Siglo XXI

El ‘boom’ de las drogas psicodélicas

Las microdosis han sacado el consumo de la psilocibina, el LSD y otras sustancias de la contracultura. Hoy, sus consumidores ya no solo visten túnicas o buscan descubrir las «realidades alternativas», también esperan potenciar la creatividad o activar beneficios terapéuticos. Bienvenidos al nuevo (y viejo) mundo de la psicodelia.

Imagen

Eugenia Loli
¿QUIERES COLABORAR CON ETHIC?

Si quieres apoyar el periodismo de calidad y comprometido puedes hacerte socio de Ethic y recibir en tu casa los 4 números en papel que editamos al año a partir de una cuota mínima de 30 euros, (IVA y gastos de envío a ESPAÑA incluidos).

COLABORA
15
septiembre
2023

Imagen

Eugenia Loli

Lo sugieren los acordes de White Rabbit, la pieza de orfebrería psicodélica elaborada por Jefferson Airplane, pero Grace Slick pronto lo confirma con esa voz inclemente: «Te has tomado unas setas, y tu mente empieza a moverse lentamente». El ritmo, que crece poco a poco con una inusual cadencia casi militar, sugiere la idea de que estamos ante una escalera eterna, donde los escalones surgen al mismo ritmo que uno mueve los pies. Slick conocía bien los efectos de la psicodelia: compuso la canción en un piano al que le faltaban diez piezas, aunque siguió adelante porque «podía oír en mi cabeza las notas que faltaban».

Y es que, tal como explicó a The Guardian, las drogas psicodélicas «te enseñan que hay realidades alternativas […] y te permiten abrirte a cosas distintas e inusuales». Hoy, esta clase de drogas, desde las setas alucinógenas hasta el LSD, se vuelven cada vez más populares, aunque no por los mismos motivos que abundaban en la agitada década de 1960.

«La relación entre el contexto político y social y el uso de drogas psicodélicas es compleja», explica Chris Letheby, investigador en la University of Western Australia y autor de Filosofía de la psicodelia. «Por un lado, hay una clara conexión entre su uso y varios aspectos de la contracultura de la década de 1960, como la lucha medioambiental o el activismo contra la guerra. No obstante, el boom de la actualidad no responde a ningún movimiento social o político similar: responde mucho más, de hecho, a las consideraciones médicas y científicas», indica.

Los consumidores incluyen desde individuos que buscan curar la depresión hasta ejecutivos de Silicon Valley que quieren potenciar su creatividad

Parte de su actual popularidad responde al auge de la psilocibina, una sustancia extraíble de ciertos tipos de hongos oriundos de las regiones tropicales y subtropicales del continente americano. Su uso –que produce fuertes alucinaciones visuales y auditivas, así como incluso profundas alteraciones de la conciencia– está relacionado, además, con un consumo colectivo que, según sus defensores, les permite huir del individualismo que pueden favorecer otras drogas. Hoy, el uso de microdosis –entre el 5% y el 10% de una dosis completa– de esta sustancia es uno de los principales impulsos de las drogas psicodélicas, lo que certifica su desvinculación de la contracultura, tal como mencionaba el investigador australiano. Quienes apuestan por esta clase de consumo llegan de todos los espectros posibles: desde individuos que buscan curar o aliviar la depresión hasta ejecutivos de Silicon Valley que quieren no solo encontrarse a sí mismos, sino también adquirir una mayor energía y potenciar su creatividad.

Los resultados, aunque prometedores, también han levantado interrogantes. Tal como explica al hilo de sus investigaciones David Erritzoe, director clínico del Centro para la Investigación Psicodélica en la Universidad Imperial de Londres, a The New York Times, la eficacia de la droga entre los sujetos del estudio estuvo vinculada directamente a las expectativas de los propios usuarios. Algo similar sospecha Letheby: pueden estar vinculadas, al menos parcialmente, a un considerable efecto placebo.

Drogarse… ¿y encontrarse?

Albert García-Romeu, profesor de Psiquiatría en la Johns Hopkins University y miembro del equipo del Centro para la Investigación Psicodélica y de la Conciencia, lo tiene claro: las preocupaciones acerca del cambio climático, la creciente sensación de alienación entre miembros de la sociedad o el cuestionamiento de la propia estructura social son algunas de las características que han impulsado los valores y la nueva narrativa sobre las drogas psicodélicas.

«Ha habido una gran cantidad de información en los medios acerca de las drogas psicodélicas que no es necesariamente precisa en relación con los resultados científicos y que, por tanto, se puede malinterpretar», explica García-Romeu. Este experto, de hecho, tiene claro que no hay un efecto placebo: «Los datos de los estudios de mapeado del cerebro indican que esta clase de drogas favorece cambios en la conectividad de la red cerebral que se correlacionan tanto con la percepción como con la representación de uno mismo».

García-Romeu: «La psilocibina ha mostrado efectos importantes en la reducción de la depresión y la ansiedad, así como disminuciones en la adicción al tabaco o el alcohol»

Según señala el investigador, la psilocibina ha «mostrado efectos importantes en la reducción de la depresión y la ansiedad, así como disminuciones en el grado de adicción al tabaco o el alcohol en determinados usuarios». Y añade: «Una o dos dosis pueden ser tan efectivas o más que los tratamientos actuales, con beneficios que pueden durar hasta más de un año».

Algo similar, señalan sus defensores, ocurre con la bufantoína, el veneno –de condiciones alucinógenas– extraído del sapo de Sonora que se utiliza en el llamado «rito del sapo bufo» y que, a pesar de su peligrosidad, parece afianzarse como una práctica cada vez más habitual entre determinados círculos. Tanto que, de hecho, no sorprende la aparición de determinados gurús que, desde el desierto californiano y a modo de eremitas bíblicos, guían al rebaño con promesas de desintoxicación y bienestar trascendental. Es el caso de Octavio Rettig, bautizado como «el profeta de las ranas alucinógenas» por Vice y que, según sus propias cuentas, ha logrado introducir –entre algunos accidentes y acusaciones de homicidios negligentes– en el rito a más de 10.000 personas.

Su uso recreativo y «espiritual», por tanto, continúa más allá de todo avance y aplicación científica. Tal como indica uno de los estudios publicados en Journal of Psychopharmacology, y de acuerdo con aspectos como cercanía personal, trascendencia, fe religiosa, capacidad de perdón o una mayor profundidad en el sentido de la vida, la psilocibina favorece la articulación no solo de actividades, sino también de comunidades más «espirituales». Esta es una de las razones por las que, además de individuos, han surgido iglesias psicodélicas. Una de ellas, la Iglesia de los Chamanes Universales del Nuevo Mañana, situada en el estado norteamericano de Texas y practicante del rito del sapo bufo, ofrece a su comunidad, a la que califica de «familia», «conectar los espíritus gracias a los chamanes […] y a través de ancestrales y holísticas modalidades de curación».

Una suerte de nuevo –y viejo– misticismo que García-Romeu, al igual que otros investigadores, vincula en gran medida al consumo de la psilocibina. Letheby lo define con precisión en Filosofía de la psicodelia, donde afirma que «la revelación de la enorme potencia de la conciencia humana, al quedar expuesta la naturaleza construida de toda experiencia, incluyendo el sentimiento ordinario del yo, es la esencia de la terapia psicodélica». O tal como cantaba Jefferson Airplane: «Recuerda lo que dijo el lirón: alimenta tu cabeza».

ARTÍCULOS RELACIONADOS

Psicodélicos ¿en la medicina?

Efecto Naím

Tan solo en 2021, los ensayos con estas drogas obtuvieron a nivel global una financiación de 700 millones de dólares.

COMENTARIOS

SUSCRÍBETE A NUESTRA NEWSLETTER

Suscríbete a nuestro boletín semanal y recibe en tu email nuestras novedades, noticias y entrevistas

SUSCRIBIRME