Opinión

Réquiem por el centro

Las elecciones del 28-M han certificado la defunción del centro político, ese espacio de representación creado para que convivan, alejadas de sobreactuaciones ideológicas, las propuestas más razonables del liberalismo y la socialdemocracia.

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Tyler Hewitt
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30
mayo
2023

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Tyler Hewitt

Era la crónica de una muerte anunciada. Y las elecciones del 28-M han certificado la defunción del centro político, ese espacio de representación creado para que convivan, alejadas de sobreactuaciones ideológicas, las propuestas más razonables del liberalismo y la socialdemocracia. Parece de lo más sensato que en cualquier democracia moderna exista un partido con ese espíritu reformista, que sirva para amortiguar la soberbia de los poderosos, para reducir la influencia de los populistas y para plantar cara a esos rancios nacionalismos de los que Stefan Zweig dejó escrito en sus memorias que eran «la peor de las pestes». Si, como creo, una parte significativa de la sociedad está de acuerdo con la conveniencia de un proyecto político con esta formulación, ¿por qué el centro ha sido fulminado de nuestro mapa demoscópico? ¿Por qué millones de ciudadanos le han retirado su apoyo? Con vuestro permiso, voy a esbozar algunas posibles causas:

  • Los errores de sus dirigentes. Si tu espacio es teóricamente el centro y acabas en un lugar más bien alejado de esa centralidad que defendías, tanto tu equipo como tus votantes van a acabar confundidos, cuando no enfadados. Ese desconcierto, naturalmente, puede provocar fugas de talento y quebrar la confianza que se necesita para que alguien te otorgue su voto. Por otro lado, y esto creo que es crucial, tu responsabilidad es asegurar la gobernabilidad. Si has nacido para acabar con la «política de bandos» no deberías entrar en ese juego, sobre todo si eso supone que en el Gobierno se instalen esos mismos populistas que, según has repetido, suponen un verdadero riesgo sistémico. Si entras en esa dinámica –que otros, por cierto, dominan mucho mejor que tú– quizá estés abriendo la puerta a una cierta nostalgia del bipartidismo. En cualquier caso, tiene razón el periodista José Ignacio Wert cuando dice que «todos los partidos cometen errores, pero solo los de centro lo pagan con su propia existencia». De hecho, los traspiés de nuestro centro político no tienen parangón con los desmanes y las corruptelas que en no pocas ocasiones han protagonizado los partidos tradicionales, cuyas marcas o siglas sufren desgastes, pero son tan fuertes que resisten, como hemos visto, los peores reveses.

«Parece de lo más sensato que en cualquier democracia moderna exista un partido con ese espíritu reformista, que sirva para amortiguar la soberbia de los poderosos»

 

  • Un espacio demasiado líquido. El centro político es un espacio históricamente complicado, que intenta buscar un hueco, e incluso en sus mejores momentos quebrar, ese eje izquierda-derecha que está muy arraigado porque apela a la identidad de los ciudadanos e incluso a los valores que desde su infancia y sus coordenadas vitales les han sido transmitidos. Aunque nuestros actuales moderados quisieron mirarse en la UCD de Adolfo Suárez para darle un poso histórico, la marca era de reciente creación y los votantes no han encontrado en mitad de su confusión unas siglas históricas o unas motivaciones biográficas a las que aferrarse. Tampoco el poso intelectual que les brindaba la complicidad de escritores y pensadores de la talla de Vargas Llosa, Savater, Trapiello o Escohotado fue suficiente para consolidar el proyecto y evitar la promiscuidad de sus votantes. La perspectiva que nos da el tiempo nos confirma que su electorado y, por tanto, ellos mismos como proyecto político, eran circunstanciales.

 

  • La era de la polarización. Aunque perjudique gravemente a la salud de nuestra convivencia, sabemos que la polarización funciona estupendamente para movilizar y captar votos. No es algo nuevo, pero todo apunta a que estas bajas pasiones se desatan más fácilmente en los fangos digitales. Recordemos, por otro lado, que cuando mejor le fue a nuestro centro político es cuando dio la batalla contra el nacionalismo en un contexto que, en efecto, abocaba a la resistencia y la polarización. Pero en clave nacional, la identidad del centrista, sus motivaciones, se cuestionan en una arena, la política, en la que triunfan los mensajes simples lanzados desde la trinchera partidista. «No está el horno para tibios», dijo alguien el domingo en mi colegio electoral.

 

Soy consciente de que es muy fácil escribir estas líneas mientras saboreo un capuchino y hago tiempo para ver con Sandra el último capítulo de Succession. Manejar un proyecto político de este calado debe ser como atravesar el desierto de Sonora en pelotas, sin una gota de agua y subido a un búfalo puesto de MDMA. Todo nos parece vertiginoso e incierto, menos lo que ya ha ocurrido. Esa es la verdadera distancia que va desde el presente hasta el pasado. Con esas piezas sí nos atrevemos, así de arrogantes y tramposos somos, a hacer puzles que nos ayuden a comprender qué carajo es lo que ha pasado.

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