juventud, eso dificulta que cuenten con la misma experiencia y conocimientos y alianzas que los hombres. Las mujeres en política suelen ser mucho más independientes, en el sentido de que no tienen poder orgánico. Son perfiles que se proyectan por su imagen personal pero sin una estructura detrás que las arrope. Por eso yo hablo de la retórica de igualdad y la retórica feminista. Porque estamos ante la utilización de un modelo o personaje que se utiliza un tiempo, breve, y luego se deshacen de ella. No tengo una gran afinidad con Yolanda Díaz, pero se le ha dado un cuarto de hora. En cuanto ha dicho que se iba, la respuesta ha sido «te vas de todos lados» y por parte de un grupo que la apoyó. El ejemplo es de Liz Truss como «lady lechuga» es paradigmático.

«A una mujer en política se la puede cuestionar, pero por su gestión, no por su aspecto o por si es buena o mala madre»

Pero ahí surge la duda de cuál es el límite para hacer una crítica legítima a la gestión política de una mujer. En sus inicios, Pedro Sánchez era menospreciado como si fuera una marioneta de otros.

El problema es que casi nunca se cuestiona la gestión. La inmensa mayoría de las mujeres que hemos visto renunciar han gestionado bien. Como el caso de la primera ministra finlandesa, que hizo una gestión buenísima durante la pandemia. ¿Cuándo es una crítica machista? Cuando no tiene que ver con su gestión. Liz Truss no duró ni un mes antes de que la crucificasen, mientras que Boris Johnson las hizo de todos los colores. A una mujer en política se la puede cuestionar, pero por su gestión, no por su aspecto o por si es buena o mala madre. Tenemos líderes esperpénticos como Milei, Trump, Johnson… y no se les critica de esa manera. Todas las primeras ministras británicas han acabado siempre dimitiendo. Cuando Pedro Sánchez se tomó los cinco días, leí a un columnista hablar del síndrome Costa, en alusión al primer ministro portugués, que dimitió por un escándalo falso de corrupción. Dimite un hombre y ya es un síndrome con un solo caso. Montones de mujeres han dimitido y nadie habla de por qué dimiten las mujeres en política.

Señalas a las masculinidades tóxicas que se ven amenazadas por el empuje del feminismo como el gran obstáculo para la igualdad, ¿por qué crees que se produce esta respuesta reaccionaria?

Estamos en un momento sándwich. La desvalorización del feminismo y la expulsión de las mujeres en la política ha favorecido el aumento de la ultraderecha y el auge de la violencia en política. La violencia va unida a los hombres, no a las masculinidades. La violencia continúa siendo un problema masculino. Cuantas menos mujeres, más violencia. Hace poco, se pegaron en el parlamento italiano y eran solo hombres. Lo vemos, pero no nos llama la atención, porque lo hemos normalizado tanto que pensamos que el mundo es violento y no es así. La inmensa mayoría de las mujeres no nos encontramos cómodas en contextos de violencia, aparte porque salimos perdiendo. Lo que ha pasado en los últimos años no es que nos hayamos empoderado las mujeres. Se ha empoderado el patriarcado y se ha hecho muy potente en las redes, en los discursos, en la política… Por eso nos ha expulsado a las mujeres. Porque los hombres en general, no solo los tóxicos, no están dispuestos a compartir el poder. Dicen que ahora las sociedades son más igualitarias. Yo soy de indicadores y datos y ahí lo que sale es que en España seguimos cuidando las mujeres. No es verdad que los cuidados se repartan por igual. La inmensa mayoría de los permisos para cuidar en las empresas se los toman las mujeres. Y estamos hablando del 80%. Esto supone peores carreras profesionales, peores sueldos, peores pensiones… Esa es la realidad y lo demás es retórica.

«La carencia de un discurso feminista real facilita el auge de la extrema derecha»

¿Crees que por eso las mujeres se han convertido en el gran baluarte para detener el ascenso de la ultraderecha?

Por supuesto. El feminismo siempre ha sido muy potente en la resistencia frente a la ultraderecha, que es coherente porque tiene un discurso supremacista y es misógina, machista, racista y clasista. Nosotras solo tenemos que perder cuando llega un discurso así y todos nuestros derechos se ponen en entredicho. El problema es que la izquierda no es coherente y hace un discurso de igualdad, pero no es coherente con sus políticas y sigue defendiendo la prostitución, por ejemplo. O sea, hace un discurso de crítica al empresariado y contra la explotación de los trabajadores, pero no ve la explotación de las mujeres. Esta incoherencia nos ha llevado a abandonar partes importantes del discurso y ahí se ha empoderado el patriarcado. Si te olvidas de defender la igualdad, avanzan los discursos supremacistas de ultraderecha. Hay una relación clara, por eso la carencia de un discurso feminista real facilita el auge de la extrema derecha.

Has identificado los discursos de derechas como supremacistas y tendentes al patriarcado, siendo la izquierda más igualitarista, ¿es víctima también del patriarcado?

Sí, por supuesto. Ahora mismo el feminismo siente una igualdad política importante. Todo el discurso ultraliberal y posmoderno ha hecho mucho daño en la izquierda con esos matices identitarios e individualistas y es incompatible con el feminismo. Estamos en un contexto complejo. El discurso postmoderno ha debilitado al feminismo y a la izquierda. Lo contrario de la igualdad es la desigualdad, no la diferencia. El mundo está lleno de diferencias. Los hombres y mujeres somos distintos, las mujeres entre nosotras somos distintas. El problema viene cuando a partir de esa diferencia construimos la desigualdad. Lo que tenemos que hacer es combatir la desigualdad, no la diferencia.

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